La Ruta de la Seda, la legendaria vía por la que durante siglos transitaron caravanas que llevaban y traían productos de Oriente y de Occidente, fue asimismo un corredor por el que se transmitieron ideas, conocimientos y también los fundamentos del budismo y el islamismo. Este apasionante viaje a través de áridos desiertos y montañas de nieves eternas empezaba y terminaba en Xian, la antigua Chang’an, que fue ciudad imperial antes de ceder la capitalidad a Beijing (Pekín).
El Xian de hoy en día conserva entre sus altas murallas de época Ming (siglo XIV) numerosos edificios históricos, como la Gran Mezquita del barrio musulmán y dos imponentes torres defensivas. Extramuros se extienden diversos templos budistas, entre los que sobresalen las pagodas de las Ocas y el templo de los Ocho Inmortales. A este último se llega a través de una calle que acoge un próspero mercado de reliquias e imitaciones en el cual pueden verse desde fósiles, esculturas de Buda y bustos de Mao Zedong hasta monedas antiguas.
La gran atracción de Xian es, sin duda, el ejército del primer emperador de China, Qin Shi Huang Di, descubierto en 1974 por unos campesinos y que hoy recibe miles de visitas a diario. El Museo de los Guerreros de Terracota se encuentra a unos 30 kilómetros de Xian y en sus tres grandes fosas pueden apreciarse miles de figuras de soldados a tamaño natural, caballos y carros; en un pequeño museo se exponen dos carruajes de bronce hallados en la excavación.
Desde Xian las antiguas caravanas se dirigían hacia el oasis de Dunhuang, puerta del desierto y lugar de descanso antes de emprender el tramo más temido de la travesía: las arenas del Taklamakán. El nombre de este desierto significa «quien entra no consigue salir» en iugur, la lengua de la etnia turcomana que habita en las actuales regiones autónomas de Gansu y Xinjiang. La Ruta de la Seda se bifurcaba aquí en dos ramificaciones que rodeaban este océano de dunas.

Los 1.800 kilómetros que separan Xian de Dunhuang se salvan ahora cómodamente en avión. Esta pequeña ciudad de provincias alberga en sus alrededores dos enclaves extraordinarios: la Fuente de la Luna Creciente, un lago rodeado de dunas por el que se puede pasear a lomos de camello, y las impresionantes cuevas de los Mil Budas de Mogao.
Las cuevas de los Mil Budas de Mogao constituyen el gran atractivo de esta primera etapa. Fueron fundadas en el siglo IV por el monje Yuezun, que tuvo una visión mística de mil budas de oro que brillaban sobre un desfiladero. Siguiendo su ejemplo, otros monjes excavaron cuevas en el risco, unas 800, de las cuales 492 están decoradas con hermosas pinturas al fresco. Las noticias sobre unas magníficas grutas en lo más recóndito de China despertaron la curiosidad del británico Aurel Stein, que en 1907 llegó a Mogao y, por una cantidad irrisoria, se hizo con innumerables manuscritos, pinturas y reliquias que se llevó a Inglaterra, entre ellos el Sutra del Diamante, el libro impreso más antiguo, del año 868. Dunhuang tiene aún otra sorpresa para el viajero: menos de 100 kilómetros al oeste se hallan dos de los tramos más antiguos de la Gran Muralla, de época Han (siglo III a.C.), son los pasos de Yumen y de Yangguan.
Más lejos, 383 kilómetros al este de Dunhuang, se alza el fuerte de Jiayuguan, de 1372. A partir de ahí, las únicas paradas seguras eran las ciudades oasis. Turfán, la primera de ellas, se encuentra a 800 kilómetros de Dunhuang. La forma más cómoda de viajar hasta allí es a bordo del tren nocturno que, por un precio razonable, permite dormir en una cabina con literas en primera clase.
A pocos kilómetros de Turfán se encuentran las ruinas de las ciudades oasis de la Ruta de la Seda
Turfán es una región de viñedos gracias al agua del deshielo de los cercanos montes Tian, recogida mediante pozos y túneles, y distribuida a través de una red de canales. Al ver los cultivos nadie diría que esta ciudad se encuentra en una depresión a 154 metros bajo el nivel del mar, donde las temperaturas estivales pueden sobrepasar los 50 grados.
