Los que recorren el Duero saben de su belleza rotunda, salvaje y poética. El último tramo, el que baña Portugal hasta la bella Oporto y su desembocadura en el Atlántico, es arrebatador. El cauce se estrecha y profundiza, es navegable, y forma un escenario de ayes y suspiros. Digámoslo claro: maravilloso.
Paisaje de viñas
Si descendemos desde el Alto Duero portugués nos encontramos con Vila Nova de Foz Côa, uno de los lugares al aire libre más grandes de arte paleolítico, Patrimonio de la Humanidad. El mismo reconocimiento posee toda la región vitícola que se nos descubre ante los sentidos. El aroma a bodegas y el campo soberbio impregna el paisaje con más de 26.000 hectáreas de viñas. Es la región del llamado Douro Vinhateiro, que produce caldos desde hace más de 2.000 años, entre los cuales está el célebre vino de Oporto. La campiña de la región Tras o Montes y Alto Douro es una de las mejores vistas que ofrece el río, con viñas inclinadas y estrechas que trepan por las laderas.
La región del Douro Vinhateiro produce vinos desde hace más de dos mil años
El paisaje del Duero se disfruta por carretera, en tren y, sobre todo, navegando río abajo. Ante un paisaje de arrebatadora belleza, el mirador de San Salvador del Mundo en São Joao da Pesqueira ofrece una panorámica impresionante. De Pinhão a Régua y vuelta, el río va pasando entre laderas de franjas verdes y marrones donde se levantan fincas centenarias: las Quintas. En Peso de Régua, la capital de la comarca, se halla el Museo del Vino.
La bella Oporto
Y por fin Oporto, una ciudad de aire melancólico y, sin embargo, alegre. Sobre todo el barrio de la Ribeira, con las casas coloreadas bajo el puente de hierro Dom Luiz I. «La Torre Eiffel dormida sobre el Duero», la llaman. Y lo dicen bien, porque fue construido en 1877 por Teófilo Syrig, uno de los discípulos de Gustave Eiffel. La noche lo convierte en mágico, sobre todo si se contempla desde Vila Nova de Gaia, en la orilla opuesta.
La Ribeira, el paseo del río Duero, es el escaparate de Oporto, el malecón para pasear, para ver y ser visto. Con numerosos restaurantes donde pueden degustar platos típicos, es perfecto por la noche, magnífico de día. En el muelle atracan los rabelos, las barcazas que transportaban los barriles de vino y que hoy realizan recorridos turísticos.
Oporto es una urbe de contrastes, atlántica, decadente y moderna. De colores y sabores de ultramar. Desconchada, mohosa y cosmopolita. Desde el laberinto retorcido de calles cuando subimos a la parte alta con el elevador de Guindais, a la magnificencia de la Avenida de los Aliados y la Praça da Liberdade. Todo nos llama la atención. Todo tiene alma de canción portuguesa.
Más de 20.000 azulejos decoran el vestíbulo de la estación de tren de Sao Bento
Recorriendo el brazo completo de la Ribeira podemos llegar a la iglesia de San Francisco, el monumento gótico más representativo de Oporto, admirable por su recargado interior y sus catacumbas. Podemos visitar el Palacio de la Bolsa para contemplar sobre todo su sala árabe, que nos hace pensar en la Alhambra de Granada. Y después pasar por la Casa del Infante, el edificio de la Aduana en el 1300. Y sí, por supuesto, hay que entrar en la estación de São Bento, una de las más llamativas de Portugal por su vestíbulo decorado con más de 20.000 azulejos en los que se retrata la historia de Portugal.
Librerías, tranvías y cafés modernistas
Merece la pena hacer la cola necesaria y pagar para entrar en la librería más famosa del mundo, Lello e Irmao. Un edificio neogótico con escaleras de fantasía que recuerdan a las del colegio de Harry Potter. La autora de la saga juvenil, J.K.Rowling, vivió en Oporto en su juventud como profesora de inglés. Así que no es casualidad que encaje en el imaginario de Hogwarts, el literario colegio de magos y hechiceros. Será bueno llevarse un libro y salir a leerlo mientras se come una francesinha, un sándwich de carne, embutido y queso fundido.
Equipados con la energía del bollo, caminamos hasta la Rua do Carmo para subir al tranvía 22 que se detiene frente a la iglesia de Nuestra Señora do Carmo (siglo XVII) y en la concurrida Praça de Batalha, una plaza repleta de restaurantes, cafeterías y hoteles, donde se encuentra otro paraíso de azulejos azules y blancos, la iglesia de San Ildefonso (siglo XVIII). La Rua de Santa Catarina es una de las principales arterias comerciales. Avanzando por ella llegamos al café Majestic, escenario de la alegre vida de los años 1920, con decoración art nouveau, donde se puede tomar algo y disfrutar del ambiente de una película de época. Cerca está la Capilla de las Almas, pequeñita pero con una preciosa fachada decorada con los ya familiares azulejos blancos y azules.
El Duero frente al Atlántico
El largo paseo por la orilla hasta la desembocadura en el Atlántico es digno de recorrer cámara en mano desde la plaza de la Ribeira. Se pasa por Foz do Douro es un antiguo pueblo de pescadores, transformado ahora en una zona exclusiva donde hasta las casas más sencillas tienen unas vistas envidiables.
El mejor lugar desde el que ver cómo el agua salada del mar y la dulce del Duero se mezclan es el faro de Felguerias, que se adentra en un pequeño espigón. Ahí rompe el río como si aplaudiera de manera feliz el final de un espectáculo de 897 km. El paseo marítimo concluye con el fuerte de San Francisco Javier, más conocido como el Castillo del Queso por la forma del promontorio de granito sobre el que se asienta.