Donde las hayas

La Selva de Irati entre valles mágicos, dólmenes, hayas y senderos

Esta joya natural de Navarra no solo alberga paisajes bucólicos, también pueblos irresistibles y sendas repletas de historia.

Contemplando los Pirineos desde el puerto de Ibañeta llegan los rumores del bosque. Es un bosque denso y primigenio que susurra su leitmotiv a las cimas de Astobizkar y Ortzantzurieta. Entre mares de nubes que prodigan su fértil humedad sobre la hojarasca, la Selva de Irati, Iratiko oihana en euskara, invita a explorarla.

La gran masa boscosa, el segundo hayedo más grande del viejo continente, se extiende por el norte de los valles navarros de Aezkoa y Zaraitzu o Salazar, atravesando la frontera de Iparralde o País Vasco Francés. Descubrirlo es aventurarse en un mundo onírico pero real, etéreo pero tangible, tejido por hilos de luces y tinieblas que atraviesan el aire entre matices infinitos de tornasoles, reflejos de leyendas e historia. Dijo Hemingway que Irati es el último bosque medieval de Europa, y no es cuestión contradecir al Nobel que supo escuchar el canto de sus númenes invisibles.

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IBAÑETA: UN PUERTO CASI MITOLÓGICO

En Ibañeta, la fascinación por el paisaje empuja a un viaje iniciático entre ecos de guerra y hálitos de espiritualidad. Junto al monolito en recuerdo a Roldán, flotan las palabras que el cronista de Carlomagno, Eghinardo, escribiera en su obra Vita Karoli Magni: «Vascones in summi montis vertice surgentes», surgen los vascones en lo alto de las montañas para emboscar al ejército carolingio asestándole una severa derrota.

Otras luchas más recientes dejaron como vestigios reductos, trincheras y fortificaciones agrupados en varios recorridos. Tres conducen porla Ruta Wellington entre las guerras de la Convención y la Independencia hasta los parajes de Lindux. Otros tres descubren al viajero la Línea P, la barrera defensiva franquista que sembró el Pirineo de búnkeres acabada la Guerra Civil, por temor a una invasión tras la Segunda Guerra Mundial.

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Ibañeta y los primeros valles jacobeos

 

Las cruces clavadas a la vera del sendero revelan el paso de miles de peregrinos que, provenientes de Donibane Garazi (San Juan de Pie de Puerto), cruzaron y cruzan la frontera rumbo a Finisterre. Por Ibañeta pasa el Camino Bajo, que llega de Luzaide (Valcarlos), aunque habrá quien haya optado por el cercano Camino Alto o Ruta de Napoleón, que asciende hasta Bentartea y atraviesa Lepoeder, más duro pero más bello si cabe. Ambos confluyen para iniciar juntos el Camino Francés, el más transitado de los caminos jacobeos.

 

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La colegiata de Orreaga-Roncesvalles

Ambos ramales se unen en Orreaga-Roncesvalles. Refugio de peregrinos desde el siglo XII, su colegiata es el punto alfa por antonomasia del Camino de Santiago. De su conjunto monumental destaca la iglesia de Santa María, arquetipo del gótico Île-de-France. Junto a ella se encuentra la capilla de San Agustín, donde reposan los restos de Sancho VII el Fuerte y se exhiben las cadenas que, se cuenta, fueron el origen heráldico del Reino de Navarra.

El edificio más antiguo de Roncesvalles es la capilla de Sancti Spiritus. Es una construcción románica más conocida como Silo de Carlomagno. Dice la tradición que se levantó como tumba de los soldados francos que murieron en la batalla de Roncesvalles aquel 15 de agosto del año 778. Cierto o no, alberga las osamentas de cientos de peregrinos que vieron aquí el final de sus días. Desde la pequeña iglesia gótica de Santiago conviene cruzar el puente sobre la regata de Arrañosin para adentrarse en el bosque de Basajaunberro, un recorrido tan sencillo como agradecido.

