Rumanía, la Dacia conquistada por el emperador Trajano el año 106, tiene sobre el mapa una forma más o menos circular, con Bucarest, la capital, en el sudeste y la región de Transilvania en el centro, como un corazón que late encajado entre las cordilleras de los Cárpatos Meridionales y los Orientales.
Colonizada por romanos, eslavos, mongoles, sajones, tártaros y hunos, e incorporada a Rumanía en 1918, Transilvania hoy presume de ser un mito viajero gracias a su triple atractivo paisajístico, monumental y legendario. Sus ciudades medievales, castillos e iglesias fortificadas se erigen en un área de colinas arropada por los espesos hayedos y encinares que le dieron el nombre de Transilvania, «más allá de los bosques».
La emergente y bulliciosa Bucarest, apodada «Pequeña París» a inicios del siglo XX, ofrece un interesante primer contacto con el país gracias a su mezcla de arquitectura soviética, avenidas nobles, iglesias ortodoxas y museos de arte. Apenas a dos horas en coche, la ciudad de Brasov, ya en Transilvania, introduce al viajero plenamente en la Rumanía medieval. La carretera que conduce hasta ella desde Bucarest pasa primero por Sinaia, estación balnearia conocida con el sobrenombre de la «Perla de los Cárpatos». Lo primero que se ve de Sinaia son los palacios Peles y Pelisor, mandados erigir a finales del siglo XIX por el rey Carol I, que emergen en lo alto de la colina. Sus jardines y estatuas de piedra recuerdan a las construcciones palaciegas germanas, mientras que en el interior destaca el artesonado ricamente labrado de los apartamentos imperiales y los salones de música, y también un pequeño teatro con aforo para sesenta personas.
Sinaia debe su nombre al monasterio homónimo, inspirado a su vez en el bíblico monte Sinaí (Egipto). El cenobio cuenta con un pequeño atrio hermosamente decorado, una capilla medieval en el patio y un taller de iconos y objetos litúrgicos. Es uno de los mejores lugares del país para adquirir los tradicionales huevos pintados, normalmente realizados en madera o plástico, además de algún que otro icono ortodoxo de madera o cristal.
El motor transilvano
Una media hora de conducción separan Sinaia de Brasov, emplazada en una depresión de los Cárpatos Meridionales y a los pies del monte Tâmpa (865 m). Foco económico y cultural de Transilvania desde el siglo XVI, la ciudad ha preservado su burgo medieval, recogido en torno a la plaza Sfatului o del Consejo. Allí se erigen los edificios civiles más destacados del Brasov antiguo, con la casa Sfatului ocupando el centro de la plaza y la casa Negustorilor (Casa de los Comerciantes) y una farmacia del siglo XVI en su lado sur. Apenas unos pasos separan esta plaza de la que alberga la Iglesia Negra, un templo coronado por una torre de 65 metros que debe su nombre al incendio que en 1689 ennegreció sus paredes y que a punto estuvo de reducirla a un puñado de cenizas. El interior de la iglesia exhibe una colección de tapices orientales y pilas bautismales, así como un magnífico órgano que puede escucharse durante alguna misa dominical.
Conviene dedicar una mañana al monasterio de San Bartolomé por ser la iglesia más antigua de Brasov, erigida en el siglo XIII por la orden de los Caballeros Teutónicos
Tras contemplar la vista desde lo alto del monte Tâmpa, al que sube un teleférico y un empinado sendero, apetece realizar una incursión en la gastronomía local visitando los restaurantes del centro histórico. Es el momento de degustar la contundente sopa rumana (ciorba), los rollitos de carne y arroz envueltos en hojas de vid o repollo (sarmale) o la carne picada a la brasa (mici). Todo ello acompañado por una deliciosa ensalada de berenjenas (salata de vinete) y coronado por el aguardiente local, el tuica.
Al norte, en la cima de la colina Cetatii, se erige la ciudadela del siglo XV, flanqueada por cuatro torres; hoy en día este antiguo recinto militar acoge conciertos de música clásica. Antes de proseguir el viaje hacia el legendario castillo de Bran conviene dedicar una mañana al monasterio de San Bartolomé por ser la iglesia más antigua de Brasov, erigida en el siglo XIII por la orden de los Caballeros Teutónicos. Es el primero de los enclaves relacionados con el príncipe Vlad Tepes –figura en la que se inspiró Bram Stoker para crear el personaje de Drácula en 1897–, pues cerca del templo se halla el lugar donde éste empalaba a sus enemigos.
