Reserva de la Biosfera

La Siberia Extremeña en siete preciosas razones

Ruta por esta sorprendente comarca del nordeste de Badajoz, entre dehesas, embalses y maravillas de roca.

Hay una comarca extremeña donde coinciden cinco ecosistemas, además de buitres, cigüeñas y ovejas que comparten un mismo color: el negro. Aunque las singularidades de La Siberia empiezan por su nombre: se llamaba Los Montes y los Lagos hasta que un embajador español que conoció las estepas de los zares dijo que esta tierra pacense le recordaba la de Rusia. La comparación gustó, y ahí sigue.

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Siberia

Foto: Shutterstock

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Los pueblos de La Siberia

A La Siberia se puede entrar por Tamurejo, donde la dehesa se despliega revelando las posibilidades de uno de los ecosistemas quizá más equilibrados del planeta. El pueblo celebra en verano La Siberiana, la apuesta por la cultura de una comarca que en 2019 fue distinguida como Reserva de la Biosfera.

En Garbayuela, el pueblo vecino, tienen un Monumento a la Mujer Extremeña, homenaje a su fuerza y determinación en un territorio con menos de 7 habitantes/km2 en el que aún se ven resineros realizando su viejo oficio en los bosques. Cruzando el río Guadalemar se llega a Siruela, antigua capital invernal de La Mesta, la institución ganadera que dominó la economía española durante siglos. Su plaza tiene una esbelta Torre del Reloj festoneada por nidos de cigüeñas.

Oveja merina negra

Foto: Gema Arrugaeta

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La oveja merina negra y otros animales autóctonos

Formidables rebaños pastan aún en este emporio de la encina y el mastín. Destaca uno de oveja merina negra criada de forma ecológica. Lo cuida la familia Cabello Bravo, que apuesta también por otras razas autóctonas, como la gallina extremeña, el burro andaluz, la cabra retinta, el pavo de la dehesa o el propio mastín; y además organiza trasterminancias populares a través de la Asociación Caravana Negra, ideada para dar a conocer el territorio y los animales.

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Masatrigo

Foto: Shutterstock

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Entre picos y embalses

A las afueras, el sendero entre pinos y castaños al pico La Motilla, el techo de la región (940 m), permite contemplar el espectáculo de embalses emergidos en época franquista. Los cinco que se construyeron hicieron de La Siberia la zona con más costa interior de España.

En Sancti-Spíritus, zona de pesca fluvial, la iglesia con mampostería mudéjar prologa la contemplación del monte Masatrigo, una pirámide tan perfecta que parece de ficción, emergiendo del embalse de la Serena. La llaman «la rotonda más grande de España» porque su falda puede circunvalarse en coche.

Castillo

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El gigante extremeño

Al noroeste, el castillo de Puebla de Alcocer despunta sobre una peña bajo la que el pueblo se arracima en cuestas que un día remontaron el vizconde al que Cervantes dedicó El Quijote o Agustín Luengo, el «gigante extremeño» que nació aquí y medía 2,35 m, honrado con un museo.

A tiro de piedra está Talarrubias, otro núcleo ganadero, inserto en un paisaje estepario propicio para el sisón y la avutarda. Cerca es posible refrescarse en los embalses de Orellana y García Sola, frecuentados por cardúmenes de peces y cangrejos, cuyas carcasas cubren las orillas tras ser devorados por jabalís.

Puerto Pena

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Un dólmen entre buitres

Hacia el oeste, Navalvillar de Pela se aplana llenándose de regadíos y cereales, mientras el conglomerado cuarcítico de Puerto Peña, hábitat de buitres leonados que en primavera planean junto a alimoches y cigüeñas negras, ofrece rutas por bosques y cañadas ovinas, donde ver garduñas, meloncillos o zorros y, por la noche, escuchar conciertos de grillos topos.

Puerto Peña inaugura el paso al norte con un slalom montañoso del que se puede reposar en La barca del tío Vito, bar emblemático de Peloche, con vistas al embalse de Valdecaballeros, óptimo para pesca y navegación recreativa. Solo doblando un saliente rocoso se puede ver un dolmen prehistórico rodeado de acebuches, el olivo silvestre.

Miel

Foto: Getty Images

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El olor más dulce

Antes de penetrar más en el norte hermético, conviene desviarse a Fuenlabrada de los Montes, meca de apicultores, que huele literalmente a miel. Y luego remontar hasta Herrera del Duque, reducto de casas solariegas e iglesias medievales. Hasta llegar a los Montes Públicos del Cíjara, donde la vegetación se adensa con bosque replantado de pino y eucalipto. A partir de ahí, La Siberia se vacía aún más y los socavones certifican un olvido institucional que la fauna amortiza: «He visto manadas de más de mil gamos», afirma un vecino.

Cíjara

Foto: Shutterstock

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Pueblos de altura

Villarta de los Montes aparece encajada en un valle sinuoso. Si la sequía lo permite, el puente por donde desfilaban los rebaños trashumantes aflora sobre el embalse del Cíjara, ofreciendo una visión paradójica, porque disfrutar su belleza del siglo XV es mala noticia. Aún más al norte, Helechosa y Bohonal –ambas apellidadas de los Montes– completan este triángulo de pueblos de altura apegados al pantano, donde el Guadiana es recibido con dos farallones en forma de hoz: un pórtico majestuoso a una de las zonas más desconocidas de España.