Francia bella

Ruta por la Provenza francesa

Campos de lavanda y poblaciones medievales se entrelazan en este recorrido en torno a Aviñón

Una ruta fascinante entre campos de lavada y pueblos colgantes.

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MAURIZIO RELLINI / FOTOTECA 9 X 12

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Abadía de Sénanque

Los muros románicos de este convento cisterciense están rodeados de fragantes campos de lavanda. Con las flores, los monjes elaboran jabones y dulces de color violeta.

SANDRA RACCANELLO / FOTOTECA 9 X 12

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Aviñón

El Palacio de los Papas, el Pequeño Palacio, el puente de Saint Bénézet y las murallas forman el conjunto medieval más imponente de la Provenza.

MARC HAEGEMAN

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Gordes

Emplazado en lo alto de una cornisa, su castillo del siglo IX ofrece una espectacular vista del Luberon.

KARIM SAARI

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El Luberon

El recorrido que cruza este macizo pasa junto a cultivos de lavanda y girasol, que alcanzan su color más brillante
e intenso en verano.

MATTEO COLOMBO / AWL IMAGES

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Saint-Rémy

En 1889, Vicent Van Gogh pasó una temporada en el sanatorio del monasterio de Saint Paul de Mausole (siglos XI-XII).

DIDIER GUIFFAN

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Bonnieux

El puente Juliano (27 a.C.-14 d.C.), en las afueras de esta localidad, fue un paso clave en la Vía Domitia para llegar a la ciudad de Julia Apta (Apt).

JIM NILSEN

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Lacoste

El antiguo horno de pan permanece como un ejemplo de la arquitectura tradicional de los pueblos provenzales.

Mapa: BLAUSET

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El corazón de la Provenza

1 Aviñón. Además de visitar el Palacio de los Papas, hay que perderse por las calles del Roi René y de los Teinturiers.
2 Abadía de Sénanque. Este convento del siglo XII se halla rodeado de campos de lavanda. Se puede visitar.
3 Gordes. Elevado sobre una colina, es un excelente mirador sobre los campos y poblaciones del Luberon.
4 Bonnieux. Es uno de los «pueblos colgados» del Luberon. Resulta imprescindible subir hasta la plaza de la iglesia.
5 Saint-Rémy. Su convento fue un retiro para Van Gogh.

Si cierro los ojos y pienso en Provenza, veo los campos de lavanda recortándose contra el atardecer pardo y malva. Un poema que va desde el azul cobalto al morado, pasando por el rojo. Refiriéndose a esa región del sur francés, Van Gogh pensaba, como Pissarro y Gauguin, que el poderoso sol provenzal te ayudaba a descubrir la simplicidad de los colores, su pureza elemental. Que Provenza es un país muy propicio para el amor y el arte no puede ponerlo en duda nadie, y por eso la eligió Van Gogh y luego el escritor británico Lawrence Durrell y el actor y también escritor Dirk Bogarde. Todos ellos disfrutaron en Provenza de los placeres del cuerpo y del alma como en ningún otro lugar de la tierra. En 1914, Picasso se enamoró de Aviñón. Yo me enamoré cien años más tarde, pero seguro que con igual intensidad.

El Palacio de los Papas refleja el poder imperial tal y como se entendía en la Baja Edad Media. El espíritu militar preside su estructura gótica, reposada y, a la vez, puntiaguda y belicosa. No en vano fue la residencia de nueve papas entre 1316 y 1403, mientras la Iglesia se debatía entre dar el poder a Roma o a Aviñón. Camino del puente Saint Bénézet –cruza el Ródano solo hasta la mitad desde los derrumbes de 1660– se descubren las murallas, el Pequeño Palacio y la Catedral de Doms, de cúpula románica, que acentúan la sensación de estar pisando un tejido urbano de belleza casi irreal.

Aviñón es la estrella que más brilla en el flanco occidental de Provenza, y desde ella caben diferentes opciones de ruta: o bien ir hacia al norte hasta Orange para visitar su teatro romano y caminar bajo el monte Ventoux y las afiladas peñas de las Dentelles de Montmirail; o hacia el sur, hasta Arles y las marismas de la Camarga. Quizá lo más recomendable sea mezclar las dos en una sola y empezar descubriendo los «pueblos colgados» del Luberon.

