Un mundo por descubrir

Todos los secretos del norte de Portugal

Desde jardines románticos a catedrales fastuosas, el país vecino tiene mucho que mostrar si se viaja fuera de las rutas turísticas más usuales,

Desde la frontera gallega hasta Coimbra, la ruta por el norte de Portugal sigue ríos que nacen en España y desaguan en el Atlántico, circula a través de viñedos, aldeas de montaña, playas, pueblos pescadores y ciudades repletas de tesoros artísticos. Una tierra encajada entre el azul del océano y el verde de bosques y campos.

 
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Frontera fluvial entre Portugal y España

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Vistas a la frontera

Sobre el Miño, desde lo alto de la torre de la catedral de la ciudad gallega de Tui, se contempla justo enfrente, en la orilla portuguesa, el espléndido conjunto de Valença do Minho, con su doble fortaleza alzada sobre una colina. Un puente de hierro de 1884, diseñado por el ingeniero riojano Pelayo Mancebo de Agreda siguiendo la moda de Gustave Eiffel, separa las dos poblaciones fronterizas y las une ya irremediablemente. 

 
Valença

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Preciosismo a este lado del Miño

Cruzar el río y descubrir Valença es como viajar al siglo xviii, cuando se erigieron las murallas poligonales dobles, separadas por un foso para proteger las calles empedradas y las casas con dinteles de piedra, mantenidas con cuidado y mucho cariño: una prueba evidente de cómo Portugal ha sabido proteger su patrimonio. Eso sí, también hay que decirlo, el ayer se ha convertido hoy en escaparate de todo tipo de géneros textiles, toallas, manteles, sábanas y un largo etcétera para seducir a sus vecinos españoles exhibiendo la fórmula de «las tres bes»: bueno, bonito y barato. Con las compras a cuestas o sin ellas, un consejo antes de salir: acercarse a la Pousada de São Teotónio, desde donde se divisan, fértiles y anchas, las tierras verdes del valle del Miño.

 
Santa Luzia do Monte

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¡Qué vistas!

La ruta sigue el río hasta su desembocadura –un estuario magnífico– y se dirige hacia el sur. La próxima etapa, ya en la costa atlántica, es Viana do Castelo, una ciudad renacentista por todos sus costados, levantada gracias a los beneficios de la pesca del bacalao en Terranova entre los siglos xv y xvi. La que hasta entonces era una modesta población de pescadores se llenó de mansiones manuelinas y de iglesias ricamente decoradas. La mejor vista del conjunto se consigue desde la colina de Santa Lucía: con el río Lima, el océano, las playas doradas y un buen puñado de casas de labor a sus pies, el viajero se siente el rey del universo.

Barcelos

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BarcelosQuiquirí, dice el gallo

Lo de Barcelos es de capricho, pero tiene su porqué al ser uno de los centros de cerámica artesanal más importantes de Portugal y cuna del colorido gallo imagen del país, cuya leyenda se explica en el Museo Arqueológico, en el de Olaria (alfarería) y en el Centro de Artesanía de Barcelos. El mercado de los jueves –documentado desde 1412– atrae a miles de vendedores y visitantes que ocupan no solo el terreno asignado, sino la población entera. Vale la pena vivirlo. Etapa en el camino de Santiago proveniente de Oporto, Barcelos cuenta con diversos vestigios medievales, como el puente sobre el río Cávado, la torre de las viejas murallas, la iglesia de Santa María, una picota (pelourinho) y alguna mansión.

 
Braga

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La escalera hecha monumento (y Patrimonio de la Humanidad)

Braga es sin duda la capital indiscutible de esta zona. Por historia y por poderío religioso. Romana, visigoda y árabe, cobró toda su importancia en el siglo xviii, convertida en el faro portugués de la Contrarreforma. Su catedral es un par de siglos anterior, aunque sus naves estén recompuestas en tiempos barrocos con una decoración exuberante. Y es que, en su centro histórico, los estilos gótico, manuelino y barroco se alternan y se superponen en fachadas civiles y religiosas, con preciosos ejemplos como la Capilla y la Casa de los Coimbra. En los alrededores de la ciudad destacan varios centros de peregrinación, como corresponde a su honda tradición católica. De entre todos los templos sobresale el santuario del Bom Jesus do Monte, precedido de una espectacular escalinata barroca que salva en zigzag cien metros de altura y que muchos peregrinos suben de rodillas.

Desde Braga, a unos 100 km hacia el interior, llegamos al encantador enclave de las termas de Vidago y Pedras Salgadas, frecuentadas por la realeza en el siglo xix. Provistas de estancias palaciegas, instalaciones modernas y jardines, garantizan en la actualidad una estancia de lo más placentera.

 
shutterstock GUIMARÃES

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GUIMARÃES: amable y monumental

Su historia se remonta a la Edad de Cobre, aunque debe su gloria a un hecho más cercano en el tiempo, pues en ella nació Alfonso Henriques, primer rey de Portugal tras independizar el condado portugués del reino de Castilla y León en 1128. Guimarães se convirtió entonces en la cuna de un reino que se fue expandiendo hacia el sur conquistando tierras a los musulmanes y que alcanzó su época dorada con los descubrimientos marítimos de los siglos xv y xvi. 

