Casi 800 km

Claves para disfrutar de la Transpirenaica, la senda más desafiante de España... y de Europa

Desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico, el Gran Recorrido GR-11 atraviesa toda la cordillera pirenaica por la vertiente sur.

Para los montañeros de medio mundo, el sendero de Gran Recorrido GR-11 es una golosina de irresistible atracción. Atraviesa la cordillera de los Pirineos de cabo a rabo, con el aliciente de que comienza a orillas de un mar y acaba en la de otro.

Transpirenaica

Foto: Getty Images

El reto reclamará –incluso a los más avezados andarines– entre 35 y 40 días, por lo que se puede acometer de un tirón, en unas vacaciones estivales largas, o bien segmentándolo en diferentes viajes. Se puede cruzar de este a oeste o al revés, pues en sus extremos los Pirineos presentan las mismas características: montañas todavía bajas, cercanas al mar, que van adquiriendo categoría de forma paulatina. Las primeras jornadas son de “calentamiento muscular” para el alpinista. Llegado al centro de la barrera de piedra, los caminos comienzan a empinarse y endurecerse. Llega el contacto con la alta montaña, un clima más rudo, un paisaje más desnudo y mineral.

Por cuestiones estrictamente prácticas, parece más conveniente comenzar por oriente y terminar por occidente. Se exprime al máximo el depósito de horas de luz naturales (amanece antes y oscurece más tarde) y, sobre todo, se tiene preferentemente el sol a la espalda, y no en los ojos.

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La transpirenaica de este a oeste

Si optamos por esa elección, comenzaremos en los torturados escollos rocosos del Cap de Creus, el punto más oriental de la península Ibérica, el primer lugar por donde amanece todos los días del año. Un faro solitario y un mar azul cobalto y generalmente sereno –a no ser que sople el temido viento norte, la tramuntana– nos despide. Muchos senderistas cumplen con el rito de recoger un frasquito de agua del Mediterráneo que portearán durante todo el viaje para verterlo en el Cantábrico al llegar a la meta. Es la manera simbólica de unir ambos mares.

La comarca del Alt Empordà y la sierra de l’Albera se corresponden con los estándares más puramente mediterráneos. Hermosos pueblos silenciosos que motean el camino y, entre ellos, encantados bosques de alcornoques que nos hablan de una industria languideciente pero que solo cien años atrás generó mucha riqueza con la industria corchera.

Lo mejor es recorrerla de oriente a occidente, ya que se aprovechan al máximo las horas de luz.

Foto: iStock

La transición hacia cotas más elevadas se realiza por la Garrotxa, territorio volcánico y de profundas selvas de hayas. Los caminos empiezan a empinarse hasta cambiar hacia el Ripollès, donde la cosa empieza a ponerse seria y la montaña gana categoría. El pino negro se enseñorea del paisaje, y cuando el sendero empieza a rondar los dos mil metros de altitud el mineral es ya más abundante que la vegetación.

El paso por la Cerdanya es luminoso, como ese valle que es el único de los Pirineos que se abre en dirección este-oeste. Es decir, que vampiriza todo el sol posible y sus praderas son alfombras esmeralda.

En la cresta de los Pirineos

Las marcas de pintura blancas y rojas del GR-11 nos hacen cruzar una frontera, la del principado de Andorra, sin que lo percibamos. Ya estamos de lleno en la alta montaña pirenaica. La pauta se mantendrá durante por lo menos dos semanas.

La Transpirenaica está perfectamente equipada con refugios en los que pasar la noche. De media, cada 5-6 horas encontraremos uno de ellos. Son lugares básicos pero cada vez con más comodidades. Ayudan a pasar la noche, cenar y desayunar. Ello revierte en que la mochila con la que el viajero deba cargar sea liviana. De hecho, si pasa de los diez kilos seguramente se estará cometiendo un error. Hay que contar con que nos enfrentamos a una travesía de por lo menos cinco semanas, durante las cuales se caminarán una media de seis o siete horas diarias. Hay que llevar en la espalda todo lo necesario, pero que sea estrictamente imprescindible. Y ello significa, sobre todo, equipo para minimizar inclemencias meteorológicas y elementos de seguridad (luz frontal, brújula, mapa, cantimplora…).

