Hay hombres y mujeres cuyo destino es convertirse en mito. Leonardo da Vinci no podía saberlo aún, pero eso es lo que le deparaba el destino. Él, de mientras, se concentraba en observar el vuelo de los pájaros y de los insectos. Sabía que en la naturaleza estaba la clave y no dejaba de soñar. En cierta forma, todos los genios son grandes soñadores.
Tras muchos intentos, cuentan que probó su propia máquina de volar. Llevó el extraño artefacto, con más forma de lámpara del Ikea que de helicóptero, hasta Fiesole, muy cerca de Florencia, para lanzarse desde una cima con vistas a los Apeninos.
Alguien que desea volar es, además de un soñador, un rebelde. Leonardo siempre fue inquieto y eso le llevó de un lugar a otro. Como buen representante del ideal renacentista, no dejó de estudiar, investigar y de viajar por toda Italia, que en aquellos años, más que un país, era la suma de una serie de estados. Si fue un genio, también fue un gran viajero.