A cuarenta minutos de la ciudad papal, la villa de Gordes parece un jardín colgante que desciende por una colina verde y ocre. Cerca se halla la abadía cisterciense de Sénanque. Nada más llegar a sus plantaciones de lavanda, recortándose contra los muros románicos y grises, uno cree sumirse en el corazón de la Edad Media y, al mismo tiempo, sentirse dentro de un cuadro a medio camino entre la estética de Van Gogh y la de Pissarro.

Gordes se halla en el fascinante macizo del Luberon, retiro de lujo para la alta sociedad francesa, inglesa y norteamericana desde hace tiempo. La capital comarcal es la villa de Apt, fundada como Apta Julia por los romanos el año 45 a.C. en plena Vía Domitia.El mercado de Apt es uno de los más atractivos de la Provenza, sobre todo por la fruta confitada, especialidad que degustaban con pasión los propios papas. La ruta desciende a continuación hasta Cavaillon, pasando por pueblos de una belleza fundamental: Bonnieux, Lacoste, Ménerbes, Maubec, Robion...

































































































































































































































































Un buen año

Los que recuerden la feliz película

(2006), de Ridley Scott, han de saber que Bonnieux es uno de los lugares por los que se pasea la cámara. Normal: es un pueblo dorado, que va ascendiendo casi en círculos concéntricos por las faldas de una colina y que está coronado por una iglesia de afilada aguja, la Église Haute, a la que se sube tras superar 85 escalones entre pasadizos y patios. Todo un laberinto de luces y sombras que conduce hasta la plaza de la iglesia, desde donde el paisaje provenzal alcanza su mejor definición.

Desde Bonnieux es posible llegar hasta Lacoste por caminos entre viñedos, huertos y arboledas rumorosas. Lacoste surge como otra ensoñación, otro cofre de piedra asentado sobre una colina. El castillo del siglo XI que corona el pueblo perteneció al abuelo del marqués de Sade y allí se refugió el filósofo y poeta en 1771. Ahora es propiedad del diseñador Pierre Cardin y, aunque una parte se encuentra en ruinas, debió de ser imponente a la vista de lo que queda. Desde su terraza de piedra, que domina el pueblo y la comarca, es fácil sentirse un señor más allá del bien y del mal.

Siguiendo la carretera del valle, Ménerbes se alza como una atalaya mágica sobre el ángulo de una roca bajo la que se despliegan los viñedos más preciados de la comarca. Al pie de la montaña se acurruca la aldea de Maubec, tan devota de los viñedos como su vecina Ménerbes. Y a escasos ocho kilómetros, la localidad de Cavaillon actúa como puerta de entrada al Parque Natural del Luberon, declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco. Célebre por sus melones y su miel de lavanda, el núcleo de Cavaillon es un lugar idóneo para despertar los sentidos.

Antes de acabar el bucle en Aviñón resulta ineludible visitar Saint-Rémy para conocer el pueblo donde Van Gogh pintó la serie de Campo de trigo con cipreses y Ravine. El artista pasó más de un año, de 1889 a 1890, en el sanatorio del monasterio de Saint Paul de Mausole, que también pintó en todo su esplendor cromático. En el apacible claustro monacal volvemos a sentir la Provenza románica y fundamental, aquélla en la que Lawrence Durrell y Picasso creyeron encontrar la imagen más luminosa y contrastada del paraíso.

Muy cerca se localiza el sueño medieval de Baux de Provence, ya camino de la monumental Arles y las marismas de la Camarga. Enclavado en el altiplano rocoso de Les Alpilles, el conjunto histórico incluye un castillo, una iglesia, varias capillas, el ayuntamiento, casas de época medieval y una magnífica vista con el mar a lo lejos. La riqueza paisajística y arquitectónica de la Provenza es tan evidente que resulta difícil hacer una selección de sus bondades, pero si tuviera que decidir a la desesperada pensaría en dos lugares: la escalera laberíntica y el puente de la villa de Bonnieux y las agrestes Dentelles de Montmirail, donde el viento silba al pasar a través del Diente del Turco, convirtiendo la roca en un arpa de piedra en la que se concreta la más telúrica y envolvente música de Provenza.