San Francisco (I)

Diario de un viaje por la mítica ciudad californiana

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GTRES

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Cable Car

Desde 1878, estos vehículos que funcionan mediante la tracción de un cable suben y bajan las empinadas colinas de San Francisco. 

GTRES

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Fisherman's Wharf

Los muelles del norte de la ciudad se han reconvertido en zona de ocio. El cangrejo, el marisco y el pescado son las especialidades gastronómicas de sus variopintos restaurantes.

J.V.

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Pier 39

Hace más de viente años que una pequeña colonia de leones marinos eligió los muelles de San Francisco para establecerse. Los ejemplares macho pueden llegar a pesar hasta 100 kg y medir más de 1,80 metros.

J.V.

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Cambio de sentido

Al llegar a su destino, el cable car debe girar para iniciar el trayecto inverso. La operción consiste en situar el vehículo sobre una plataforma giratoria de madera que es movida a pulso. 

J. V.

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MoMa de San Francisco

El edicicio del museo de Arte Moderno, situado en el sur de Market Street, en el floreciente barrio de SoMA, fue construido en 1995, obra del arquitecto italiano Mario Botta.

GTRES

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Lombard Street

Es famosa en todo el mundo por su pronunciado desnivel. En 1920 tuvieron que construir un trazado con ocho grandes curvas para que los coches pudieran descender por ella. 

J.V.

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Coit Tower

Sus paredes están decoradas con vistos murales que realizaron quince artistas en la década de 1930 con un tema común: la Gran Depresión.

En esta entrega nuestra colaboradora Júlia Villalobos nos describe su primer día: de Union Square a Fisherman's Wharf.
Llego al aeropuerto Internacional de San Francisco demasiado tarde para orientarme, así que tomo una shuttle (furgoneta compartida) hasta mi hotel situado junto a la céntrica Union Square. La elección no puede ser más acertada, en veinte minutos piso la recepción y en media hora salgo de nuevo para respirar el frío aire nocturno de San Francisco. Luces de neón, escaparates, los últimos cable car (tranvías) vacíos y muy poca gente en la calle. Será necesario esperar al día siguiente para hacer las presentaciones oportunas con la ciudad.

Antes de empezar mi periplo por San Francisco desayuno a la americana en una cafetería de la calle Geary donde sirven generosos desayunos con huevos revueltos, tostadas, bacon calcinado y café aguado a petición. En la Oficina de Turismo consigo mapas, folletos y buenos consejos de los jubilados voluntarios que atienden a los turistas. Y así, me encamino hacia Market Street con la intención de dedicar mi primer día a ver todo el frente marítimo.

Market Street traza una diagonal perfecta sobre la ciudad y la divide en dos mitades. En el norte se concentran la mayoría de sus atractivos turísticos. Flanqueada por galerías comerciales, lujosas tiendas, edificios oficiales, en su zona sur, llamada South Market (SoMa), se ubica el San Francisco más contemporáneo, cuyo símbolo es el museo de Arte Moderno (SFMoMa), diseñado por el arquitecto Mario Botta en 1995. Ando por Market Street hacia el mar. El viento sopla insistente y frío, lo cual es habitual en esta ciudad rodeada por el océano Pacífico y cumbres elevadas. Incluso en pleno verano no es nada calurosa.

Llegada al Ferry Building. Tengo suerte, enfrente del edificio del que parten la mayoría de embarcaciones que recorren la bahía, hay instalado un mercado de productos naturales, todos ellos procedentes de la extensa huerta californiana. La variedad, el calibre y el aspecto de la fruta y la verdura son sensacionales. En el interior de la terminal, ¡¡¡sorpresa!!! otro mercado, éste de delicatessen, de lo más encantador y sofisticado. Tras un paseo entre las numerosas tiendas y un delicioso refrigerio, tomo el tranvía F que conduce directo a Fisherman's Wharf.

Los muelles del norte de la ciudad no pueden ser más agradables. Tras la gran entrada de madera se esconden tiendas de recuerdos, de golosinas, restaurantes, cafeterías y un montón de curiosidades. Delante, en mitad de la bahía emerge el islote con la mítica prisión de Alcatraz, accesible en ferry y por la que se realizan visitas guiadas. Más allá, la localidad literaria de Sausalito y en el horizonte, la silueta del Golden Gate Brigde.

No resisto la tentación de comer una ensalada de cangrejo acompañada de una clam showder (crema de marisco) servida en el interior de un pan sin miga. Paseo por los históricos muelles donde hace 150 años los pescadores faenaban y en lugar de tiendas y restaurantes había fábricas conserveras y almacenes. Unos lamentos cercanos me llaman la atención. Buscaba a los leones marinos del Pier 39 y sus gritos me llevan hasta ellos. Hace ya veinte años que estos animales eligieron la ciudad de San Francisco para establecerse. El número de ejemplares varía de una a otra estación, pero no suele haber menos de mil.

Dejo atrás los muelles y por la calle Jefferson llego al inicio del trayecto del cable car, donde se realiza el cambio de sentido de este peculiar vehículo de tracción mecánica que salva las vertiginosas cuestas de San Francisco ayudado por un simple cable. Funciona desde 1878 y hoy es una de las grandes atracciones turísticas de la ciudad. Sus coches son los originales y su velocidad mínima pero ayuda al visitante a recorrer el centro de San Francisco de punta a punta sin tener que invertir en ello un esfuerzo considerable.

Justo al lado, otros de los iconos de la ciudad, los históricos chocolates Ghirardelli. En la plaza que lleva su nombre se halla la antigua fábrica creada por un inmigrante italiano en 1852. Chocolate con sabor a sal de mar, relleno de crema de caramelo, con un 96 por ciento de cacao... la marca es una institución en la ciudad, dispone de muchísimos establecimientos y organiza un festival anual dedicado al chocolate. Compro un montón de tabletas.

Para regresar al hotel opto por el cable car pero, tras la primera subida empinada, cambio de opinión. Frente a mi, sinuosa, se abre el tramo final Lombard Street, que desciende por la colina de Russian Hill con un desnivel del 27 por ciento. Me apeo y camino por las ocho grandes curvas que se construyeron en 1920 para hacer posible que los coches bajaran por ella.

La última visita del día la guardo para la Coit Tower, me habían dicho que las vistas de la ciudad al caer la tarde eran bellísimas. Confirmado. La torre, situada en la cima de Telegraph Hill, es mucho más que un mirador. Se construyó gracias a la donación de la magnate americana Lillie Hitchcock Coit, en 1933. Su interior está decorado por murales realizados por treinta artistas y que hacen referencia a la Gran Depresión que tuvo lugar tras el crack de 1929,

De la torre parten unas escaleras que me devuelven a Embarcadero, el barrio portuario. Son de madera y su altura equivale a unos veinte pisos. El descenso a través de un bosquecilo es un paseo agradable y evita subir de nuevo por las colinas.

Mañana iré hasta el gran icono de San Francisco. Cruzaré el Golden Gate Brigde.