Más que negra, verde

Selva Negra: de emblema del grand tour a referente en turismo sostenible

El sur de Alemania atesora un bosque tan extenso que incluso ha dado nombre a una región. Aquella floresta temida por los viajeros medievales está repleta de ciudades históricas y rincones naturales.

A finales del siglo XIX, las guías de viajes británicas situaban la Selva Negra –entonces dentro del gran ducado de Baden y el reino de Wurtemberg– entre los imprescindibles del tour por Alemania.

El ferrocarril recién llegaba, no sin dificultades, hasta Friburgo, Titisee, Bad Wildbad o Calw, lo que supuso un boom de visitantes sin precedentes a una región agrícola y forestal que hasta la fecha se había dedicado casi en exclusiva a la explotación maderera y al vidrio. En las guías de la época (Bradshaw’s, Murray’s o Reichard’s) los editores aclaraban que, a pesar de su inquietante nombre medieval, aquella Silva Nigra –Silva Martiana para los romanos– no era un lugar peligroso. Todo lo contrario: aquel territorio de profundas tradiciones era un lugar placentero, habitado por campesinos «amigables y hospitalarios» que «hablaban en un dialecto teutónico rudo».

 

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Friburgo

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Friburgo en clave histórico

Situada en el sur de la Selva Negra y con una buena conexión ferroviaria, Friburgo de Brisgovia era uno de los inicios de ruta clásicos, ya que desde ella se podía seguir en tren o en carruaje hasta otros rincones del ducado y del reino. Y sigue siendo así, excepto en los carruajes. Lo típico es arrancar la visita en el lugar donde nada (o muy poco) ha cambiado desde la fundación de la ciudad: la Altstadt medieval. Su punto neurálgico es la Münsterplatz. En esta plaza, todas las mañanas desde el siglo XI se despliegan puestos rebosantes de ruibarbos, coles, espárragos, jamón ahumado, patatas y fresas, los pilares del recetario tradicional en las regiones del sur alemán.

Catedral Friburgo

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Una catedral insólita

Dominando la escena se alza la Freiburger Münster, que para nada es una catedral corriente como las demás. Para empezar, es roja, el color de la inconfundible arenisca local con la que está construida; y para seguir, es de las pocas basílicas en Alemania que salió indemne tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una rara avis catedralicia de los siglos XI a XIII, en la que abundan las extravagancias: gárgolas irreverentes, una torre de aguja perforada como un visillo de bolillos y vitrales comisionados por los gremios medievales, con las alegorías de cada oficio en forma de martillos, zapatos, tijeras e incluso bretzels.

Friburgo. Callejear

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Hallazgos a pie de calle

Desde la Münsterplatz hay que dejarse arrastrar por la intuición a través de los callejones adoquinados del casco medieval, donde se conservan edificios de arquitectura preciosista, como los dos ayuntamientos, el Neues y el Altes Rathaus (el nuevo y el viejo). El barrio está recorrido por una red de canales por donde siempre fluye el agua fresca; no se trata de desagües sino de antiguos abrevaderos y puntos de abastecimiento para sofocar eventuales incendios.

El centro de Friburgo tiene arquitectura color pastel, cafés con encanto, jardines urbanos donde crecen los viñedos y silencio. Silencio de verdad para tratarse de una urbe con más de 230.000 habitantes. Y es que toda la región –el unificado land de Baden-Wurtemberg– tiene una fuerte implicación medioambiental desde que en los años 80 encabezara la revolución ciudadana contra las centrales nucleares. Aquí los coches tienen muy restringida la circulación, mientras que los tranvías, las bicicletas, los patinetes y los vehículos eléctricos marcan la movilidad urbana.

