Paraíso arqueo-natural
Oculto en la cara norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, una de las selvas húmedas mejor conservadas de Colombia, y entre los 900 y los 1.200 metros sobre el nivel del mar, el impresionante Parque Arqueológico Ciudad Perdida –conocido por los Tairona como Teyuna– está al alcance de muy pocos. Para visitarlo hacen falta tres días de caminata por senderos abiertos de forma rústica entre el bosque tropical húmedo; una aventura apta solo para amantes del senderismo y la naturaleza, cuya recompensa llega en forma de edén arqueológico y natural.
La aventura es el camino
La travesía comienza en el poblado de Mamey tras dos horas y media en coche por caminos de tierra desde Santa Marta. El exigente recorrido de más de 40 kilómetros de ida y vuelta transcurre en medio de la tupida jungla, completamente aislado del mundo civilizado. A cambio, vistas donde la frondosa selva se pierde en el infinito y tapiza con mil tonalidades de verde las encrespadas montañas, amaneceres apoteósicos, cascadas que se descuelgan de grandes riscos, una amplia variedad de fauna como monos aulladores, tucanes, jaguares, serpientes o mapaches, y poblados de wiwas y kogui –descendientes de los Tairona– en los que la vida parece haberse detenido en el tiempo.
La recompensa lo vale
El camino es duro y está repleto de empinadas cuestas, ríos cuyo caudal varía en minutos, nubes de mosquitos y otra cantidad de insectos, una humedad relativa del 86% y barrizales pegadizos en los que patinas como en una pista de hielo. Pero, tras dos días y medio de estar en completa desconexión, de disfrutar de las maravillas de la naturaleza y de subir los 1.200 escalones que separan la selva de la entrada a Teyuna, la recompensa al llegar es igual de sobrecogedora. Ante tus ojos se abre una sucesión de imponentes terrazas construidas sorteando el enorme desnivel que dibujan las laderas de la sierra y caminos de piedra custodiados por enormes palmeras, taguas y frondosos árboles tropicales.
Un desafortunado hallazgo
Se cree que Teyuna fue construida hacia el año 650 d.C. y que llegó a albergar hasta a 1.500 personas, que habitaban en bohíos circulares sin ventanas y con techos de palma, emplazados en plazoletas circulares con escaleras y complejos caminos de piedra. Los colonizadores españoles nunca lograron subir hasta allí, pero las continuas guerras y enfermedades que trajeron consigo lograron diezmar la población Tairona hasta en un 80%. Se dice que los supervivientes escaparon a áreas fuera del control colonial pues, hacia el año 1600, la ciudad quedó abandona y fue el bosque quien terminó por engullir sus terrazas y monumentos a la Madre Tierra. Aunque las comunidades indígenas actuales, los wiwa y kogui, siempre supieron de la existencia y la ubicación exacta de Teyuna, fueron los guaqueros –expoliadores de tesoros arqueológicos– quienes la descubrieron de forma casual en 1970 y la despojaron de sus tesoros, su oro y sus objetos más preciados.
De la coca al turismo comunitario
En los años 80, cuando Ciudad Perdida había sido restaurada y preparada para abrirse como Parque Arqueológico, la Sierra Nevada de Santa Marta fue azotada por el narcotráfico y el conflicto armado. Así, sus habitantes –campesinos e indígenas– pasaron a trabajar en los cultivos ilícitos de coca de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), envueltos en una cruenta guerra que parecía no tener fin. Pero la vida les sonrío y, gracias a la desmovilización de este grupo armado en el año 2006 y de que la zona volviera a la calma, encontraron en el turismo la mejor forma para ganarse la vida. Hoy muchos de sus habitantes, excombatientes reinsertados, se dedican a guiar a los senderistas hasta Ciudad Perdida mientras relatan cómo un yacimiento arqueológico los salvó de la guerra.
La majestuosidad sigue intacta
A pesar de todas las incidencias –intento de colonización por parte de los españoles, enfermedades y plagas, saqueos de guaqueros, violencia y narcotráfico– Teyuna, declarada Reserva de la Biósfera por la UNESCO, fue rescatado de las garras del bosque y puesta a punto para los viajeros ávidos de arqueología y naturaleza. Hoy, es uno de los mayores atractivos turísticos de Colombia y su travesía es uno de los trekking más asombrosos del continente. Para conservar esa aura de misterio de las civilizaciones del pasado y lograr que siga siendo uno de los pocos territorios salvajes del planeta, el Gobierno cuida celosamente la entrada de visitantes, obligando a que todos lo hagan a través de guías oficiales adscritos a empresas autorizadas.