Ruta mágica por los castillos alpinos

Un recorrido desde Múnich a través de los Alpes alemanes en busca de los castillos de Luis II

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GIOVANNI SIMEONE / FOTOTECA 9 X 12

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Neuschwanstein

Inspirado en las óperas wagnerianas, este castillo de aire romántico se erige sobre una roca, rodeado por los bosques  del macizo de Tegelberg.

HP HUBER / FOTOTECA 9 X 12

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Linderhof

A pesar de sus pequeñas dimensiones, este palacio es el que mejor expone la pasión barroca de Luis II, tanto en la fachada y el jardín como en su ostentoso interior. 

ALFRED / FOTOTECA 9 X 12

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Schleissheim

La residencia más lujosa de la casa real de Wittelsbach cuenta con tres palacios y un inmenso jardín con canales, senderos y bosques.

DANITA DELIMONT STOCK / AWL IMAGES

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Región de Allgäu

Es una de las mejor preservadas de los Alpes bávaros. Aquí se encuentran los castillos de Neuschwanstein y Hohenschwangau. En la imagen, iglesia cerca de Füssen.

BRIAN JANNSEN / AGE FOTOSTOCK

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Hohenschwangau

Construido en el siglo XIV y destruido durante las guerras napoleónicas, fue restaurado entre 1832 y 1845 por el rey Maximiliano II, padre de Luis II.

HP HUBER / FOTOTECA 9 X 12

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La gruta de Venus

Luis II mandó construir en el parque del palacio de Linderhof la cueva que aparece en la ópera Tannhäuser, de Wagner, con un lago artificial, un escenario y un trono.

REINHARD SCHMID / FOTOTECA 9 X 12

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Herrenchiemsee

Este palacio de aire versallesco ocupa la mayor isla del Chiemsee, el llamado mar de Baviera. En la imagen, la Sala de los Espejos.

Mapa: BLAUSET

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Los asombrosos palacios de Luis II

1 Múnich. Aquí se hallan los palacios Residenz, Nymphenburg y Schleissheim.
2 Hohenschwangau. Este castillo del s. xiv fue reconstruido por Maximiliano II.
3 Linderhof. Es el palacio más extravagante de la ruta.
4 Neuschwanstein. Su perfil de castillo de cuento destaca entre bosques.
5 Chiemsee. En una de sus dos islas se erige el versallesco Herrenchiemsee.

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Ruta alpina hasta la medieval Lucerna

Un viaje por Baviera empieza idealmente en Múnich, «capital secreta de Alemania» según los muniqueses y, sin duda, una de las ciudades más bellas del país. Sus joyas barrocas y modernistas compiten en grandeza con pinacotecas y museos instalados en amplios parques y asomados a las aguas esmeralda del río Isar.

Alrededor de 1900, Múnich era la cabeza –si París era el corazón– de la vida artística, musical y literaria de Europa. Aquella vanguardia cultural se estableció en la ciudad gracias a la protección de la casa real de los Wittelsbach, grandes amantes y mecenas de las artes. La Residenz, su palacio en Múnich, es buena prueba de ello. Este fastuoso complejo de 137 habitaciones forma parte de un itinerario deslumbrante por la historia de Baviera y por la vida de Luis II, su soberano más sensible y excéntrico.

Nacido en el castillo de Nymphenburg, la residencia de verano de los Wittelsbach, el joven Luis se desplazaba a Múnich únicamente para asistir a las clases en la Universidad o al teatro. Desde el palco real de la Nationaltheater, un palacio de conciertos con aspecto de templo griego y contiguo a la Residenz, el rey asistió al estreno mundial de las óperas de Richard Wagner, que siempre contó con su protección. El compositor describió en una carta la impresión que le había causado el joven monarca en su primer encuentro: «Es tan hermoso y espiritual, tan emocionante y espléndido que me temo que su vida en este mundo ruin ha de evanescerse como un fugaz sueño divino». Y efectivamente, su trayectoria vital fue corta, pero los bávaros todavía hoy se refieren a él cariñosamente como kini, el rey amado.

