Amanece en Pompeya
La calle aparece desierta. El silencio impera mientras el sol empieza a escalar posiciones en el cielo, roto solamente por el trinar de un pájaro o el leve crujir de la madera. Las casas tienen las puertas abiertas y la tentación de entrar a curiosear resulta irresistible, a la vez que inquietante. Esto es Pompeya, la ciudad que el Imperio Romano construyó a los pies del Vesubio desafiando las bocanadas de humo que el cono lanzaba al viento, para acabar arrasada por la lava el año 79 d.C. Sus ruinas se ubican en la Campania, región de la que es originaria la famosa mozzarella de búfala, muy cerca de la siempre bulliciosa Nápoles. A pocos pasos, las olas se acercan a la orilla del golfo homónimo, acompañadas de la brisa cargada de sal que circula entre los antiguos edificios de Pompeya y de su prima, Herculano, que corrió la misma suerte.
Vacío y extrañeza
Para quien nunca haya visitado estos yacimientos, la sensación de extrañeza es inmensa. Los pasos del viajero resuenan en calles adoquinadas, con aceras anchas y sistema de alcantarillado a la vista, flanqueadas por casas y villas muy bien conservadas. Nada que ver con la imagen de una ruina donde la imaginación tiene que trabajar para reconstruir el pasado.
25 burdeles y mucho hedonismo
Cuando el Vesubio entró en erupción, en Pompeya vivían unas 20.000 personas. Hasta entonces, en las laderas del volcán crecían las vides de las que se obtenía el vesuvinum, un vino muy apreciado en los veinticinco burdeles identificados por los arqueólogos. No es que sus habitantes fueran más lascivos que en otros lugares, pero sucede que Pompeya estaba consagrada a la diosa Venus, mientras que la vecina Herculano era devota del semidiós Hércules. Esta última, así como otras poblaciones más discretas como Stabia y Oplonti, fueron sepultadas por lodo volcánico y no por lapilli ardiente, de manera que aún se conservaron mejor que Pompeya. Así lo pusieron de manifiesto las obras iniciadas por el arquitecto Doménico Fontana para construir un canal en 1594, algo habitual en Nápoles, siempre necesitada de más agua para una población que no paraba de crecer. Los trabajos dejaron al descubierto unos restos que años más tarde llamarían la atención de Carlos III de Borbón. Fue él quien ordenó la recuperación de Pompeya en 1748. Hasta se hizo construir el Palacio Portici en las inmediaciones para controlar las excavaciones.
Hallazgos recientes
La visita al recinto empieza en la Puerta Marina y, de inmediato, los vestigios de la ciudad nos hablan de una cotidianidad desaparecida bajo la lava, como las barras de mármol de las tabernas. A finales del 2020, los arqueólogos descubrieron un thermopolium, lugar donde se servían comidas populares, perfectamente conservado. Tanto que hasta se han encontrado restos de alimentos que se vendían «para llevar» dentro de dolias, vasijas de barro de la antigua Roma. Gracias a este hallazgo sabemos que los pompeyanos gustaban del pato, el cerdo, la cabra, el pescado y los caracoles. Por si fuera poco, el mostrador está decorado con azulejos que muestran la imagen de una nereida a caballo y un letrero comercial de la misma tienda en el lateral.
Dolores pétreos
Esto no es tan extraño como pueda parecer: en otros puntos se ven incluso carteles electorales en las fachadas e iconos labrados en las aceras para indicar el camino a un determinado lugar. Llaman la atención, por ejemplo, los falos que orientan al paseante hasta el Lupanar de Vicolo Storto, situado frente a la notable Casa del Fauno. Más allá de la temática, las paredes exhiben una decoración sofisticada, realista y como acabada de pintar, aunque resultan más embarazosos los moldes de pompeyanos sorprendidos por la erupción, cuyo último gesto petrificado se ha obtenido a base de inyectar yeso líquido en el hueco que dejaron sus cuerpos. Pompeya es explícita y casi se diría que contemporánea, a veces hasta demasiado.
Villas imprescindibles
Otros lugares que explorar son la laberíntica Villa di Giulia Felice (en la imagen), las termas Stabiane y la Villa dei Misteri, con el fresco más importante de todo el yacimiento descubierto hasta la fecha, el que trata de la iniciación de una joven novia al culto de Baco, dios romano del vino.
La vecina Herculano
La experiencia no estará completa hasta que nos acerquemos al yacimiento de Herculano, por lo general menos concurrido. Sus ruinas se encuentran al lado de la ciudad nueva de Ercolano, y buena parte de estas sigue sin excavar bajo los modernos edificios actuales. Estas casas no eran habitadas por patricios adinerados, sino por burgueses tanto o más esnobs que los nobles, de ahí que sus bien conservadas mansiones exhiban mosaicos suntuosos, ejecutados por los mejores artistas de entonces.
La casa de los mosaicos exquisitos
Conviene no perderse la Casa de Neptuno y Anfítrite, con algunos de los mosaicos más exquisitos de todo el conjunto arqueológico en la sala donde se ubican el baño y la fuente. También son imprescindibles las Termas del Foro, cuyos mosaicos del área reservada a las mujeres está en óptimo estado. Otra muestra de vida cotidiana se halla junto al frigidarium, la piscina de agua fría, en el que aún se aprecian los bancos y estantes donde se dejaban las toallas.
La guinda del Vesubio
El punto final lo pondrá la panorámica desde lo alto del Vesubio: desafiándolo todo, el telesilla de Torre Annunziata nos subirá hasta allí sin esfuerzo