Tíbet: viaje al corazón del Himalaya

La ruta desde la capital Lhasa se adentra en un mundo de paisajes míticos y dioses milenarios

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GÜNTER GRÄFENHAIN / PHOTONONSTOP

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Palacio de Potala

Era la residencia del dalái lama, líder espiritual y político, antes de que China invadiera el Tíbet en 1959. Fue erigido en 1649, tiene 13 pisos y mide 110 metros de alto.

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Norbulingka

La antigua residencia de verano de los dalái lamas, en el oeste de Lhasa, se compone de varios palacios.

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Centro de Lhasa

La ajetreada calle Barkhor es el mejor lugar para comprar objetos artesanales y palpar el ambiente de la capital tibetana.

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Lugares sagrados

El monasterio de Sera fue erigido en 1419 y el de Jokhang en el siglo VII.

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Shigatsé

El Dzong, fortaleza destruida en 1961 y reconstruida en 2007, imita la estructura del palacio de Potala.

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Lagos Sangwa Ri

Es una de las primeras etapas de la Carretera de la Amistad, que recorre 700 km entre Lhasa y la frontera nepalí.

ACI

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Nómadas del Himalaya

En la página siguiente, mujer nómada vestida de gala y piedras «mani», pintadas con imágenes de santos.

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Llanura de Tingri

Al fondo de este árido altiplano emergen cuatro picos que superan los 8.000 metros de altitud: Everest, Makalu, Lhotse y Cho Oyu (en la fotografía).

Mapa: BLAUSET

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Una ruta hasta el pie del Everest

1 Lhasa. La capital tibetana tiene tres puntos de interés principales: el palacio de Potala, el de Norbulingka y el monasterio de Jokhang.
2 Gyantsé. La gran estupa de Kumbum es el principal atractivo de esta ciudad.
3 Sangwa Ri. La Carretera de la Amistad bordea este conjunto de lagos.
4 Shigatsé. Imprescindible por el monasterio de Tashilunpo, la fortaleza y los mercados, donde se venden alfombras y otros objetos artesanales.
5 Everest. Camino del campo base, se pasa por el monasterio de Rongbuk.

En el cielo de Lhasa, una mole de piedra blanca brilla como un faro que guía a los navegantes hasta el pie de sus escalones. Inicialmente aturdido por el aire tenue de los 3.600 metros de altitud, el visitante acude al palacio de Potala con el respeto reverencial que merece uno de los hitos viajeros más codiciados del mundo.

Llegar a las puertas del Potala, residencia de los dalái lamas en los últimos cuatro siglos, significa penetrar en el misterioso Tíbet. Desde que en la Edad Media Marco Polo hablara de un país de poderosos magos que eran capaces de apartar la lluvia con las manos, el mito se ha ido alimentando con los siglos. El cierre de fronteras en el siglo XVIII para todos los extranjeros hizo crecer la curiosidad entre los occidentales, que han mostrado un ahínco especial en llegar a Lhasa para descubrir qué había de cierto acerca del país oculto tras las montañas del Himalaya, situado a 4.000 metros de altitud y poblado por monjes que podían levitar o entrar en combustión a voluntad.

Ofrendas en Potala

Peregrinos procedentes de todas las regiones circunvalan el Potala para cerrar su viaje de postración. Llegan zarandeados por el viento de la altiplanicie. Empuñan sus molinillos de oración y presentan ramilletes de hierbas aromáticas encendidas como acto de respeto. El viajero extranjero, por su parte, penetra en las oscuras capillas y se pierde por el entramado de edificios de más de 400.000 metros cuadrados. Pero el templo más adorado por los tibetanos, el Jokhang, se encuentra en el cada vez más empequeñecido casco antiguo de Lhasa. Es el templo al que los budistas del Tíbet y Mongolia y muchos otros países desean arribar. Levantado en el siglo VII, se reconoce por los cervatillos dorados que custodian la Rueda de la Ley desde su azotea. Hay que pasearse por sus capillas en silencio y resistiendo el aire casi inflamado por los miles de velitas que queman en el interior. Desde el tejado se obtiene una visión privilegiada del Potala.

