
Decenas de eslóganes intentan capturar la esencia de la ciudad de Friburgo de Brisgovia, si bien todos apuntan en la misma dirección: es una urbe joven gracias a su Universidad y pionera en ecología y sostenibilidad. Sorprende comprobar que, sin ser una ciudad del todo llana, dispone de tantos automóviles como bicicletas, las cuales se usan con independencia del clima. Precisamente es el centro histórico, con sus calles empedradas por las que únicamente los peatones y tranvías acompañan a las bicis, un excelente punto de inicio.
La zona resulta especialmente animada los sábados por la tarde, cuando la fiebre comercial parece despertar en los friburgueses que pasean por la Kaiser-Joseph-Strasse. Es la espina dorsal del casco antiguo (Altstadt), que está surcado por una maraña de acequias (bächle) por las que nunca deja de correr el agua.
Desde la Kaiser-Joseph se adivina la torre del Münster, la catedral gótica. Es una visita imprescindible, como también lo son el Historisches Kaufhaus, un antiguo granero del siglo XVII, la Haus vom Walfisch (XVI), una casa que fue habitada por Erasmo de Rotterdam durante un tiempo, así como el viejo y el nuevo Ayuntamiento, ambos en la Rathausplatz.
Friburgo es el punto de partida para descubrir otros enclaves atractivos de la región de Baden-Würtemberg. Es el caso de la montaña Kaiserstuhl, pocos kilómetros al noroeste, que domina una comarca de pueblos medievales como Burkheim y colinas aterrazadas cubiertas de viñedos. El origen volcánico y el clima más benigno la convierten en un lugar ideal para el cultivo y la elaboración de excelentes caldos, por lo que los amantes del vino pueden disfrutar visitando sus bodegas.
Otra opción desde Friburgo es ir hacia el sudeste y penetrar en la Selva Negra a través del Münstertal, un bucólico valle que da cobijo al monasterio benedictino de St. Trudpert, cuyo origen se remonta al siglo IX.
Ondulada como si de un acordeón se tratase, la Selva Negra es un bosque denso de 6.000 kilómetros cuadrados de superficie que se reparten entre dos parques naturales. Recorrerlos es adentrarse por valles, prados y pueblos cuya historia ha estado desde siempre vinculada a la naturaleza. A pesar del color verde oscuro de sus abetos, quizás el apelativo de «negra» sea excesivo ya que, a lo largo del año, sus florestas perennes de coníferas regristran muchos más colores. Porque la Selva Negra se tiñe de blanco en invierno, de la misma forma que sus prados le proporcionan un tono verde alegre en primavera, más cálido en verano, mientras que en otoño los bosques se cubren de ocres. Las posibilidades de actividades deportivas en la zona son enormes. Al final del Münstertal, por ejemplo, se levanta Belchen (1.414 m), una montaña con vistas atractivas como las de la vecina y más popular Feldberg (1.493 m). En ambas es posible realizar senderismo todo del año –en invierno, sobre esquís o raquetas de nieve– y las dos disponen de instalaciones de esquí alpino.
No muy lejos de estas cimas se extienden dos de los valles más emblemáticos de la región, Jos y Höllen, por los que el mero paseo en coche ya reconforta. El primero lo segmenta una sinuosa carretera que discurre entre campos donde es frecuente ver pastar a caballos y reses. El valle de Höllen es más angosto y lo recorre la carretera B31 que devuelve a Friburgo.
Siguiendo esta misma vía pero en el sentido opuesto, se alcanza uno de los rincones más frecuentados de la Selva Negra: el Titisee. Este pequeño lago, que apenas cubre 1,3 km2, regala una estampa idílica gracias a sus aguas cristalinas y a la arboleda que lo envuelve parcialmente. La localidad de Titisee ha sabido mantener la armonía entre la naturaleza y los visitantes que acuden cada verano.
La ruta continúa ahora hacia el norte para recorrer la Uhrenstrasse o «Carretera de los Relojes». Uno de los atractivos de esta vía es el pueblo de Furtwangen, donde se halla la fuente del río Breg, cuya confluencia con el Brigach da vida al Danubio. Más adelante, en Triberg, se halla uno de los parajes más populares de Alemania: el lugar donde el río Gutach forma una sucesión de cascadas, con un desnivel de 163 metros. A su alrededor se extiende una red de senderos con pasarelas y puentes de madera. Además, Triberg alberga un museo etnográfico que muestra las tradiciones locales así como la historia de la fabricación de relojes de cuco. Su visita puede complementarse con la aldea «relojera» de Schonach y el museo al aire libre de la localidad de Gutach (a 15 km), donde una antigua granja con varias construcciones ilustra sobre la vida rural de la región. Una veintena de kilómetros más al norte, en el valle del río Kinzig, aparece el pueblo de Schiltach, que destaca por sus encantadoras casonas de madera entrelazada. Su ambiente tranquilo pone el punto y final al itinerario que hemos realizado por el sur de Alemania, rodeados de abetos, prados, lagos y cascadas.
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A 70 km de Friburgo se halla el aeropuerto Euroairport, que recibe vuelos de bajo coste desde España. Lo mejor es alquilar un coche y así recorrer las carreteras panorámicas.
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