 

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Auritz-Burguete, el refugio de Hemingway

Durante 3 km se sigue la estela de las conchas hasta Auritz-Burguete, ejemplo perfecto de pueblo-calle. Sus casas, alineadas en torno al Camino, compiten en nobleza y elegancia dentro de la sobriedad característica de la arquitectura pirenaica. Muchas de ellas fueron levantadas entre los siglos xviii y xix, y todas tienen nombre propio: Argizarigilearena, Etxezuri, Txikipolit, Porkatxo….

Auritz fue el lugar elegido por Hemingway para contrarrestar el desenfreno de los Sanfermines alojándose en el Hostal Burguete. Siguiendo sus pasos, esta ruta abandona la senda cristiana para tomar rumbos paganos hacia lo que él llamó «el lugar más malditamente salvaje de los Pirineos».

 

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los valles de Aezkoa y Zaraitzu o Salazar

Mientras los peregrinos continúan hacia mendebalde (lugar de donde vienen los vendavales), el poniente, esta ruta se encamina hacia ekialde (el lugar del Sol), allá donde el astro rey nace allende las montañas derramándose por los valles de Aezkoa y Zaraitzu o Salazar. Es un peregrinaje en comunión con la tierra, al encuentro con la cuna de los vascones, pueblo antiguo que aún mantiene viva la herencia de sus antepasados. Dan de ello testimonio los eguzkilore que protegen las puertas de muchos hogares. Estos cardos, con su flor dorada, obligan a los seres malignos de la noche a contar sus numerosos pinchos, tantos que llega la luz antes de que terminen, teniendo que huir de vuelta a sus simas y antros. El propio escritor norteamericano fue testigo de ello cuando venía a pescar truchas a Aribe, el bellísimo pueblo de Aezkoa presidido por un puente medieval: «Siempre que me acuerdo de Irati se me eriza el cabello –escribió–. Aquí, en el corazón de la espesura, espero a que Basajaun, Señor del Bosque, acuda a saludarme».

Como él nos internamos en el pálpito de la foresta, un pálpito montaraz y virgen que absorbe en una espiral de sensaciones. Es el momento de sumergirse en la inmensidad vívida de Irati, rebosante de colores, colores fronterizos de geografías y estaciones. Porque Irati es vida y color encarnados en forma de árbol. Alguien dijo que la naturaleza pinta estas frondas cuatro veces al año. En invierno de blanco, cuando las ramas se desnudan para que las vista la nieve. En primavera de un verde espectral puro, luminoso, joven, brillante, irreal. En verano de un distinguido verde bosque. Y en otoño… en otoño llega el paroxismo, porque en su tránsito hacia el frío, el arbolado estalla en una paleta que navega del verde al rojo, del rojo al ocre y del ocre al pardo.

 

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LA BELLA RUINA DE LA FÁBRICA DE ARMAS

La siguiente parada es Orbaizeta, la puerta de Irati en el valle de Aezkoa. Bajo los restos del castillo de Arlekia esperan las ruinas de la Real Fábrica de Armas sobre el río Legartza. La voz de Benito Lertxundi, el bardo de Orio, recuerda que, durante más de 200 años, «vestido de sombras, el murmullo desbocado del agua ha encontrado allí la fascinación del eco»… resonando entre los arcos que atraviesan el cauce.

 

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El dolmen de Soroluze y otros monumentos megalíticos de Navarra

Seguimos hacia el norte para ascender hasta el puerto de Iropile, en la muga de la Navarra peninsular con la de ultrapuertos. El crómlech junto al collado de Organbide, pese a su singularidad y a los símbolos solares que lo ornamentan, es reciente. En él se renuevan cada mes de julio las facerías entre Aezkoa y Garazi. Pero la zona está sembrada de auténticos monumentos megalíticos, desde el dolmen y el crómlech de Soroluze o los fantásticos crómlech de Azpegi (en la imagen), hasta la gran necrópolis del monte Okabe en la Baja Navarra.

