Un profesor africano que fue a la India en la década de 1960 para ver si podría aplicar algo del camino indio en su propio país recién llegado a la independencia, comentó confuso: “Demasiada gente, demasiados animales, demasiadas costumbres, demasiados dioses… ¡demasiado de todo!”. Es una anécdota que recoge Álvaro Enterría en su delicioso y didáctico libro La India por dentro. Ilustra perfectamente lo excesivo que es ese país en todas las vertientes, su barroquismo natural, sin duda derivado de una cultura tan antigua.
El hinduismo, con el que los occidentales identificamos genéricamente la cultura india, en realidad no es una religión tal y como establecen los cánones, pues no tiene fundador, ni iglesia, ni autoridad central, ni dogmas. Ni siquiera hay una cifra exacta sobre cuántos dioses forman parte de esa creencia: según la fuente que se consulte, oscila entre los 300.000 o los 300 millones. Muchos en cualquier, caso, como afirmaba el atónito profesor africano.
Los hindús son capaces de ver la sacralidad en elementos naturales o artificiales. De ahí que por ese inmenso país se desperdiguen algunos templos que suelen dejar perplejo hasta al viajero más impertérrito.