Basta con recorrer 25 kilómetros para llegar al mítico castillo de Bran (siglo XIII). Domina el valle que comunica Valaquia con Transilvania desde lo alto de un risco y, a decir verdad, destaca más por la belleza de su ubicación que por la leyenda que lo acompaña. Al parecer, Vlad Tepes no pasó más de 48 horas en este fortín que controlaba el paso de mercancías y ejércitos, y no precisamente en el patio de armas o en alguno de sus renovados aposentos sino en sus mazmorras. Que Tom Cruise y Brad Pitt rodaran aquí Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994) alimenta aun más la leyenda. En las inmediaciones del castillo se apostan tenderetes que venden objetos con la efigie del sanguinario príncipe, pero también se pueden adquirir blusas y manteles exquisitamente bordados, una de las tradiciones más arraigadas en Rumanía.
En la ciudad de los gremios
La siguiente parada en esta travesía transilvana es Sibiu –la Cibinum romana–, 139 kilómetros al oeste de Brasov. Plaza fuerte de los Caballeros Teutónicos en el siglo XIII y núcleo dominado por poderosos gremios de artesanos (gildas) a partir del siglo XV, posee un bello casco antiguo que fue restaurado aprovechando la designación de Capital Europea de la Cultura en 2007. Cualquier paseo por Sibiu comienza en la diáfana y colorida plaza Mayor, presidida por la torre del Consistorio y la Biserica Católica (iglesia católica), de estilo barroco. Alrededor se despliegan tejados salpicados de «ojos» o pequeñas buhardillas, una gran variedad de templos religiosos y diversos museos de arte y tradiciones. Entre estos últimos destaca el Museo Brukenthal, una de las pinacotecas más importantes de Rumanía, que alberga la colección personal que el gobernador austriaco de Transilvania en el siglo XVIII donó a la iglesia luterana.
Las amuralladas Bazna y Biertan han sido un objetivo turístico largamente descuidado que por fin se han convertido en un excepcional reclamo para el país
El Puente de las Mentiras, la pasarela de diez metros de longitud y construida en hierro más antigua de Rumanía, da acceso a la zona baja de la ciudad. Esta área de paredes desconchadas y calzadas de adoquines está repleta de galerías de arte, portones de madera y cromáticos alféizares que amenizan el último paseo por Sibiu.
A una hora en coche rumbo a Sighisoara, las iglesias fortificadas de Bazna y Biertan internan al viajero en el pasado más genuinamente sajón de Rumanía. De clara vocación defensiva, ambos templos están separados por escasos kilómetros y emplazados en localidades repobladas por sajones a partir del siglo XII.
Las amuralladas Bazna y Biertan han sido un objetivo turístico largamente descuidado que por fin se han convertido en un excepcional reclamo para el país. Sus altas torres, bastiones y pasadizos se erigen en medio de un paisaje de bosques, en el centro de poblaciones a las que proporcionaban protección frente a los ataques tártaros y otomanos, y también espacio para almacenar víveres durante los largos asedios. En general el interior de estas iglesias sorprende por una desnudez ornamental apenas traicionada por algunas letras góticas, escudos, símbolos y dibujos florales, que irradian un halo indiscutiblemente germánico.
Biertan, declarada Patrimonio de la Humanidad, es la más sorprendente por su triple cinturón de murallas y por el excelente grado de conservación, debido a su condición de sede del obispado protestante hasta el siglo XIX y a las donaciones de comerciantes adinerados. Los diecinueve cerrojos de la puerta de la sacristía, de 1515, el púlpito de piedra de 1523 con escenas del Nuevo Testamento y las torres que jalonan el interior de la primera muralla son sus elementos más distintivos.

Una cerveza en casa de Drácula
La siguiente etapa del viaje es la encantadora Sighisoara, ciudadela declarada Patrimonio de la Humanidad y cuna de Vlad Tepes. Quien decida visitar la supuesta casa natal se llevará la sorpresa de encontrar un restaurante en el primer piso y una concurrida cervecería en la planta baja. Es preferible dedicarle tiempo a la Torre del Reloj y a pasear entre el centenar de casas del siglo XVI que se despliegan a su alrededor. También llamada Torre del Consejo, es el símbolo de la ciudad, fue erigida en 1676, mide 64 metros de altura y desde 1898 es la sede del Museo de Historia. Este museo permite ver las figuras del carrillón, que representan los días de la semana, y los documentos y obras que trazan un recorrido por la historia de la ciudad. Tras descender de la torre apetece sentarse en alguno de los cafés que se abren a la plaza Hermann Oberth o, más adelante, en la plaza Cetatii, rodeada por edificios renacentistas y barrocos.