No muy lejos, en la capilla románica de Salbatore de Mendibe, una placa honra la labor de Charles Schepens quien, con ayuda de un pastor local, organizó una red clandestina para el paso de refugiados por Irati durante la Segunda Guerra Mundial.

 

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La cueva de Arpea

Regresando a la muga, pero aún en Iparralde, una estrecha carretera nos lleva hasta una más angosta vereda. Arañando el barranco del nacedero del Errobi, nos conduce a la cueva de Arpea, un fenómeno insólito que aúna la seducción de lo inverosímil con el embrujo de los tiempos geológicos. Encajonada entre grietas, la piel pétrea de la Tierra se contorsiona, se arruga, se pliega en una V invertida que abre una puerta al inframundo en lo que bien pudiera ser la entrada a la morada de iratxoak y sorginak (duendes y brujas).

 

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El monte Urkulu y la reserva de Mandilatz

Sobrecogidos, es el momento de desandar el camino sabiendo que aún espera otro regalo. Y es que reinando sobre el horizonte quebrado de las montañas, vigilando las copas del bosque de Usario y la reserva de Mandilatz, se alzan los 1400 m del Urkulu. El abrupto relieve kárstico de este monte está coronado por la torre-trofeo circular erigida en el año 28 a.C. para conmemorar el dominio romano sobre Aquitania.

Las siluetas de vacas y yeguas pueblan los pastizales en los claros del bosque. Más abajo, pacen las ovejas que proveen a los viajeros de magníficos quesos camino de Arrazola. Desde aquí, el bosque se convierte en un intrincado laberinto de troncos entre los que pululan corzos y jabalís, nutrias y desmanes, quebrantahuesos, milanos y la joya del reino, el pico dorsiblanco. Así hasta arribar al veterano pantano de Irabia, donde el río Irati fue represado hace más de cien años, una serie de senderos surcan el interior del bosque.

 

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Es entonces cuando el viajero se pierde entre inmensas hayas y abetos que superan los 40 m, entre abedules de corteza alba, tejos, acebos de hojas espinosas, suelos acolchados por el tapiz de miles de hojas caídas y musgos colonizando la madera. La corriente del río es música telúrica, y la luz, que se filtra por los resquicios, crea un ambiente fantasmagórico, absorbente, a ratos escalofriante y siempre hechizante. El sonido en el silencio, el movimiento de la oscuridad cuando el viento acaricia el ramaje, la gota de rocío que corretea por los limbos hasta quedar suspendida de los ápices, ayudan a entender el alma de aquellos humanos que, estremecidos por la grandiosidad del bosque, lo poblaron seres arcanos.

 

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MIRADOR DE ZAMARIAIN

Nos perdemos entre inmensas hayas y abetos que superan los 40 m, entre abedules de corteza alba, tejos, acebos de hojas espinosas, suelos acolchados por el tapiz de miles de hojas caídas y musgos colonizando la madera. La corriente del río es música telúrica, y la luz, que se filtra por los resquicios, crea un ambiente fantasmagórico, absorbente, a ratos escalofriante y siempre hechizante. El sonido en el silencio, el movimiento de la oscuridad cuando el viento acaricia el ramaje, la gota de rocío que corretea por los limbos hasta quedar suspendida de los ápices, ayudan a entender el alma de aquellos humanos que, estremecidos por la grandiosidad del bosque, lo poblaron seres arcanos.

Salimos al valle para continuar por Aezkoa rumbo hacia el este. Tras sus cotas anárquicas, hallamos los hórreos escondidos entre las callejas de Hiriberri-Villanueva de Aezkoa, joyas góticas como San Martín de Tours en Abaurrepea-Abaurrea Baja o viejos cementerios como el de Abaurregaina-Abaurrea Alta, transformado en el Museo de las Estelas. Pero surge otra vez el paisaje adueñándose del espacio, con tesoros de roble, boj y heléboro como la reserva de Tristuibartea, y en lugares tan increíbles como el mirador de Zamariain, peña que desafía al precipicio como lengua de ttarttalo (cíclope de la mitología vasca) transmutada en roca al intentar lamer el cielo.

