“Nací en una granja a los pies de un inmenso glaciar, el Vatnajökull. Un glaciar es frío por naturaleza y su aliento a menudo helaba mis mejillas. Pero cuando el sol lo acariciaba con sus rayos, su manto de colores cambiaba como la piel de un camaleón: enrojecía con los tonos cálidos o se tornaba amarillo como mantequilla. Bajo el glaciar fluían torrentes de un gris ratón. Mas también mudaban de color y se volvían azul cielo vistos desde una distancia adecuada”. El pintor islandés Svavar Gudnason (1909-1987) evoca así su infancia junto al mayor glaciar de Europa.
Gudnason fue uno de los impulsores del movimiento Cobra, una escisión del surrealismo cuyos vívidos trazos y colores influirían en la obra de Joan Miró y del grupo catalán Dau al Set. La indomable naturaleza islandesa fue su gran fuente de inspiración. En las capitales del continente, Gudnason se sentía a merced del viento de la moda. En Islandia, cualquier pequeña aldea junto a un río flanqueada por el espíritu de un glaciar le deparaba una visión del universo entero.

Foto: iStock
El Vatnajökull despierta pasiones, pero no solo entre artistas. Cada verano, miles de personas acuden desde muy lejos para admirar sus lenguas de hielo desparramándose por las praderas, los arenales o los campos de lava del sudeste de Islandia. Para ello han de afrontar las lluvias, dormir en tiendas, simplificar las comidas, exponerse a la intemperie… requisitos frecuentes de la visita a ese santuario natural.Los viajeros lo saben y asumen su condición de peregrinos modernos, cautivados de antemano por esa blanca inmensidad.

Foto: iStock
El mayor glaciar de europa
En el Vatnajökull todo es gigantesco. Con una superficie de 8.100 km2, podría cubrir con holgura la comunidad de Madrid o la provincia de Barcelona. Su espesor medio es de 400 metros y su enorme masa (3.000 km3) supera a la de todos los demás glaciares de Europa juntos, incluido el resto de los islandeses. Solo en Groenlandia y la Antártida se hallan casquetes de hielo similares.
La puerta de entrada a ese universo suele ser el Parque Nacional de Skaftafell. Y esa es otra peculiaridad del Vatnajökull: se accede a él sin subir puertos de montaña, sin un solo zigzag del sendero, pues su amplio frente sur está próximo a las playas. Hah que tener presente sin embargo que el Vatnajökullno es un glaciar que serpentea por un valle, sino un enorme escudo de hielo que recubre una altiplanicie montañosa. Las cumbres más altas de Islandia forman su base y rasgan ocasionalmente su gran manto blanco, como el Hvannadalshnjúkur (2119 m) o el Bárdarbunga (2020 m). Esas crestas son un imán para la lluvia, sobre todo en la vertiente sur, abierta a los vientos del Atlántico.

Foto: Shutterstock
El cambio climático
En Islandia la nieve no se derrite a partir de los 1050 m de altitud, ni siquiera en verano, y la elevación media del glaciar discurre por encima de esa cota; de ahí que la mayor parte de las precipitaciones que recibe el Vatnajökull permanezcan en estado sólido. Eso también determina que su cuenca receptora de nieve sea más extensa que la zona de ablación, donde el hielo tiende a fundirse debido a la menor altitud. Gracias a ello atesoró el Vatnajökull sus inmensas reservas de agua congelada. Ahora bien, ¿bastarán para garantizar su supervivencia en esta época de cambio climático? Solo en parte, pues el glaciar lleva décadas experimentando un lento retroceso. La razón es el flujo continuo del hielo, que desciende desde su elevado corazón hacia la periferia más baja y cálida.
Lo que suelen contemplar precisamente quienes se acercan al Vatnajökull son los glaciares de valle que emergen como patitas de esa gran masa helada. El Skeidarárjökull (jökull significa glaciar) es su emisario más grande y el bastión de su flanco sudoeste. Los ríos que brotan de él como una cabellera alimentan un delta de arenas negruzcas y movedizas: el Skeidarársandur. Para sortear ese formidable obstáculo y completar la carretera que bordea la isla fue preciso construir un viaducto de 900 m en 1974. Ya en pleno parque nacional, al Skaftafellsjökull se accede tras un paseo de media hora desde un cámping cosmopolita.

