Singapur, el Nueva York asiático

Oriente y Occidente confluyen entre los rascacielos de esta ciudad-estado que está de moda

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ANDREW NG HAN BOON

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Marina Bay

Esta zona es un espectáculo arquitectónico: el Museo ArtScience, con forma de flor de loto, las torres del hotel Marina Bay Sands y los jardines Gardens by the Bay, inspirados en una orquídea gigante.

SENG CHYE TEO / GETTY IMAGES

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Río Singapur

Barcazas y terrazas de restaurantes dan vida a Boat Quay, el sector fluvial de Civic District. En esta zona se instalaron los británicos en 1822.

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Kampong Glam

Es el distrito donde residía la aristocracia malaya hacia 1819.

STEVE VIDLER / ACI

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Sri Mariamman

Este templo hindú situado en medio de Chinatown es un ejemplo de la convivencia religiosa en Singapur.

REX BUTCHER / AWL IMAGES

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Chinatown

Templos de varios credos, mercados callejeros y cafés animan las calles de este barrio multicultural.

R.NAGY / SHUTTERSTOCK

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Templo de la reliquia de Buda

Inaugurado en 2007, es muy venerado por los restos sagrados que custodia y por su museo budista.

GONZALO AZUMENDI

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Singapur marítimo

El exuberante y vanguardista Gardens by the bay se abre paso entre los rascacielos de la zona portuaria.

GAVIN HELLIER / AWL IMAGES

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Merlion Park

Esta zona ofrece vistas de Marina Bay y sus hoteles. Su icónica fuente, mitad león y mitad pez, representa el origen pescador de Singapur y el significado del nombre en malayo: Ciudad del León.

Mapa: BLAUSET

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A dónde ir

1 Marina Bay. Entre los rascacielos destaca el Museo ArtScience y el jardín Gardens by the Bay.
2 Little India. El centro de este barrio es el templo de Sri Mariamman.
3 Chinatown. Multicultural y muy animado.
4 Kampong Glam. En el barrio malayo hay casas coloridas y talleres de artistas.
5 Orchard Road. La gran avenida de las compras.

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Decir Singapur es decir multiculturalismo. Esta ciudad-estado del Sudeste Asiático es el mejor ejemplo de convivencia entre culturas, de mezcla entre lo tradicional y lo moderno, entre Oriente y Occidente, entre la cocina china, la europea y la malaya, entre budismo, islamismo, cristianismo e hinduismo. Precisamente esa amalgama, esa mixtura, es lo que convierte a Singapur en un país único, un inmenso jardín tropical sobre el que se alza un bosque de rascacielos, entre los que destacan algunos de los más futuristas del mundo.

Viajé por primera vez a Singapur, que significa Ciudad del León, hace más de tres décadas y aún recuerdo el impacto que me produjo su orden y su extremada limpieza. Acostumbrada al bullicio y la suciedad de los mercadillos asiáticos, fue un auténtico choque encontrarme en un lugar donde casi se podía comer en el suelo. De ahí que muchos europeos lo llamen la Suiza asiática.

Unida al continente por dos puentes que conectan con Malasia, Singapur es la mayor de las 64 islas e islotes de un pequeño archipiélago que, en los últimos años, ha logrado aumentar su extensión a base de ganarle terreno al mar. Su expansión ha sido tan notoria que ha desatado el malestar de sus vecinos Malasia e Indonesia, que han prohibido venderle más arena. El Gobierno, sin embargo, no ha cejado en su empeño constructor, que considera básico para el crecimiento económico de una nación con una de las rentas per cápita más altas del mundo.

Para disfrutar de Singapur hay que entrar en la ruleta de la combinación de elementos contrapuestos. Por ejemplo, modernidad de día y tradición de noche. Así, empezamos la mañana en el complejo Marina Bay Sands. Sobre sus tres torres, a 200 metros de altura, se extiende una piscina a la que solo tienen acceso los huéspedes del hotel, aunque los visitantes pueden ascender hasta la plataforma que la alberga y contemplar las vistas desde el observatorio de Sands SkyPark. El complejo está abierto a las más diversas actividades: compras, exposiciones, restaurantes y museos, incluido el Art-Science Museum, de innovador diseño.

La tradición la buscamos a la caída de la tarde en Little India, un barrio que nació a consecuencia de la política de segregación de los británicos que, a partir de 1824, controlaron la isla; cinco años antes, Stamford Raffles había establecido allí un asentamiento de la Compañía Británica de las Indias Orientales. En el Singapur independiente, que en 2015 conmemora los 50 años, no hubo segregación, pero los indios –el 8% de los 5,5 millones de habitantes– no se mudaron. Se encontraban cómodos en su barrio, que inundaron de templos, mercadillos, restaurantes y locales de música en vivo.