Desde esta última parte la avenida Scolii, que desemboca en una escalera cubierta de 1642 y con casi 200 escalones que suben a la iglesia luterana Berghirche (siglo XIV). Desde lo alto se avistan los tejados multicolores y el dédalo de sinuosas callejuelas de la ciudad medieval, salpicada de tascas y patios secretos, empedrados y calles empinadas dedicadas a diferentes gremios de comerciantes y artesanos. A pesar de su origen sajón, ya no vive en la ciudad ningún descendiente de los alemanes que la fundaron y plantaron las cepas que tapizan las colinas cercanas. Este fértil paisaje es el que acompaña mientras se toma rumbo a Alba Iulia, otra ciudad esencial en la historia de Transilvania, separada 124 kilómetros de Sighisoara.
El interés de esta histórica área reside en los 22 monasterios bizantinos que forman parte del Patrimonio de la Humanidad por sus pinturas al fresco
La magnífica ciudadela con forma de estrella de Alba Iulia, construida entre 1714 y 1733, apenas dejó nada en pie de la fortaleza erigida por los romanos, cuando hicieron del asentamiento de Paulum el cuartel de su XIII Legio Gemina. Capital del principado de Transilvania durante los siglos XVI y XVII, Alba Iulia reúne sus tesoros arquitectónicos dentro de los 12 kilómetros de perímetro que encierran la ciudadela: los palacios Unirii, Babilon y Apor, la biblioteca Bathyaneum, la soberbia catedral Católica y la igualmente bella catedral Ortodoxa.
De nuevo en Sighisoara, es el momento de emprender la última etapa del viaje: el trayecto hacia el este para conocer Bucovina, dentro de la región de Moldavia. El interés de esta histórica área reside en los 22 monasterios bizantinos que forman parte del Patrimonio de la Humanidad por sus pinturas al fresco. Los más importantes son Arbore, Humor, Moldovita, Probota, Voronet, Patrauti y Sucevita, todos erigidos en los siglos Xv y XVI.
Envuelto por bosques de coníferas, el camino de 300 kilómetros hacia Bucovina ya es de por sí interesante, con ermitas solitarias y aldeas agrícolas que parecen no haber variado de aspecto en siglos. De vez en cuando habrá que adelantar carros que circulan por el arcén, o detenerse frente a pasos a nivel. Al final del trayecto espera el mayor conjunto del mundo de monasterios decorados con pinturas murales exteriores e interiores. Tal concentración es en realidad la materialización de un proyecto para adoctrinar en la fe ortodoxa a una población analfabeta que tenía por vecinos a católicos y musulmanes otomanos.
Monasterios «pintados»
La ciudad de Suceava –dispone de aeropuerto– es la mejor base para realizar el itinerario que enlaza los cinco conventos. Ubicada sobre una meseta cubierta de campos de cereales, su historia ha tenido muchos vaivenes políticos. Capital de Moldavia en el siglo XIV, fue conquistada por los otomanos en 1538, entró a formar parte del Imperio Austrohúngaro en 1775, perteneció a Rumanía tras la Primera Guerra Mundial y quedó integrada dentro de la URSS al finalizar la última contienda mundial. En la actualidad posee el interesante Museo Etnográfico y de Arte Popular, y el Museo Nacional de Bucovina, que ofrece una inmersión en el arte rumano hasta nuestros días. Alojarse en esta ciudad ofrece el aliciente de degustar de nuevo las especialidades culinarias rumanas y probar exquisiteces moldavas, como el vino blanco cotnari.
El monasterio de Sucevita, cercado por robustas torres y murallas, debería ser el primero a visitar por constituir una de las joyas del arte arquitectónico e iconográfico de Rumanía. A diez kilómetros se encuentra la localidad de Marginea, en la que varios talleres crean y venden «cerámica negra», de sobria decoración y tradición milenaria. En este final de ruta, los tesoros de Bucovina son un magnífico colofón a la ruta por los burgos medievales de Transilvania.
PARA SABER MÁS
Documentación: DNI o pasaporte.
Idioma: rumano.
Moneda: Leu (en plural, lei).
Diferencia horaria: 1 hora más respecto a España.
Cómo llegar: Hay vuelos diarios a Bucarest, la capital rumana, desde Barcelona, Valencia y Madrid. Otra opción es volar a Cluj Napoca, capital de Transilvania. En el aeropuerto, los taxis oficiales llevan el distintivo TAXI en el techo.
Cómo moverse: El coche de alquiler permite descubrir sin prisas el interior del país. La red de autobús y de tren es buena y alcanza la mayoría de poblaciones. El aeropuerto local de Suceava es el más próximo a Bucovina.
Alojamiento: En las ciudades hay pensiones y hoteles de tres estrellas. El turismo rural es de buena calidad.
Más información: Turismo de Rumanía: c/. Alcántara, 49-51 (28006 Madrid).
Tel. 914 014 268.
Web de Turismo de Rumanía