Estrambóticos

Los templos más chocantes de la India

Cuando la sacralidad se sale de la lógica para sorprender al viajero

Un profesor africano que fue a la India en la década de 1960 para ver si podría aplicar algo del camino indio en su propio país recién llegado a la independencia, comentó confuso: “Demasiada gente, demasiados animales, demasiadas costumbres, demasiados dioses… ¡demasiado de todo!”. Es una anécdota que recoge Álvaro Enterría en su delicioso y didáctico libro La India por dentro. Ilustra perfectamente lo excesivo que es ese país en todas las vertientes, su barroquismo natural, sin duda derivado de una cultura tan antigua.

 

El hinduismo, con el que los occidentales identificamos genéricamente la cultura india, en realidad no es una religión tal y como establecen los cánones, pues no tiene fundador, ni iglesia, ni autoridad central, ni dogmas. Ni siquiera hay una cifra exacta sobre cuántos dioses forman parte de esa creencia: según la fuente que se consulte, oscila entre los 300.000 o los 300 millones. Muchos en cualquier, caso, como afirmaba el atónito profesor africano.

 

Los hindús son capaces de ver la sacralidad en elementos naturales o artificiales. De ahí que por ese inmenso país se desperdiguen algunos templos que suelen dejar perplejo hasta al viajero más impertérrito.

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shutterstock 1042821220. Adoración a la moto con matrícula RNJ7773

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Adoración a la moto con matrícula RNJ7773

En Rajastán, cerca de la carretera que une Jodhpur con Pali, se adora una moto. En concreto, una de las clásicas Royal Enfield que era propiedad de un sanador muy popular conocido como Om Banna. Él mismo señalaba que sus poderes solo se manifestaban si estaba completamente borracho. De ahí que en uno de sus trayectos a una aldea para curar a un enfermo chocara con un árbol y falleciera en el acto. Las autoridades retiraron el vehículo del lugar del accidente y lo llevaron a un depósito. Pero, misteriosamente, la moto –dicen los locales– volvía a aparecer en el lugar donde Om Banna se había estrellado aquella noche de diciembre de 1991. Así que se decidió levantar un mausoleo y cubrir con una gran vitrina a la motocicleta. Ahora es un templo visitados por cientos de personas todos los días, que le dejan collares de caléndulas y rezan para que los poderes de Om Banna beneficien a sus familiares enfermos.

iStock-495613294. En compañía de 20.000 ratas sagradas

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En compañía de 20.000 ratas sagradas

En el mismo Rajastán, al sur de Bikaner, se halla el templo Karni Mata, uno de los que resultan más morbosos para los occidentales. Su peculiaridad es que los dioses adorados son las más de 20.000 ratas que campan a sus anchas por cada rincón del oratorio. Quienes desean visitar el lugar deben caminar descalzos (como es preceptivo en cualquier templo hindú) por suelos de mármol en los que los roedores corretean y saltan, a menudo entre los pies de las personas –lo que se considera auspicioso–. También trae suerte encontrar, entre los miles de roedores grises, marrones y negros, algún ejemplar blanco.

 

Los fieles llevan a diario grandes cantidades de fruta, verdura y leche para alimentar a las ratas. El templo, según una difusa teoría, habría sido puesto en marcha por un avatar de Durga (diosa invencible del bien sobre el mal) por no haber sido atendida en una petición. Y las ratas serían todos sus descendientes desde el siglo xv.

Lord Amarnath. El falo helado de Shiva

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El falo helado de Shiva

En un ambiente muy diferente al del tórrido desierto de Rajastán, en las montañas del Himalaya, hay una cueva hacia la que cada mes de julio se dirigen una media de 200.000 peregrinos. Se trata de Amarnath, en Cachemira. El templo natural es venerado por la cascada helada que se halla en su interior, y que los hinduistas interpretan se trata de un lingam (falo) que representa al dios Shiva.

 

Acceder a la cueva de Amarnath es dificultoso porque se halla a 3.900 metros de altitud. Los fieles deben recorrer estrechos caminos himaláyicos en pleno monzón si quieren unirse a la peregrinación de principios de julio, que es cuando la nieve se retira de la entrada de la cueva. Además de ser durante la temible estación de lluvias, Cachemira es la zona de guerra más alta del mundo, donde los ejércitos indios y pakistaní se disputan ese territorio.

 

Por motivos de seguridad, en los últimos años a los peregrinos se les ha dotado de una pulsera magnética con un chip que identifica a cada persona, se puede saber si avanza en la cola que conduce al falo helado sagrado o se desvía del sendero con intenciones no “estrictamente religiosas”.

iStock-643463314. La sed de sangre de Kali

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La sed de sangre de Kali

En el extremo opuesto de la India, en el estado de Bengala Occidental, se localiza un templo que rinde culto a Kali, la siempre sedienta de sangre diosa de la destrucción (lo que no necesariamente es malo, pues para que haya construcción debe existir destrucción. Además, es eliminadora también de la maldad y los demonios).

 

Kali reclama beber a diario, por lo que cada jornada se sacrifican una media de 20 cabras frante a su imagen. Un matarife realiza un tajo rápido en el cuello del animal y dirige el chorro hacia la estatua, que queda bañada. Regueros rojos caen por la pared y se deslizan por el suelo hasta los desagües cercanos. El espectáculo no es apto para estómagos y narices sensibles.

iStock-583958200. La filigrana de piedra más exquisita

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La filigrana de piedra más exquisita

En el estado de Maharashtra hay un templo también chocante, pero esta vez se trata de su construcción lo que maravilla. En torno a las cuevas de Ellora los escultores indios vaciaron una montaña a fuerza de martillo y escoplo hasta dibujar en piedra uno de los lugares de oración más bellos de la Tierra, Kailasa.

 

El templo fue labrado a mediados del siglo viii y representa al mítico monte tibetano, considerado el centro del Universo por varias religiones asiáticas y lugar donde Shiva se sienta en su trono de roca y hielo. Cúpulas, pilares, puertas que representan elefantes, leones, frisos, capillas… un templo que dobla en tamaño al Partenón ateniense y que no admitía error, pues se empezó a esculpir de arriba abajo, guardando las proporciones y llegando a entresacar 200.000 toneladas de piedra.