Foto: iStock
Hasta la laguna
El Breidamerkurjökull es el más fotogénico: incluso los autobuses de línea se detienen para que los pasajeros contemplen la laguna de Jökulsárlón, donde el glaciar se desgaja en prodigiosos icebergs azulados. La laguna, que hoy casi es un emblema de Islandia, no existía hace un siglo, cuando el Breidamerkurjökull llegaba al mar. Camino de Höfn y su activo puerto pesquero se divisan sucesivamente el Skálafellsjökull, el Heinabergsjökull, el Fláajökull, el Hoffellsjökull… y así hasta completar la treintena de brazos que afloran del gélido núcleo. Cualquiera de ellos empequeñecería a sus hermanos de los Alpes.
Vatnajökull significa “glaciar del agua”. Con esas esponjas terrosas se protegen los techos de las granjas tradicionales, en los que crece la hierba
El nombre se comprende al recorrer el sudeste del país. La franja costera aparece a menudo anegada por los torrentes que surgen de él. O por los innumerables ríos que alcanzan su máximo caudal en cuanto nacen y fluyen ruidosos hasta la desembocadura. Las praderas, empapadas, se transforman fácilmente en campos de turba.

Foto: iStock
El musgo tapiza el suelo hasta el horizonte y brilla como una esmeralda vegetal, moteado de flores como las silenes rosadas o las saxífragas blanco-amarillas. Se aconseja calzado impermeable incluso para la excursión más ligera. En este templo del agua, el cielo rara vez falta a la cita. Nubarrones bajos ocultan las cimas de las montañas y descargan su generosa ofrenda. La vertiente sur del Vatnajökull recibe entre 4000 y 7000 litros anuales por metro cuadrado. Todo un maná para los líquenes, que tiñen los campos de lava y acolchan sus pétreas rugosidades.
El centro del Vatnajökull es una meseta glaciar jalonada por dos promontorios, uno de unos 1.400 m en el este y otro de 1.800 m en el oeste. Entre esos dos sectores discurre una ancha depresión en sentido norte-sur. En la Edad Media los islandeses atravesaban el glaciar con sus póneys por ese pasillo para dirigirse a las zonas de pesca de Kálfafellsstadur. Hoy suele deparar un escenario para los recorridos en moto de nieve y los nuevos deportes de aventura. O para las espectaculares persecuciones de la película de James Bond Muere otro día (2002). Desde el refugio de Jöklasel (840 m), ubicado junto al Skálafellsjökull, parten la mayoría de travesías por el Vatnajökull en buggy o 4x4. Aventurarse a pie por el corazón del glaciar y ascender al pico Hvannadalshnjúkur requiere amplia experiencia en alpinismo y una voluntad a toda prueba.

Foto: iStock
Las cumbres que coronan el glaciar y forman el techo de Islandia se observan mucho mejor desde el norte, donde son más frecuentes los cielos azules. Pero para eso hay que adentrarse en una vasta meseta con vehículos y equipamiento adecuado. Estamos en el reino del desierto (öraefa), y no sería difícil imaginarse en pleno Tíbet: una altiplanicie ocre se despliega sin límites aparentes, orlada por los rebordes blancos del Vatnajökull, cual nata resbalando de una tarta, y por otros hitos nevados. Esas diferencias climáticas se plasman en la forma del glaciar.
Las prospecciones demuestran que el Vatnajökull presenta el doble de espesor en la vertiente sur que en la norte. Como eso implica una tremenda diferencia de peso, el glaciar oscila de modo similar a un balancín. En la zona sur su base está casi al nivel del mar –en ciertos enclaves incluso por debajo, debido a la enorme presión del hielo–. Mientras que hacia el norte sus ramificaciones son más cortas y se detienen a unos 700 m de altitud