Vauban

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Los barrios del futuro

La ciudad más verde de Alemania tiene distritos como el de Vauban, un verdadero barrio del futuro por el que no circulan los coches, de hecho, el 70% de sus habitantes no tiene vehículo propio. En él las zonas verdes, la gente en bicicleta y las comunidades solares, o lo que es lo mismo, esos grupos de viviendas que generan mucha más energía de la que consumen, dominan el paisaje. Merece la pena subirse al tranvía para conocer este encantador barrio, que reivindica que las ciudades menos grises son posibles; y lo demuestra.

Desde Friburgo podemos conducir hacia el sur –la opción del coche eléctrico está cada vez más extendida, puesto que existen «electrolineras» en casi todas las poblaciones– y acercarnos a Titisee, otro de esos enclaves que cautivó a los viajeros decimonónicos. El escueto lago Titi se halla en el centro geográfico de la Hoch Schwarzwald, la Alta Selva Negra, y por ello suele escogerse como base de operaciones para explorar el sector sur de la región.

Lago Titisee

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El epítome del lago germano

La vocación turística de Titisee es evidente en sus abundantes restaurantes tradicionales, tiendas de recuerdos típicos y todo tipo de ocio sostenible en forma de barcas eléctricas, mercados navideños 100% iluminados con energías renovables y hoteles con el certificado verde. Es el edén para las familias con niños y también para conocer el origen de las tradiciones de la Selva Negra. Una de ellas es fácil de descubrir si uno se instala en una cafetería con vistas al lago y se rinde al ritual vespertino del kaffee und kuchen (café y pastel). Ante la variada fantasía azucarada, habría que optar por la tarta de la Selva Negra. La pantagruélica y famosa especialidad local tiene como protagonistas la nata en cantidades ingentes, el bizcocho de cacao y las guindas, que vienen en almíbar y también en su versión espirituosa, el kirsch.

Alta Selva Negra

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La bucólica Alta Selva Negra

La Alta Selva Negra posee bucólicos lagos de origen glaciar –además del Titisee, están el Feldsee y el Schluchsee–, amplias praderas donde pastan vacas hinterwald, granjas de madera con tejados a cuatro aguas y árboles, árboles por doquier. Son abetos, que en muchos lugares parecen soldados en formación, todos de idéntica altura, guardando entre sí igual distancia, sin pasarse de la línea. En su inmensa mayoría se trata de ejemplares de la misma edad, lo que evidencia que gran parte de la masa boscosa de la Selva Negra fue plantada por la mano humana en una época no muy lejana.

Los primeros escritores de guías británicos describieron profusamente valles, iglesias y ciudades balnearias, pero casi ni mencionaron los bosques, aunque sí que anotaron cuán frenética era la industria maderera y el transporte de troncos por los ríos. Para tener la imagen gráfica de aquella época basta con contemplar los óleos de algunos paisajistas de comienzos del siglo XX y constatar que a sus panoramas les faltaban precisamente los árboles. Obras como Mein Heimattal (Mi hogar) del pintor realista Hans Thoma, o Schwarzwaldlandschaft im Frühling (Paisaje de la Selva Negra en primavera) de J. Metzler, retratan un paisaje de praderas, campos de cultivo y escasos bosques.

Feldberg

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Feldberg, la cumbre más elevada

Pero el color verde volvió. Y para admirar mejor el inconmensurable bosque actual conviene subir hasta el monte Feldberg (1493 m), el punto más elevado del land o estado de Baden-Wurtemberg. La cumbre se puede alcanzar en teleférico y su perfil ejerce como un imán para los senderistas en verano y para los esquiadores durante unos inviernos que aquí siempre son más largos que en otras zonas de la Selva Negra.

La montaña de Feldberg, que está dentro de la protección del parque natural, es todo un compendio de animales y plantas que en realidad son extraños para esta zona. Sus nombres científicos dan muchas pistas sobre su procedencia original: la lechuga de monte (Cicerbita alpina), el escarabajo alpino (Chrysochloa alpestris) o la trucha ártica (Salvelinus alpinus) son especies que, entre muchas otras catalogadas en Feldberg, llegaron desde los Alpes durante la última glaciación. Y cuando los hielos se retiraron, ellas simplemente no retrocedieron.