La travesía tiene una duración mínima de cinco semanas si se caminan unas seis o siete horas diarias. 

Foto: Shutterstock

Tras cruzar el Parque Nacional de Aigüestortes, el senderista tiene la sensación de que completar la aventura es posible, pues ya ha cubierto la mitad de la travesía. Sin embargo, se presentan los paisajes más exigentes. El Pirineo aragonés es altanero y un poco intimidante. Reúne las cumbres más altas de la cordillera, con docenas de picos de más de tres mil metros de altitud, y a diario nos veremos en la tesitura de salvar desniveles que ya le están exigiendo a las piernas –habituadas a la caminata pero también con acumulación de fatiga– un gran esfuerzo. Las recompensas vivenciales y visuales, sin embargo, valen todo el sudor. Aparece el valle de Bielsa y, seguido, Pineta, que nos abre las puertas del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, el ombligo montañoso de la cordillera, la verdadera joya de la corona.

Las moles rocosas, los ibones y los paisajes minerales donde solo chovas o quebrantahuesos se atreven a alzarse más altos que las cumbres serán la dinámica de la cuarta semana de caminata. El cuerpo está pidiendo tregua cuando se llega a la cresta del Anayet y empieza a olisquearse en el ambiente que el perfil de la cordillera va a aplanarse poco a poco. Todavía queda el castillo de fuegos artificales de la Selva de Oza. Pero sí, Navarra ya asoma y los montes comienzan a redondearse. Las hayas, árboles que parece se lanzan a abrazarte, vuelven a ser las señoras del paisaje. Quedan jornadas prodigiosas por la Selva de Irati y el valle de Baztán, puro ensueño.

Casi 800 kilómetros separan ambos extremos de la ruta, que conecta el mar Mediterráneo con el Cantábrico. 

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Se desciende hasta el río Bidasoa y de pronto el caminante se encuentra otra vez en una playa, más de un mes después de haber visto la última. Tiene que rebuscar en lo más profundo de su mochila para dar con el frasquito de agua mediterránea y dársela a la cantábrica, para que se besen. El mar es aquí más indómito y frío. Pero el senderista ha cumplido su loco plan: caminar toda la cordillera pirenaica por la vertiente sur siguiendo las leves marcas de pintura de dos colores que le han ayudado a cubrir casi 800 kilómetros a pie.

Para disfrutar de la aventura

  1. Planificar las etapas para que siempre sobren fuerzas.

  2. La época idónea para evitar la nieve es a partir de San Juan y hasta mediados de octubre. Los refugios están muy frecuentados, es mejor reservar con unos días de antelación.

  3. Empezar a caminar hacia las 8 de la mañana y terminar la jornada antes de las 4 de la tarde.

  4. Llevar mapa o GPS y el teléfono siempre cargado.

  5. Alimentarse convenientemente, evitando caprichos grasientos o indigestos. Es mejor ingerir comida energética y saludable. Hay que hidratarse con regularidad, cada hora de caminata.

  6. No improvisar atajos. Seguir siempre las marcas blancas y rojas y los rótulos, y asesorarse con los guardas de refugio ante dudas.

  7. Protegerse bien del sol con gorra, gafas oscuras y lápiz labial. Usar una buen crema de factor de protección 50 o superior.

  8. Cargar con los mínimos “por si acaso”. Cada 2-3 días se pasa por un pueblo donde comprar comida, medicinas o equipo complementario.

  9. Tener una licencia federativa proporciona un conveniente seguro de rescate y descuentos en muchos de los refugios.