Entre las visitas inolvidables que ofrece la ciudad destaca el minarete de Emin, de 1778. Con 44 metros de alto y color terroso, cuando el viento levanta columnas de arena parece surgido de un espejismo. La otra es el bullicioso bazar, lleno de puestos que permiten sentirse como en tiempos de las caravanas. A pocos kilómetros de Turfán se encuentran las ruinas de las ciudades oasis de la Ruta de la Seda. Como Jiaohe, antigua capital del reino de Jushi, abandonada en el siglo V, y Gaochang, una ciudad iugur que fue capital regional en tiempos de la dinastía Tang.
Después de visitar bajo un sol de justicia esos testigos del pasado esplendor de la Ruta, avanzamos 195 kilómetros hasta Urumqi, la moderna y populosa capital de la provincia de Xinjiang. La ciudad sorprende por sus rascacielos, una visión incongruente de modernidad en medio del desierto. Resulta interesante visitar el mercado Edaoqiao para observar la diversidad étnica de la región y degustar la mejor cocina iugur, que destaca por sus platos a base de arroz, verduras y carne de cordero (gang pan), o de fideos amarillos (serik ash), además de gran cantidad de frutas como uvas, albaricoques y sandías.
Merece la pena acercarse al Museo de las Minorías Étnicas. A pesar de su aspecto un tanto destartalado, ofrece una buena muestra sobre la vida en las ciudades oasis del Taklamakán hace milenios. Además de frescos budistas y sedas pintadas, exhibe momias descubiertas en la cuenca del río Tarim, como el Hombre de Cherchén, de 3.000 años de antigüedad, o la Bella de Loulan, de casi 4.000.
Tianchi, el Lago Celestial, a una altitud de 2.000 metros, permite descansar de tanto desierto. Es uno de los lugares preferidos por los habitantes de Urumqui y los fines de semana se congregan aquí grandes multitudes. Los senderos que bordean el lago permiten caminar por bosques de pinos y, de paso, observar a los nómadas kazajos y kirguises que plantan sus yurtas (tiendas) como lo hacían sus antepasados hace cientos de años. Más al norte, en las verdes praderas de Nalati, la estampa parece repetirse: yurtas, caballos y montañas nevadas como telón de fondo.
Kashgar, 1.600 kilómetros al oeste, es el lugar donde volvían a reunirse los itinerarios norte y sur que bordeaban el Taklamakán. Actualmente un pequeño pero moderno aeropuerto recibe vuelos regulares desde Urumqui. Emplazada a 4.000 kilómetros de Beijing, Kashgar es la ciudad china más occidental y, por su aire islámico, se halla más cerca de Oriente Medio que de China.
Uno de sus monumentos más importantes es precisamente el mausoleo de Abakh Hoja (un hombre santo que gobernó la región en el siglo XVII), coronado por una bella cúpula de azulejos verdes. Otro lugar de interés es la mezquita de Id Kah, situada en la plaza del mismo nombre. Pero Kasghar es famosa sobre todo por su mercado dominical, que se celebra aquí desde hace más de mil años. El lugar se convierte en un hervidero de vehículos, ganaderos y mercaderes que venden sus ovejas, cabras, caballos, burros y camellos entre ruidosas negociaciones y regateos interminables. También se suceden los puestos de alfombras, frutos secos, artesanía y comida iugur. Entre el gentío no faltan los barberos ambulantes, que recortan las pobladas barbas de sus clientes en plena calle.
Si se quiere atisbar el camino que seguían las caravanas rumbo oeste, habrá que conducir 160 kilómetros hasta el lago Karakul. Emplazado a 3.800 metros de altitud, es el último enclave antes del paso del Khunjerab que lleva a Pakistán, donde hoy los camiones pintados de colores sustituyen a los camellos que recorrían la mítica Ruta de la Seda.
MÁS INFORMACIÓN
Documentos: pasaporte y visado.
Idioma: chino.
Moneda: yuan.
Horario: 7 horas más.
Salud: no hay vacunas obligatorias, pero se recomiendan las del cólera, difteria y tétanos.
Llegar y moverse: Beijing y Madrid tienen conexión aérea directa. Desde la capital china se toma una avión a Xian, ciudad conectada por avión y tren con el resto de ciudades de la Ruta de la Seda.
Oficina de Turismo de China en Madrid: Gran Via, 39, 8º. Tel. 91 548 00 11.