Múnich era la cabeza –si París era el corazón– de la vida artística, musical y literaria de Europa

A pesar de su concepción versallesca, Nymphenburg es superado en dimensiones por el castillo de Schleissheim, 14 kilómetros al norte de Múnich y a pocas estaciones en ferrocarril del centro. De hecho contiene varios palacios: un pabellón de caza, el castillo de Lustheim, el sobrio y renacentista Altes Schloss y el Neues Schloss, donde destaca la pompa barroca de las dependencias de los príncipes electores. En los días claros de invierno se divisa desde allí el panorama majestuoso de los Alpes.

Luis II, si bien adoraba el estilo de Versalles, rehuía la arquitectura geométrica de Schleissheim y Nymphenburg, ya que su pasión de jinete y su carácter romántico le hacían ir en busca de la naturaleza salvaje de las cercanas montañas. Los lugares donde pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia fueron el palacete de Berg, junto al lago Starnberg, y el castillo de Hohenschwangau, de su padre Maximiliano, situado cerca del pueblo medieval de Füssen, 50 kilómetros al suroeste de Múnich.

Ubicado a orillas del río Lech, cuya cascada es motivo de visita por sí sola, Füssen es hoy el centro del turismo en torno al rey inmortal. En sus alrededores se halla el ejemplo tal vez más logrado de sus sueños arquitectónicos: Linderhof. Después de haber decorado sus aposentos en Berg y en Hohenschwangau a su gusto opulento, allí cumplió por primera vez su ambición constructora: un castillo con la fachada y los interiores sembrados de ornamentos, esculturas y mil detalles preciosos, pero de dimensiones asequibles. La gruta de Venus, con estalactitas de yeso, da una idea de la fina línea entre el kitsch extremado y el preciosismo culto en la que debió de balancear siempre la imaginación de su dueño.

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Neuschwanstein, donde no llegó a residir ni medio año, representa ya su faceta más megalómana. Emergiendo como un castillo de cuento entre los bosques nevados, regala vistas espectaculares sobre los picos del Schlagstein y del Hochplatte, aparte del castillo de Hohenschwangau, cuyos torreones se distinguen a lo lejos. Los amantes de los deportes de nieve tienen en la zona una oferta de lo más completa en el mismo Schwangau, el pueblo situado al pie de Neuschwanstein; a cinco minutos en coche se halla el centro de esquí de Buchenberg y, a apenas 30 kilómetros, se encuentra la famosa estación de Garmisch-Partenkirchen.

Los lagos bávaros representaban otro retiro natural para Luis II y lo siguen siendo para el visitante a día de hoy. En primer lugar el lago de Starnberg, al sur de Múnich, uno de sus refugios de juventud preferidos. Allí se citaba para excursiones nocturnas a la isla de las Rosas con su amada prima Sissí, la malograda y también de espíritu romántico Isabel de Baviera (1837-1898). Justo en este lago, el 13 de junio de 1886, Luis II salió a dar un paseo en barca junto a su médico psiquiatra y, horas después, ambos fueron hallados ahogados. Una capilla y una cruz recuerdan la tragedia.

Más alegre resulta la visita al lago de Chiem, también llamado «el mar bávaro» y ubicado a media distancia entre Múnich y Salzburgo (Austria). En su isla mayor, la de los Caballeros o Herreninsel, el soberano construyó el castillo de Herrenchiemsee, una réplica del palacio de Versalles que tan bien conocía gracias a sus visitas a Napoleón III. La Sala de los Espejos es seguramente la que más admiración despierta de este complejo inacabado, en el que el rey solo pasó nueve días de su vida. Desde aquí se distingue la cúpula del monasterio benedictino de Fraueninsel, la otra isla del Chiemsee. Alrededor del lago se extienden bosques que en invierno se cubren de blanco y poblaciones encantadoras como Gstadt, el mejor lugar para admirar las luces de las islas cuando cae la noche.

MÁS INFORMACIÓN
Documentos: DNI.
Idiomas: alemán.
Moneda: euro.

Cómo llegar y moverse: Hay vuelos frecuentes a Múnich desde Barcelona, Madrid y Bilbao. Un autobús conecta con el centro de la ciudad, a 29 km. Existe un abono de transporte para moverse por Múnich. El Bayern Ticket, de un día, sirve para trasladarse por la región de Baviera.

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