En el 10: Cantavieja
Hay localidades que por su orografía parecen estar condenadas a ser bonitas. ¡Y menuda condena! Es el caso de Cantavieja, quien gobierna un meandro retorcido donde se enclava, tanto en el espacio como en el tiempo. Conquistar el cortado es sumergirse en una localidad llena de encanto cuya visita tiene varios platos fuertes. El primero, el torreón y la fortificación que protege el pueblo. El segundo, su plaza porticada de una armonía y una fotogenia indiscutible. El tercero, el curioso museo dedicado a las Guerras Carlistas. Y el cuarto, el precioso sepulcro gótico de alabastro del Capellán de Amposta ubicado en la iglesia de San Miguel.

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En el #9: Puertomingalvo
La belleza de esta localidad, ubicada en pleno Parque Cultural del Maestrazgo, se esconde entre sus estrechas calles adoquinadas. Con una historia que se remonta a los íberos, entre sus monumentos destacan su Castillo, el Portal Alto o de San Antón, así como el Hospicio de Poma, del siglo XV, y el Ayuntamiento. Las ermitas de San Bernabé y de San Bárbara también merecen una visita.

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En el #8: Mirambel
Hay quien ha oído hablar por primera vez de Mirambel por ser el escenario de la mítica película Tierra y libertad de Ken Loach. A otros les suena por ser la protagonista de la novela La venta de Mirambel de Pío Baroja. El caso es que no hay quien discuta la fotogenia y el encanto medieval de una localidad amurallada que tiene un encanto especial. Sobre todo, en rincones como el Portal de las Monjas (en la imagen), la ermita de San Roque o su ajado castillo. Todo ello sin olvidar sus dos joyas civiles, los palacios renacentistas de Casa Aliaga y Casa Castellot.

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En el #7: Cretas
Con Cretas el viajero suele ser injusto ya que se encuentra a medio camino de dos highlights rurales: Calaceite y Valderrobres. Y sin embargo, si se deja a un lado la carretera principal para hollar su centro histórico, lo que espera es un trazado de calles irregulares, soportales y algún que otro monumento digno de ser contemplado. El más característico, la iglesia de la Asunción, un altísimo templo que transmite solemnidad solo con su volumen. Después es el momento de dar con la Plaza de España y su emblemático rollo de justicia o los restos del antiguo castillo. Un recorrido en el que sorprenden plazuelas medievales y algún que otro hallazgo como la Casa Turull y el Portal Capilla de San Antonio de Padua.

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En el #6: Rubielos de Mora
Sobre una planicie a casi 1000 metros de altura, Rubielos de Mora cuenta con un Conjunto Histórico Artístico donde destacan su casas solariegas y pequeños palacios de nobles, así como la Excolegiata de Santa María la Mayor o su Casa Consistorial. Además, el municipio cuenta con varias ermitas del siglo XV que son una delicia. De este siglo también datan los conventos de Agustinas y el de las Carmelitas Descalzas, ambos en piedra y con un bello claustro.

En el #5: Mora de Rubielos
Existe un subgénero de localidades atractivas que se lo deben todo a un pasado en el que fueron casi ciudades (al menos en proporción e importancia). Es lo que sucede con Mora de Rubielos, que pese a superar por poco el millar de habitantes cuenta con un patrimonio señorial y asombroso digno de ser visitado. Aquí todo gira en torno al portentoso Castillo Palacio de los Fernández de Heredia, una mole que sorprende por su tamaño y su omnipresencia en la ciudad, pero que a su vez esconde restos románicos y góticos de gran valor. Una vez superada esta atracción inevitable es el momento de visitar su otra joya, la antigua colegiata de Santa María, un portentoso templo de estilo gótico levantino que sorprende por sus dimensiones. De hecho, con 19 metros de ancho, su nave es una de las más anchas de este estilo en España.

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En el #4: La Fresneda
El modo de empleo de esta interesante villa es sencillo: de abajo arriba. O lo que es lo mismo, conquistarla pero sin espadas ni caballos. Por eso, lo normal es abordarla desde el portal de Xifrè y remontar la callejuela hasta dar con la Plaza Mayor. Y aquí el stendhalazo es inevitable, ya sea por su monumentalidad rupestre o por esa Casa Consistorial que es una auténtica joya del siglo XVI con su lonja y su balcón. Después espera el callejeo, ya sea por su coqueta judería o por su señorial Calle Mayor. Y cuando todo parece haber acabado, asoma la parte alta de esta localidad, con las ruinas del castillo, la iglesia parroquial de Santa María la Mayor y el antiguo cementerio.

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En el #3: Calaceite
Perteneciente a la deseada comarca de Matarraña, Calaceite se caracteriza por sus cuestas y calles adoquinadas, en las que destacan las casas solariegas construidas en piedra y decoradas con forja. Esta localidad es la puerta a Cataluña desde Aragón y su conjunto histórico es Bien de Interés Cultural desde 1973. Su plaza mayor, las capillas-portales o la bassa -o balsa- son algunos imprescindibles de este pequeño municipio en cuyas afueras, además, se pueden visitar los poblados ibéricos de San Antonio, Tossal Redó o Els Castellans.

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En el #2: Valderrobres
La capital de la comarca de Matarraña está cruzada por el río homónimo. Valderrobres se sitúa sobre una colina, a los pies del río, y en su término municipal abundan los yacimientos arqueológicos, pues esta zona ha estado habitada desde tiempos inmemoriales. Su casco antiguo, al que se accede a través de un bello puente medieval que formó parte de las murallas de la localidad, está plagado de lugares de interés. Entre ellos destacan el Castillo – Palacio, la iglesia de Santa María la Mayor (gran ejemplo de gótico levantino), su Ayuntamiento o la Casa de los Moles.

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Considerado por muchos como uno de los pueblos más bonitos no ya de Teruel, sino de España, el encanto de Albarracín reside en su ubicación: sobre la ladera de una montaña, rodeado por el río Guadalaviar. Enclave habitado desde la Edad del Hierro, de la actual Albarracín no hay que perderse sus murallas y torres medievales, que recorren toda la ladera de la montaña, el Alcázar, la Catedral del Salvador, ni el Palacio Episcopal o la Casa Consistorial. Su conjunto histórico fue declarado Bien de Interés Cultural en 1985.