 

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Otsagabia-Ochagavía, la puerta oriental de Irati

Entramos en el Valle de Zaraitzu o de Salazar por Jaurrieta, cuyo caserío de impronta blanca contrasta con el más grisáceo de Ezcároz-Ezkarotze. El encanto de sus calles tiene su guinda en la cascada de Jasule, que labra en el barranco de Xoxo un recoleto y delicioso jardín de lamiak (ninfas). Y entonces aparece Otsagabia-Ochagavía, la puerta oriental de Irati. Se desparrama por ambas márgenes del río Anduña junto a su confluencia con el Zatoia. Presenta una factura típicamente pirenaica, de calles empedradas y elegantes casonas de piedra cubiertas con inclinados tejados. La mayor parte datan del siglo XIX, fruto de la reconstrucción de la ciudad tras el incendio provocado por los franceses durante la Guerra de la Convención o del Rosellón (1793-1795).

Por fortuna, Otsagabia conserva el puente medieval y varios palacios de la misma época, casas blasonadas del xviii y un crucero plateresco. No se puede dejar de visitar la iglesia de San Juan Evangelista (siglo xvi), pero, sobre todo, el original conjunto del Santuario de Muskilda, con su ermita románica y la casa del ermitaño.

Partimos primero hacia el noroeste para cruzar la sierra de Abodi, límite meridional de la selva. Desde el alto de Tapla o desde la magnífica atalaya de Goñiburu, el bosque arropa cumbres y valles penetrando en el territorio vascofrancés de Zuberoa hasta la cumbre del Organbidexka, inmejorable punto para la observación de aves cercano a los Chalets d’Iraty.

 

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LA MAGIA DE IRABIA

Un endiablado tobogán desciende hasta Iratiko Etxeak-Casas de Irati. Allí, todo es árbol y cielo. El sendero del bosque de Zabaleta conduce hasta Irabia por el llamado camino de los barranqueadores, un oficio relacionado con la extracción maderera y también desaparecido, como el de los almadieros. La técnica del barranqueador consistía en lanzar troncos sueltos por el río Irati, que luego se recuperaban gracias a las esclusas. Otra opción consiste en seguir el corto Paseo de los Sentidos, que se inicia en las ruinas del fuerte del siglo XVIII y la ermita de la Virgen de las Nieves y que obliga a vadear dos veces el río Urtxuria. Más exigente es la ruta de Errekaidorra, que sigue las riberas del río Urbeltza desde la cascada de Itsuosin y la reserva de Lizardoia, hasta los límites con la Baja Navarra y Zuberoa.

 

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Monte Orhi y sus espectaculares vistas

Es el momento de regresar a Otsagabia para cubrir la última etapa en el puerto de Larrau, bajo la cima del Ori (Orhi). Subir hasta el punto más alto de la sierra de Abodi tiene como recompensa contemplar vistas que son aliento para el alma. El Ori, el primer pico que supera los 2000 metros viniendo desde el mar Cantábrico, domina el panorama de este extremo de Irati. Su sombra se proyecta sobre un mar de nubes bajo el puerto de Larrau, como si un nigromante traslúcido quisiera ocultar los valles boscosos y despejar los cielos del norte.

Desde esta atalaya privilegiada, los Pirineos se muestran en todo su esplendor cortando nubes y azules. La muralla pétrea de la cordillera levanta sus cumbres hacia el levante en un alarde de fortaleza inexpugnable, de riscos y filos capaces de detener vientos y tempestades. El Ori vigila lanzando la mirada hasta la lejana muga de Ibañeta, pero sabe que hacia mendebalde (poniente), de donde llegan los vendavales, todo lo resguarda la pátina indómita de Irati. Solo queda regresar atravesados de nuevo por las hayas