Con vistas al Egeo

De Troya a Éfeso: viaje a la Turquía más griega

Alentados por el hambre, el comercio o la guerra, oleadas de griegos navegaron hasta las costas de Asia Menor hace tres mil años llevando su lengua, su arte y sus dioses consigo.

Aguas calmas y luminosas, acantilados que se alternan con playas de arena, bahías envueltas por bosques, deliciosas penínsulas... La costa turca del Egeo seduce por los paisajes y por sus vestigios de la Antigüedad, monumentales testimonios de cuando dioses, sabios y héroes convivieron en este litoral.

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GettyImages-738779467. Desenterrando Troya

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Desenterrando Troya

Entre 1400 y 1100 a.C. las naves de la ciudad de Micenas surcaron los mares de la región cargadas de mercancías y oro. Los mercados más lucrativos estaban a orillas del mar Negro, pero para alcanzarlos había que atravesar estrechos como el Helesponto (actual Dardanelos), donde Troya, una ciudad poderosa y rica, obligaba a pagar derechos de paso. Era una imposición intolerable para aquellos griegos belicosos, por eso en el año 1184 a.C. pusieron sitio a Troya y la destruyeron.

Esta historia, poetizada por Homero en la Ilíada, entusiasmó a un niño alemán llamado Heinrich Schliemann. Cuando creció, en 1870, marchó a Turquía y se puso a excavar donde, según sus cálculos, debían encontrarse los restos de Troya. Acertó. Lo que no esperaba es que Troya no fuese una ciudad, sino varias superpuestas. Las fases I y II del yacimiento, las más profundas y antiguas, se remontan al tercer milenio a.C., cuando ya existía allí el embrión de un estado organizado. Los niveles VI o VII corresponden a la Guerra homérica. Modesto, casi familiar, el recinto actual de Troya no deslumbra al visitante por sus construcciones, pero lo conmueve por su avasalladora acumulación de mitos.

iStock-179583431. La gloria de Mileto

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La gloria de Mileto

Mientras aquel conflicto ensangrentaba Asia Menor, un aluvión migratorio irrumpió por el norte de la península Helénica y obligó a huir a muchos de sus habitantes. Parte de esos fugitivos hallaron refugio en el confín occidental de Anatolia, donde fundaron ciudades. A una de ellas la llamaron Mileto.

Su severidad no engaña. Tampoco el puerto sepultado bajo la arena ni las ruinas sumergidas. Ni siquiera que el edificio más llamativo, el teatro, sea romano. Porque, en Mileto, todo susurra al viajero que esta fue la ciudad más rutilante del mundo griego a finales del siglo vii a.C., una urbe capaz de diseminar más de 80 colonias por las costas de los mares Egeo y Negro. Un halo de opulencia y poder perdura en ella.

iStock-693146552. Caída y reconstrucción de una ciudad legendaria

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Ciudad de científicos

Los persas arrasaron Mileto en el año 494 a.C., pero sus habitantes la reconstruyeron siguiendo las indicaciones de su vecino Hipodamo: esta fue la primera ciudad que se trazó con calles perpendiculares y ángulos rectos. Hipodamo no fue el único milesio célebre: aquí nacieron también los filósofos Anaximandro, Anaxímenes y Leucipo, el historiador Hecateo... Y sobre todo, fue la cuna de Tales, uno de los «siete sabios de Grecia», gran estudioso de la geometría y del magnetismo, formulador de teoremas y pronosticador de eclipses, quien expresó dos ideas memorables: el Universo opera por leyes en las que no intervienen dioses ni demonios; y la mente humana es capaz de entender esas leyes mediante la observación y la reflexión.

iStock-1314825176. La cuna de Tales

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Mileto y el río Meandro

Mileto fue la ciudad más importante de la Liga Jonia y la cuna de la filosofía científica. Creó numerosas colonias y su destrucción por Darío II se vivió como una tragedia en Atenas. El teatro actual, uno de los mayores de Asia Menor, tenía capacidad para 5.000 espectadores. Los romanos lo ampliaron y multiplicaron por tres ese aforo.

