Aunque fue en la Hispania del siglo V cuando se menciona por vez primera el vocablo «monasterio» –referido a sencillos habitáculos a la sombra de oratorios o enterramientos de santos venerados–, es durante la Edad Media cuando empezaron a proliferar en la Península Ibérica, tal y como hoy los conocemos. Los cenobios del medievo no solo eran centros de fe. También funcionaban como reductos para la transmisión de la cultura, albergando bibliotecas y scriptoriums monásticos, y cofres donde se protegían reliquias y tesoros artísticos.
En tierras de Castilla y León, los monasterios de entonces tuvieron, además, un papel fundamental en la repoblación llevada a cabo por reyes y condes cristianos tras la Reconquista, con el fin de «marcar territorio» ante los musulmanes. Muchos de aquellos monumentos se preservan intactos o reconstruidos mostrando su esplendor, pero incluso aquellos que han llegado a nuestros días desmembrados en vestigios siguen transmitiendo su legendaria belleza y poderío.