De aquellos hechos, estas realidades: iglesias como la de San Francisco, capillas como la de San Miguel, colegiatas como la de Nuestra Señora de Oliveira, palacios como el de los Duques de Braganza y, en resumen, un centro histórico declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Guimarães es una ciudad perfecta para disfrutarla sin agobios y acercarse a la historia de Portugal. Si se desea retroceder más en el tiempo es recomendable visitar Citania de Briteiros, a 15 km, una aldea prehistórica que mantiene las bases de piedra de 150 chozas y la triple muralla que las protegía.

 
iStock-1226394558.  Amarante

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Amarante, una sopresa en el camino

La tentación de dirigirse directamente a Oporto es grande, pero en el interior aguardan nuevas poblaciones y paisajes. Rumbo hacia el Támega (afluente del Duero) se atraviesa Trofa, una aldea que vive en gran parte de las labores de ganchillo y bolillos que tejen sus mujeres; a pie de calle se exponen tapetes, colchas, cortinas y demás adornos para el hogar.

Muy cerca se halla Amarante, una auténtica sorpresa en el camino. Situada en plena sierra de Marão, el Támega la atraviesa y la parte en dos pedazos unidos por un puente de piedra. Posee un centro histórico manejable y bien conservado, con casas de granito y rejería, y tradiciones religiosas como la veneración a san Gonzalo de Amarante, un conseguidor de bodas. Además, su gastronomía es famosa tanto por sus platos dulces como por los consistentes y salados, y ofrece un sinfín de posibilidades senderistas por la sierra, rocosa y cubierta parcialmente de coníferas.

Casa de Mateus

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Casa de Mateus, una mansión de cuento

La ruta sigue hacia Vila Real, también a la sombra de la sierra. Los atractivos son variados en esta localidad: la catedral, los paseos con vistas a las gargantas del río Corgo y a las casas colgantes, y, a unos tres kilómetros, el Solar o Casa de Mateus. Este palacio de estilo barroco es hoy la sede de una fundación cultural que mantiene abiertas al público sus elegantes salas y su jardín de cuento.

Bragança

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Bragança: museo a cielo abierto

Aún más al este, alcanzamos la región de Trás-os-Montes, la esquina nordeste del país. Su corazón es una ciudad medieval plantada en un alto, rodeada de murallas y con un nombre profundamente portugués, Bragança. Una referencia, un lugar y una historia que no podrían faltar en un recorrido por el norte de Portugal. Porque precisamente aquí se halla la sede del Ducado de Braganza, la familia que gobernó el país desde 1640 hasta 1910. La ciudad amurallada se conserva intacta, aunque eso sí, a la manera de un museo, sin más vida que la de los visitantes, que crean un bullicio propio evocando quizás el ya inexistente. Su Ayuntamiento, del siglo xii, es el más antiguo de Portugal. La ciudad siguió creciendo con los siglos, pero ya extramuros, hacia el llano, con algún edificio art nouveau, una animación asegurada y una oferta culinaria espléndida.

 
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Oporto y su sky line famoso

Toca plantarse en Oporto, la ciudad del Duero, del vino y de la industria textil, la capital económica de Portugal. Fotogénica, hermosa y situada estratégicamente sobre dos colinas en la orilla derecha del Duero, a poco de su desembocadura. Aunque su nombre figura en documentos y mapas desde los tiempos de los navegantes portugueses, Oporto alcanzó notoriedad en el mundo mucho después, gracias a sus vinos ambarinos y aromáticos, exportados por sagaces comerciantes ingleses a partir del siglo xvii y sobre todo durante el xviii. 

La situación de Oporto sobre el río es de lujo, y su estructura urbana obliga a estimular no solo la curiosidad y el disfrute, sino también las piernas con el sube y baja de sus calles y plazas. Pero da muchísimo gusto caminar desde la Plaça da Liberdade a la Ribeira y a los muelles (cais), introducirse por calles y callejas, contemplar monumentos como la iglesia y la torre dos Clérigos –con unas vistas de cortar el aliento–, acercarse a los restos de la muralla Fernandina y visitar la magnífica catedral, de origen románico y transformada en estilo barroco. Y al mismo tiempo respirar los aires que vienen del océano, sumergirse en el bullicio de los talleres y comprobar si sigue siendo real la imagen de la ropa tendida al viento.  

Hay que llegar a la Plaça da Ribeira para descansar en uno de sus cafés, el mejor lugar para constatar, en la orilla opuesta de río, la presencia de las bodegas del famoso oporto, instaladas en el barrio conocido como Vila Nova de Gaia. Y desde donde hacer recuento de los muchos puentes de la ciudad, todos de categoría. Cada quien tiene sus preferencias, pero el más conocido es el Ponte Don Luis I, con dos plataformas y un enorme arco de hierro que se ha convertido en símbolo de la ciudad, proyectado en 1877 por Théophile Seyrig, socio de Gustave Eiffel.

