En Anchorage existen rascacielos tan altos como en cualquier otra ciudad americana, pero con la diferencia de que se encuentran a pocos kilómetros de bosques primarios habitados por osos y rodeados por montañas nevadas que no han sido nunca escaladas. Considerada la capital de la zona centro y norte de Alaska, Anchorage nació a orillas de la ensenada de Cook en 1914, durante la construcción del ferrocarril que unía Junneau, la capital estatal, y la remota Fairbanks, acceso a las tierras polares americanas. Por su estratégica situación, Anchorage es una excelente base para explorar los fiordos y glaciares de Kenai así como el estuario Prince William.
Al sur de la ciudad una carretera panorámica sigue la costa del fiordo Turnagain Arm. James Cook lo bautizó así cuando, en 1778, tuvo que dar vuelta atrás a sus dos barcos al ver que ése no era el camino hacia el Paso del Noroeste. El fiordo tiene una marea de once metros, la segunda más alta del mundo, y en sus aguas pueden observarse a menudo grupos de belugas persiguiendo los bancos de salmón que regresan a los ríos donde nacieron.
Cruceros desde Seward
La carretera se adentra después en la península de Kenai entre valles boscosos, bordeando lagos en los que desaguan glaciares y cruzando pueblos con iglesias ortodoxas fundadas por los primeros colonos rusos. La población de Seward, a 200 kilómetros de Anchorage, lleva el nombre del Secretario de Estado que en 1867 dirigió la compra de Alaska a Rusia. El precio de 7,2 millones de dólares fue considerado entonces una locura y Seward recibió severas críticas por parte de políticos y periodistas. Tras el descubrimiento de oro y petróleo, la prensa de entonces cambió su opinión e incluso se instauró el Seward’s Day para conmemorar el acuerdo.
Los cruceros y las rutas en canoa se acercan a las colonias de leones marinos de Steller
Desde el muelle de Seward zarpan los barcos turísticos que exploran las aguas del Parque Nacional de los Fiordos de Kenai, uno de los parajes costeros más bellos de Alaska. Los glaciares descienden al mar desde el gran campo de hielo de Harding y algunos, como el Holgate, vierten inmensos témpanos que luego se convierten en icebergs. Los cruceros y las rutas en canoa se acercan a las colonias de leones marinos de Steller y, a veces, a algún grupo de ballenas jorobadas, muy frecuentes en estas aguas.
La ruta por la costa al sur de Anchorage continúa en el estuario de Prince William. Se accede deshaciendo el camino hasta el extremo de Turnagain Arm y luego atravesando el túnel de Portage hasta la población costera de Whittier, puerta de entrada al estuario. Esta ancha bahía descubierta por Cook en 1778 está englobada dentro del Chugach National Forest, una reserva que protege innumerables islas boscosas y glaciares colgados sobre el mar.
En el pequeño puerto de Whittier paran hoy en día la mayoría de cruceros y de los transbordadores que conectan con Cordova y Valdez, las otras dos grandes poblaciones del estuario. Cordova, nacida de la fiebre del oro y reconvertida en un gran centro pesquero, tomó el nombre del estrecho de Puerto Cordova, bautizado así en 1790 por el explorador español Salvador Fidalgo que, como el capitán Cook, también buscaba el paso del Noroeste. Puerto Valdez, en el norte del estuario, era el nombre de la bahía con la que Fidalgo homenajeó al oficial naval Antonio Valdés y Bazán. Desde ambas ciudades zarpan hoy los cruceros turísticos que recorren el estuario y se acercan a los glaciares, el más impresionante de los cuales es el Columbia, con unos 54 de longitud y un frente de hasta 5 kilómetros.
De regreso a Anchorage, a 100 kilómetros, es el momento de plantearse la ruta hacia el norte. En un día claro se avista la cima nevada del McKinley que, con 6.194 metros, domina el altiplano interior de Alaska y es la montaña más alta de Norteamérica. Los indios atabasca lo llaman Denali, «el alto», un nombre que se otorgó también al parque nacional que preserva sus ecosistemas.