Con apenas 700 kilómetros cuadrados de superficie –menos de la mitad de Londres–, la antigua aldea de pescadores que los malayos denominaron Temasek es hoy un puerto franco donde no se pagan impuestos. Es el paraíso de las compras, un escaparate de Asia o, mejor, un continente en miniatura con toda su variedad cultural. Fomenta el consumismo que algunos de los centros comerciales más emblemáticos, como el Mustapha Center, permanezcan abiertos las 24 horas.

Siguiendo por la senda de los contrastes, la combinación del distrito de negocios y Chinatown no tiene desperdicio. Hay que perderse entre las gigantescas estructuras de cristal y acero del cuarto centro financiero mundial y reaparecer bajo farolillos rojos, para deleitarse con la variedad de la cocina china
en uno de los centenares de puestos callejeros y restaurantes del barrio –el 76% de los singapureses son chinos–. En medio del barrio se erige otro ejemplo del contraste cultural y religioso de Singapur, el templo hindú de Sri Mariamman, de 1827.

El lugar perfecto para escapar de las multitudes de Chinatown es el fuerte Canning, en la parte sur de la ciudad. Se halla en un hermoso parque, sobre la colina en la que Raffles decidió construir su residencia desafiando a la población local, que la consideraba habitada por las almas de sus ancestros y la denominaba Bukit Larangan (colina prohibida). Las obras sacaron a la luz restos arqueológicos de antiguas edificaciones, tal vez de los siglos XIV a XVI, cuando Singapur se convirtió en un importante puerto hasta su destrucción en 1613 por invasores indonesios. Los sucesivos gobernadores británicos usaron la residencia, pero Charles J. Canning, el primer virrey de India, dio más valor a la estratégica situación de la colina y convirtió la vivienda en un fuerte.

Salimos del parque por Orchard Road para adentrarnos de nuevo en la locura de las compras. Este amplio bulevar está flanqueado por las mejores tiendas y centros comerciales de la ciudad, como Tangs, el más antiguo de Singapur, que requiere por sí mismo una visita. Hay también numerosos hoteles y restaurantes de lujo. Y de la opulencia al diminuto barrio árabe (Kampong Glam), con su notable mezquita. Es una delicia recorrer las callejuelas de uno de los primeros asentamientos de la colonia británica en el que se establecieron los mercaderes árabes y que hoy habitan malayos.

En la ciudad-estado de Singapur todo es fusión, todo es híbrido, incluido su sistema político, que muchos consideran semiautoritario. Se trata de una democracia parlamentaria en la que, desde su independencia, solo ha gobernado el Partido de Acción Popular de Lee Kuan Yew, padre de la nación y primer ministro entre 1959 y 1990; su hijo, Lee Hsien Loong, dirige el Gobierno desde 2004. Las leyes lo regulan todo, hasta los sitios en las calles donde se permite fumar. Saltarse la norma acarrea graves castigos, incluida la pena de muerte para el tráfico de drogas, que no se duda en imponer a los extranjeros. Considerado un importante nudo de conexión aérea entre Asia, Australia y Europa, y con un puerto que sostiene uno de lo mayores tráficos de contenedores del mundo, Singapur es un país hiperconectado en el que muchos edificios e instalaciones públicas, como los aeropuertos, tienen wifi gratuito. Sin embargo, los medios de comunicación se autocensuran para evitar las tijeras del Estado, las multas o el cierre.

En autobús, en tren ligero, andando o en bicicleta, nadie debería salir de Singapur sin visitar su extenso parque botánico, también conocido como el Jardín de las Orquídeas porque contiene alrededor de 3.000 tipos distintos de esta flor de pétalos de terciopelo, cuyas variedades se estudian en su centro de investigación. Darse un chapuzón en el mar es otra forma perfecta de acabar el viaje. Las mejores playas están en la isla de Sentosa, en el extremo sur del país, a la que se accede a través de un teleférico o del monorraíl que la recorre. Base británica durante la Segunda Guerra Mundial y hasta la independencia de Singapur, la isla de Sentosa es hoy el lugar preferido de la mayoría de singapureses por su oferta de actividades, desde playas hasta parques acuáticos, museos de historia y un recinto con más de 2.500 mariposas.

MÁS INFORMACIÓN
Documentos: pasaporte.
Idiomas: inglés.
Moneda: dólar de Singapur.
Horario: 6 horas más.

Cómo llegar y moverse: El vuelo desde España hasta Singapur realiza escala en un aeropuerto europeo y dura unas 15 horas.
Los autobuses y los modernos trenes de la MRT (Mass Transit System) llegan a todos los puntos de la ciudad. El taxi también resulta muy útil y barato. Hay billetes turísticos para uno o varios días. En los edificios públicos la conectividad vía wifi es gratuita; para registrarse solo se necesita el nº del pasaporte.

Turismo de Singapur