Mileto se levantó junto a la desembocadura del río Meandro, cuyas amplias curvas designan hoy, por extensión, a cualquier gran arco fluvial. En el curso de los siglos, los sedimentos del río cegaron el puerto y formaron un delta. Por ello, la ciudad ya no está junto al mar, sino 4 km tierra adentro. La zona está protegida como Parque Nacional del Delta del Río Büyük Menderes (Meandro en turco).

iStock-1313709870. Priene y la Liga Jonia

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Priene y la Liga Jonia

Encaramada sobre una colina, Priene no se muestra de golpe, el viajero la descubre loma a loma, recodo a recodo. El edificio más notable de Priene fue el templo de Atenea, creación del arquitecto Piteo y señalado como la primera construcción en orden jónico. El mismo Piteo colaboró en el desaparecido Mausoleo de Halicarnaso (actual ciudad de Bodrum), una de las «Siete maravillas del mundo antiguo». El gran historiador y geógrafo Heródoto, por cierto, nació en Halicarnaso.

Mileto y Priene formaron parte de la Liga Jonia, una alianza de doce ciudades costeras comprometidas a guerrear unidas y también a dirimir sus diferencias de manera pacífica. Dídima, en cambio, no perteneció a esa organización, ya que no era una ciudad propiamente dicha, sino la sede de un oráculo consagrado al dios Apolo. Se enriqueció gracias a las ofrendas de devotos como el rey lidio Creso o varios faraones de Egipto. Los restos actuales son del siglo iii a.C., cuando el recinto se transformó en un decorado colosal. Todavía transmite perplejidad al visitante, quien deambula boquiabierto por el bosque de columnas o siente un hormigueo mientras mira a los ojos de las pétreas cabezas de Medusa.

shutterstock 1059204107. Dídima y el gran oráculo de Apolo

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Dídima y el gran oráculo de Apolo

Una tradición asegura que Apolo, hijo de Zeus y Leto, nació en Dídima. El santuario fue arrasado por las tropas persas de Jerjes I en el año 479 a.C., después de su derrota en Platea. Reconstruido, recuperó su esplendor durante el período helenístico y bajo el dominio romano. El templo principal del enclave se empezó a construir en el año 330 a.C., tras la visita de Alejandro Magno, a quien la pitonisa vaticinó que conquistaría el mundo.

iStock-970075026. Maravillas de Éfeso

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Maravillas de Éfeso

El Mausoleo de Halicarnaso no fue la única maravilla del mundo antiguo en Asia Menor. El Artemisión de Éfeso fue otra. Consagrado a Artemisa, diosa protectora de la ciudad, se empezó a construir en el siglo vi a.C y se tardó más de un siglo en acabarlo. Debió de tener unas dimensiones colosales: Plinio el Viejo habla de 115 m de largo por 55 de ancho, y de 127 columnas de mármol con 18 m de altura cada una. Desgraciadamente, un incendio destruyó el templo en el año 356 a.C.

Sin embargo, otros emblemas como la Biblioteca de Celso (en la imagen) sigue en pie. Su majestuosidad no es casual: llegó a contar con unos 12.000 papiros dispuestos en hornacinas abiertas en sus muros.

iStock-491379420. Pura sofisticación

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Pura sofisticación

Éfeso rezuma sofisticación. El visitante la percibe mientras camina por la Vía Arcadia, que comunicó la ciudad con su puerto, donde amarraban barcos cargados de riquezas y conocimientos de Fenicia, Palestina, Egipto... Sobrecoge imaginar al filósofo Heráclito platicando en el ágora, a la Virgen María hollando la misma Avenida de los Curetes que hoy transitamos, o a san Pablo admirando, como nosotros, la imponente puerta de Hércules. Los grandes edificios de Éfeso aún en pie corresponden a la dominación romana, como el teatro o la armónica Biblioteca de Celso. Sin embargo, los restos griegos transmiten la audacia de este oriente heleno que tanto hizo para emanciparnos de las tinieblas.

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