Foto: iStock
Un templo bajo el glaciar
Un destino en auge en la vertiente norte son las cuevas de hielo de Kverkfjöll. Las inferiores se ubican en el límite del glaciar, son las más espectaculares y tienen 1,5 km de longitud. Las superiores son algo más largas y sus sedimentos de riolita forman un barro sumamente pegajoso. Lo inaudito de esas cavidades es que las ha labrado un río de aguas calientes que surge de las entrañas del hielo. Los vapores sulfurosos hacen aún más surrealista el baño termal en ese antro azul celeste, ritual casi ineludible para los intrépidos visitantes.
Entre la gruta superior y el pico Kverkfjöll (1.800 m), la Sociedad Glaciológica Islandesa mantiene un refugio a gran altura desde el que se accede a la laguna de Gengissig. Se antoja un ombligo turquesa en la barriga del glaciar y se formó tras una pequeña erupción en 1960. De la lengua de hielo del Kverkjökull nace el Jökulsá á Fjöllum, el gran río que drena el corazón de Islandia y que en camino hacia el norte forma la catarata de Dettifoss –la más caudalosa de Europa– y el fascinante cañón de Asbyrgi.

Foto: Erupción del Grímsvötn en 2011 (wikimedia commons)
El tórrido corazón del glaciar
Y con esto llegamos a la mayor singularidad del Vatnajökull, aparte de su tamaño: los siete volcanes activos que laten bajo su lecho. En Islandia suele darse una gran erupción cada cuatro años. La última del Grímsvötn fue en 2011 e interrumpió el tráfico aéreo en el país, así como en Groenlandia, Escocia, Irlanda de Norte, Noruega, Dinamarca y Alemania. El calor de esta caldera volcánica de 35 km2 alimenta un vasto sistema de lagos a unos 1700 m de altitud, recubiertos por una espesa bóveda de hielo. Los vulcanólogos están muy atentos a las fluctuaciones del Grímsvötn. Su erupción de 1996, acompañada de temblores de tierra, desbordó los lagos, fundió masivamente el hielo, liberó grandes bolsas de agua y provocó un jökulhlaup (inundación glaciar).
El río que mana del Skeidarárjökull experimentó una crecida sin parangón. Olas de entre 3 y 5 metros sacudieron su superficie y en los momentos críticos la avenida alcanzó los 50.000 m3 por segundo (cien veces el del Ebro). Unos 7 km de la carretera que cruza su lecho fueron devastados por completo. No hubo víctimas, pues los científicos habían aconsejado desalojar ese tramo de la ruta, que discurre por un paraje desértico dado que el fenómeno no es nuevo para los isleños. En la ciudad de Höfn, que es un excelente punto de partida para los recorridos guiados por el glaciar, el Jöklasyning Glacier Exhibition ofrece un vídeo de esa erupción además de magnífica información sobre su evolución en el curso del tiempo.

Foto: iStock
Svartifoss, La cascada catedralícia
Debajo de su gran edredón blanco el Vatnajökull esconde notables misterios. Bullen los volcanes, corre el agua, se funde el hielo y las rocas se desmenuzan en fina arena debido a la fricción. Cuando el agua se hiela revela una belleza hasta entonces oculta. Cada una de sus moléculas se une a otras cuatro, y el resultado es esa estructura hexagonal que vemos, por ejemplo, en los cristales de nieve. Pero también en ciertas formaciones de lava. Los recorridos por el parque nacional de Skaftafell insisten en dos destinos clásicos: el glaciar que da nombre al lugar y la catarata Svartifoss.
La “cascada negra” es modesta para lo que se estila en Islandia, pero brilla como una joya por su primoroso telón de fondo: unos órganos hexagonales de basalto en los que se inspira, por cierto, la fachada del gran templo de Reykiavik.
Si una colada de basalto es lo bastante amplia como para enfriarse muy lentamente cristaliza en columnas de base hexagonal. Lo más frío (el hielo) y lo más caliente (la lava) adoptan así una disposición similar a la de un panal de miel. En Skaftafell, el umbral del Vatnajökull, solo cabe reverenciar ese orden y contemplar su belleza que responde a un orden interior.