Las curvas no suelen dar tregua en esta región, por lo que no es de extrañar que una de las carreteras que desde Feldberg pone rumbo norte, la Bundestrasse 500, sea un no parar de giros a derecha e izquierda. Las coníferas, hieráticas, solemnes, flanquean el asfalto a lado y lado para, de vez en cuando, dejar que el paisaje se abra entre nieblas y muestre praderas, granjas y pueblecitos que parecen recién salidos de un cuadro.

valle de münster

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Valles de cuco

Merecen un alto en el camino Hinterzarten, con su iglesia de cúpula bulbosa; Rohrbach im Schwarzwald, con sus múltiples granjas revestidas de placas solares; o Schönwald im Schwarzwald, que reivindica ser la cuna del sempiterno reloj de la Selva Negra. Su verdadero origen está en Baviera, pero los largos inviernos en esta zona agudizaron la creatividad de los artesanos locales, que llevaron los relojes a un estadio superior, saturándolos de adornos tallados a mano y añadiéndoles figuritas que bailan al son de Der Fröhliche Wanderer, además de un pajarito móvil que anuncia las horas en punto.

Los cucos fueron un importante recurso económico para las familias durante los siglos XVII y XVIII; cuando llegaba el verano, cargaban sus carros con estos ingenios de ornamentación barroca, cruzaban el muy exigente paso de montaña de Höllental (Valle del Infierno) y los distribuían por toda Alemania y allende las fronteras. Junto con la tarta Selva Negra y las basílicas de arenisca roja, estos relojes de cuco –no aptos para todos los salones– son otro de los tipismos que han resistido el paso del tiempo.

Triberg

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Las aguas milagrosas (y espectaculares) de Triberg

Un poco más al norte, Triberg im Schwarzwald también se apunta al fervor relojero, pero muchos viajeros llegan hasta ella por otro motivo: los supuestos poderes curativos de sus aguas. La basílica barroca de Maria un der Tanne (María en el Abeto) es una suerte de Lourdes en miniatura a la que acuden peregrinos de todo el país para aliviar las más variadas dolencias. En 1644 se obró la primera curación milagrosa y eso abrió la veda. Pero los menos fervientes prefieren acercarse a otras aguas que no son místicas, pero sí muy fotogénicas: las cascadas de Triberg, en las que el río Gutach salta 163 m en sucesivos saltos que le han dado el título de las cataratas más altas de Alemania. Si la niebla hace acto de presencia y se enreda entre la vegetación, se tiene una visión digna de ser pintada por Caspar David Friedrich.

Königsfeld

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Y de repente, el inesperado Königsberg

Hay que dar la espalda a Triberg y, otra vez zigzagueando entre abetos y praderas moteadas por vacas, conducir hasta Königsfeld, que también se apellida «im Schwarzwald». Olvidemos todo lo que hemos visto hasta ahora porque la devota Königsfeld es algo distinto. La villa tiene su origen en la colonia fundada a principios del XIX por un grupo de miembros de la Iglesia Morava, una congregación libre luterana de origen checo. Los devotos configuraron Königsfeld según los ideales barrocos, esto es a modo de cuadrícula en torno a una gran sala parroquial –que para los cristianos sería la iglesia–, algo que no se ve en ningún otro pueblo de la Selva Negra ni, casi, de Alemania.

Hoy la comunidad religiosa de Königsberg sigue siendo muy activa y es culturalmente muy efervescente. Muchos de los miembros que se fueron por trabajo han regresado con más canas y mejores coches para pasar la última etapa de su vida en esta placentera localidad donde todo está pensado y cuidado al milímetro. Es bonita, es rica, es intelectual, es sostenible ­–solo hay que ver su comunidad solar o sus e-tankstellen, gasolineras eléctricas– y es también una ciudad balnearia certificada por la especial calidad de su aire. Hay jubilados felices, sí, y también muchos estudiantes de la congregación que vienen desde otras partes del país, de Austria o Suiza para aportar ciertas dosis de algarabía a la localidad.