 
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Un paisaje patrimonio de la humanidad

A una hora y pico de distancia remontando el río, entre Régua y Pinhao, se halla uno de los rincones paisajísticos más bellos del norte portugués. El curso del Duero traza amplias curvas, bordeado de colinas tapizadas de viñedos que bajan escalonadamente hasta la orilla y caseríos blancos de teja roja. Aquí se cultiva la uva que antes llegaba en barcazas (rabelos) hasta las bodegas de Oporto y que ahora se transporta por carretera. Una hermosura conocida como el Valle del Douro, donde el paisaje ha sido moldeado por la naturaleza y por el trabajo del hombre. 

 
Aveiro

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Aveiro no es la Venecia portuguesa

Unos 60 km al sur, alcanzamos la ciudad de Aveiro, cerca de la desembocadura del río Vouga. Sin el caudal ni la importancia del Douro, el Vouga aboca sus aguas sin fuerzas ni ganas de llegar al mar. De ahí que en el siglo xix los pescadores de la zona forzaran la construcción de canales que permitieran acceder a mar abierto, una transformación que convirtió el antiguo puerto de Aveiro en una ciudad realmente singular. Dejando de lado las recurridas comparaciones con Venecia, Aveiro es una ciudad radiante que cuenta con una ría hermosísima que se extiende paralela al mar. Los ríos Vouga, Antua y Boco desaguan en esta vía fluvial, hábitat de abundantes peces y aves acuáticas que hallan refugio en sus riberas e islotes.

 
Parco do Buçaco

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¿El paisaje más romántico de Portugal?

De camino a Coimbra, hay que hacer una parada imprescindible en el Parco do Buçaco (oficialmente, Mata Nacional do Buçaco), uno de los conjuntos de bosque y jardines más valiosos de Portugal. Se extiende sobre unas 100 hectáreas y abarca diversos microclimas que han dado origen a una increíble biodiversidad, con ejemplares vegetales mediterráneos y también atlánticos. El recinto es originario del siglo xvi y se mantuvo al cuidado de distintas órdenes religiosas hasta que el primitivo convento pasó a convertirse en lugar de descanso de la familia real portuguesa. 

Tras la proclamación de la República en 1902, el palacio de Buçaco se convirtió en hotel de lujo, con un favorecedor aire melancólico, que por unas horas o alguna noche proporciona la sensación de vivir al margen del siglo xxi. Los senderos del parque, las fuentes de piedra, las cascadas artificiales, las cruces cubiertas de verdín, las pérgolas de enredaderas, los macizos de camelias, hortensias y rosas, las escalinatas que salvan alguna ligera colina: todos los elementos parecen aunarse para componer el más perfecto de los paisajes románticos.

 
Coimbra

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Coimbra, una ciudad pegada a su universidad

Muy cerca, Coimbra posee una situación de honor sobre el río Mondego, con un mirador (Vale do Inferno) que mantiene el aire nostálgico del bosque de Buçaco. La ciudad respira ambiente universitario por todos sus poros, y se apaga en vacaciones. Tiene, cómo no, una espléndida catedral con aspecto de fortaleza, de origen gótico y retoques renacentistas, algunos palacios blasonados y un museo con esculturas de los siglos xiv al xvi. En el paseo por Coimbra no debe faltar el edificio de su prestigiosa Universidad, la más antigua de Portugal, que fue fundada en 1290 en Lisboa, trasladada a Coimbra en 1308, de nuevo a Lisboa y, finalmente, de regreso a Coimbra en 1537. El edificio histórico de la Universidad es un antiguo palacio real y se denomina Paço das Escolas. Este soberbio recinto alberga estancias extraordinarias, como la Sala dos Capelos, la Sala das Armas, la manuelina Capilla de San Miguel y una biblioteca de 1724. 

 
Guarda

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Guarda y su catedral

El punto final de la ruta es Guarda, «plaza fuerte» de la Beira Alta. Se dice que fue un asentamiento de Julio César, luego fortaleza visigoda, amurallada por los reyes cristianos a finales del xii y, finalmente, guardiana de la soberanía portuguesa frente a Castilla. Ahí sigue. Tiene una catedral imponente con un punto amenazante (quizás esa fuera su función), también iglesias con azulejos, y un barrio antiguo formado por casas de piedra oscura, algunas encaladas. La plaza Luis de Camões, porticada con columnas de granito, se mantiene con el mismo cariño y cuidado que han protegido Valença do Minho, al comienzo de este itinerario. De nuevo siento esa sensación de gusto y sana envidia al pasear por estas ciudades, aldeas y campos que han respetado los vestigios de su pasado. 

 
 Serra da Estrela

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Serra da Estrela: el techo de Portugal

Guarda se encuentra en plena Serra da Estrela, la más alta de Portugal con el pico Torre, de 1993 m como techo. Es, además, un terreno fabuloso para el senderismo con 400 km de rutas señalizadas. En invierno, sus laderas se transforman en pistas de esquí y snowboard. La carretera que une Seia y Covilhã pasa por pueblos fortificados y aldeas que viven de sus rebaños de cabras y del sabroso Queijo da Serra, un queso curado, de pasta semiblanda y aroma suave. El mejor final a este viaje por el norte de Portugal.