Los novicios practican el arte de la dialéctica con una coreografía basada en las palmadas absolutamente inesperada

Al salir de tan sacro lugar el visitante puede perderse entre los puestos de venta de regalos que hay en el Barkhor, la parte más antigua de la ciudad. Y después de regatear un largo rato, acercarse hasta el Norbulingka, el palacio de verano del dalái lama. O, tras un reconfortante almuerzo, acudir a las afueras de Lhasa a las sesiones vespertinas del monasterio de Sera, donde los novicios practican el arte de la dialéctica con una coreografía basada en las palmadas absolutamente inesperada.

La llamada Carretera de la Amistad, que une el Tíbet con Nepal, pasa junto a algunos de los monumentos más interesantes del país. Primera parada: Gyantsé. Aquí está el Kumbum, la estupa más grande del Tíbet, un edificio circular de 35 metros de alto coronado por una cúpula dorada y situado dentro del monasterio Pelkor Chöde. Tiene 77 capillas y su nombre, kumbum, que significa «cien mil imágenes», augura la riqueza de lo que el brillante sol tibetano mostrará al visitante.
Antes de volver a la carretera conviene escaparse a los lagos de Sangwa Ri. Allí se comprende por qué en el budismo tibetano los embalses naturales son considerados sagrados, ligados a la Luna, la Madre de la Tierra, el elemento femenino. En contraposición a las montañas, relacionadas con el Sol, el lado masculino, el Padre de la Tierra. En las aguas de un lago los lamas escogidos reconocen el rostro de los lamas reencarnados.

Por las zonas rurales

En estos territorios apartados de las principales vías de comunicación tropezamos con los nómadas, pastores –preferentemente de yaks– que viven en tiendas de lana negra y visten al estilo tradicional. No hay que dejarse engañar por la rudeza del entorno, según nuestros estándares, son gente rica, pues llegan a poseer hasta un millar de cabezas de ganado. Es la oportunidad de aprovechar la hospitalidad tibetana y probar su té, enriquecido con una bola de mantequilla rancia de yak.

En el viaje hacia el occidente tibetano por la carretera principal, detenemos el vehículo en Shigatsé para visitar el Tashilunpo, uno de los monasterios más importantes del país y, tradicionalmente, palacio del panchen lama, la segunda autoridad religiosa del país. El centro es muy activo y los monjes acogen a los visitantes tanto en sus oficios como en los refectorios.

En el monasterio de Rongbuk vive una comunidad , que se distingue por no cortarse el pelo

Siguiendo el camino que marca el sol, enlazamos Shigatsé con Shegar, puerta de entrada a la reserva natural del Chomolungma (nombre tibetano del Everest). Un desvío conduce al monasterio de Rongbuk, situado a 4.980 metros de altitud, donde vive una comunidad nyimapa –que se distingue por no cortarse el pelo– y desde donde mejor se divisa el Everest. En este lugar se instalan los campamentos base que atacan la cima y desde aquí partió la mítica expedición de 1924, de la que aún queda en el aire si George Mallory y Andrew Irvine lograron hollar la cumbre.

En esta parte de la provincia de Tsang, la estepa de color león, con ondulados campos de hierba quemada por la nieve y la falta de oxígeno, va mutando a un verde esmeralda alimentado por las lluvias monzónicas del verano. Estamos a punto de cruzar el Himalaya en el llamado Puente de la Amistad. A partir de ahí pasamos al hechizante Nepal, un país en esencia hinduista donde nos espera la misma creencia en la belleza y la búsqueda de la felicidad.

MÁS INFORMACIÓN

Documentos: pasaporte, visado y un permiso específico para el Tíbet.
Idiomas: tibetano y chino.
Moneda: yuan.
Horario: 8 horas más.

Llegar y moverse: Katmandú, la capital de Nepal (el visado nepalí se tramita en el aeropuerto), es la entrada habitual al Tíbet para los europeos. Los trayectos hasta allí desde Madrid hacen una escala. Las autoridades chinas no permiten viajar por libre en el Tíbet.

Embajada de China: c/Arturo Soria, 113 (Madrid). Tel: 915 194 242