Scwarzwald

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Heterogeneidad boscosa

Los 6000 km2 de la Selva Negra tienen zonas forestales muy diferentes entre sí. Mientras que en algunos enclaves las madereras siguen trabajando a destajo para exportar materia prima a China o a Estados Unidos, en otros la protección del bosque es tan elevada que solo los científicos tienen permitida la entrada. Para meterse en el corazón más prístino de la arboleda hay que dirigirse a Ruhestein, donde el recién inaugurado centro de interpretación del Parque Nacional Schwarzwald deja a los visitantes asombrados con su extravagante arquitectura, sus exposiciones inmersivas y una pasarela que permite contemplar de cerca las copas de los árboles. Los excursionistas pasean bajo píceas monumentales y rezan para toparse con el habitante más emblemático de estos bosques: el urogallo, un ave galliforme cuya población se encuentra en declive por falta de diversidad genética. Los biólogos del parque están llevando a cabo un estudio sobre los cerca de 300 ejemplares que se han contabilizado en los últimos años.

Selva Negra. Bici

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Enchufados al cicloturismo

También los frutos silvestres, los miles de abetos y los tímidos urogallos ponen la nota de color a otro sector de la reserva natural en la Nördlicher Schwarzwald: Kaltenbronn. Por ella pasa una de las rutas ciclistas más exigentes del país, la Bike-Crossing-Schwarzwald, que atraviesa el bosque desde la ciudad de Pforzheim, en el norte, hasta el punto donde el Rin ejerce de frontera líquida con Suiza.

La gran travesía ciclista de la Selva Negra abarca 440 km de distancia y más de 16.000 m de desnivel. Gracias a las bicicletas eléctricas, el número de viajeros que se animan a emprender la ruta ha aumentado considerablemente. Los ciclistas forman parte del paisaje en esta región y también los aficionados a las bayas, que por extraño que pueda parecer acuden por miles en temporada estival para recogerlas, comerlas, comprarlas en forma de mermelada, licor o salsa y participar en la pintoresca Feria del Arándano que se celebra Enzklösterle, autoproclamado oficialmente como el «pueblo de los arándanos».

Selva Negra. Balnearios

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BadNearios

Al sector norte de la Selva Negra se viene a caminar, para ir en bici o para comer frutos del bosque entre otras cosas, pero en realidad quienes se llevan los honores son las ciudades balnearias. Todas esas bad que aparecen en los mapas fueron las pioneras del turismo en la región a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se convirtieron en un lugar de encuentro para nobles y burgueses europeos que llegaban con sus criados y sus guías británicas bajo el brazo.

Aunque la ciudad de Baden-Baden siempre fue la reina del baile, muchas otras crecieron a su sombra ofreciendo aguas de propiedades igualmente curativas, pero a precios más ajustados y para personas más interesadas en la salud que en la ostentación social. Destacan Bad Liebenzell, Bad Herrenalb o las más señorial Bad Wildbad, que no se quedó atrás acogiendo a celebridades como el compositor italiano Gioachino Rossini, a quien la ciudad ha dedicado un festival de ópera anual; o el laureado con el Premio Nobel de Literatura Hermann Hesse, que nació en la vecina –y muy bella– ciudad de Calw.

Así se disfruta de la Selva Negra

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Selva Negra versión 1860... y 2021

Si visitamos alguna de estas localidades haremos bien en seguir los consejos para el turista balneario que ofrecía la guía Murray’s de 1860: «La rutina del día comienza con un baño antes de desayunar. A ello le siguen excursiones por los alrededores, paseos por los jardines, visitas a cafés y salas de billares (...). Las actividades de la tarde concluyen con un baile una o dos veces por semana». Como ya habíamos imaginado, en el siglo XIX los baños termales eran, en realidad, lo de menos. 

Selva Negra