El valle del río Susitna
La George Parks Highway marcha hacia el norte pasando por Wasilla, donde se encuentra la organización de Iditarod, la carrera de trineos de perros más famosa del planeta, con 1.688 kilómetros de recorrido y medio siglo de historia. En el bosque boreal que bordea la carretera es frecuente encontrar alces que pastan junto al arcén o que se bañan en los lagos del valle Susitna, integrados en la reserva natural del Nancy Lake.
La silueta del McKinley se eleva en todo momento sobre el horizonte y domina el paisaje de este trayecto. La localidad de Talkeetna, 183 kilómetros al norte de Anchorage, es el punto de encuentro de los alpinistas que se proponen escalar la montaña y de los viajeros que desean ver el coloso de cerca. De Talkeetna despegan las avionetas que sobrevuelan el parque y aterrizan en el glaciar Kahiltna (2.000 m), el lugar más cercano a la cumbre. La Ranger Station informa sobre los permisos para realizar la ascensión al McKinley.
Pasear por esta localidad equivale a retroceder casi un siglo. La antigua escuela, una vieja estación de tren, cabañas de troncos y, sobre todo, la tienda de ultramarinos Nagley’s Store contribuyen a crear esa sensación de salto en el tiempo. La Nagley’s fue construida originalmente junto al río, en 1921, pero su propietario trasladó en 1945 el edificio entero a la calle principal, donde todavía se emplaza.
El centro de visitantes del Parque Nacional Denali aparece unas tres horas después. Esta reserva es una parada ineludible, no solo por el monte McKinley sino por su extensa red de senderos y por sus actividades de verano –excursiones en autobús hasta Wonder Lake, a los pies del McKinley– y de invierno –paseos en trineo de perros y rutas con esquís de travesía–. Otro de los aspectos que más visitantes atrae es la posibilidad de observar alguno de los big four (cuatro grandes) de estas latitudes: el alce, el caribú, el carnero de Dall y el oso grizzly, que en primavera comienza a despertar de su letargo invernal.
Fairbanks, la última frontera
La carretera de George Parks continúa hacia el norte siguiendo el curso del río Nenana, famoso por sus aguas bravas para practicar el rafting. El pueblo de Nenana es un buen lugar para tomarse un descanso en la ruta y, de paso, visitar el Alaska Railroad Museum, donde se recoge la historia del tren que desde 1923 une Seward (península de Kenai) con Fairbanks, a apenas una hora en coche y última etapa de este viaje.
Nacida de la fiebre del oro, en 1901, Fairbanks es hoy la segunda ciudad más grande de Alaska. Gracias a su situación cerca del Círculo Polar Ártico y a sus límpidos cielos nocturnos se ha convertido en uno de los mejores lugares para contemplar auroras boreales. Entre los meses de septiembre y abril es posible ver bailar las luces verdes, amarillas o violetas surgidas de la interacción entre el campo magnético terrestre y las partículas solares.
También es posible realizar actividades más cálidas. Unos 90 kilómetros al este de Fairbanks, el balneario de Chena Hot Springs ofrece baños termales en un entorno de bosques y cumbres rocosas desde 1905. La memoria de la fiebre del oro pervive a poca distancia, en la mina El Dorado, un vestigio de los tiempos en que Alaska era, precisamente, El Dorado ártico.
PARA SABER MÁS
Trámites: pasaporte electrónico y un visado turístico que se solicita en : Idioma: inglés
Moneda: dólar
Cómo llegar: Tanto Anchorage como Fairbanks reciben vuelos internacionales. El viaje desde España hace doble escala: en una ciudad europea y en otra estadounidense, o las dos en Estados Unidos. Un servicio de autobús conecta la terminal con el centro de Anchorage
Cómo moverse: El coche y la autocaravana de alquiler permiten mayor libertad de movimientos. La autopista Parks Highway conecta la ciudad de Anchorage con Fairbanks. Kenai y el estuario Prince William también disponen de buenas carreteras. En estos últimos enclaves se contratan cruceros en barco para contemplar los glaciares. El tren y el autobús de largo recorrido son dos buenas alternativas