A esta oscense de 74 años no le falta energía y su dedicación al colmado y a su familia es admirable: “yo me he quedado en este mundo para cuidar a mis hijos; pero en la tienda me encuentro muy a gusto”, confiesa a Viajes National Geographic.
En el mostrador de mármol desde el que despacha, está la cizalla aún en uso que sirve para cortar el bacalao y que en cien años apenas se ha afilado. Tras ella, la pared la ocupan lustrosas estanterías repletas de conservas, aceites, chocolates, quesos y otros productos de calidad y un poco más abajo, cajones rebosantes de café, legumbres y otros alimentos que se compran a granel, que cumplen más de un siglo y que María Jesús cierra con estilo propio: “con el pompis, porque mi padre me enseñó a nunca dar la espalda a los clientes”.

Foto: Natalia Martinez
Más de 100 años cortando el bacalao
DE COMPRAS EN UN MUSEO
Cuesta mantener la mirada anclada en un solo sitio porque todo llama la atención. Desde el techo, lo hacen los frescos de León Abadías, pintor oscense del siglo XIX que dejó su huella en el colmado con motivos que rinden homenaje a los productos que en él se venden y donde se puede apreciar la figura de Mercurio, dios del comercio. Desde el suelo, las baldosas que tantos pasos han aguantado siguen relucientes después de todas las veces que María Jesús las ha fregado, “de pequeña de rodillas; después con la fregona”. De puertas para adentro, sorprende lo intacto que se conserva todo. Tanto que a su fundador le costaría creer que ya han pasado 150 años.

Foto: Natalia Martinez
Los detalles y la decoración hacen que su visita sea un gozo visual
Puede que se encuentren algunas más longevas, pero ninguna que se haya mantenido tan bien conservada como ésta. Abierta desde hace siglo y medio sin interrupción y sin pasar por ninguna reforma, no ha habido día en que la tienda estuviera cerrada, ni siquiera durante el transcurso de la Guerra Civil y sigue recibiendo visitas de incondicionales. María Jesús subraya lo importante que es seguir innovando y satisfacer a los clientes; de ahí que a petición popular diseñaran unas cajas decoradas con motivos de los frescos del techo como embalaje para las compras realizadas en la tienda y así conservarlas como recuerdos.
EL TESORO DE LOS AUTÓMATAS
Con un entrañable e innegable acento maño, Maria Jesús enseña la tienda —que bien podría considerarse ya museo—, recuperando las historias que han transcurrido en ella. Como si de una audio-guía se tratara, explica que por las escaleras de la trastienda se accede a un sótano-bodega que estuvo en desuso la mayor para del tiempo: “mi padre la tenía anegada de agua, porque así es como la había visto siempre”.
Un pozo tras las paredes que separan la tienda con la colindante Iglesia de San Pedro era el causante de las constantes inundaciones. Fue su marido quien en los años 70 animó al padre de María Jesús a recuperar ese espacio. Lo hicieron para construir maquetas autómatas, un talento creativo que más tarde heredaría su hijo Víctor Villacampa —será él quien quedará a cargo de La Confianza cuando María Jesús no esté—.

Foto: Natalia Martinez
El hogar de los autómatas
Muñecas de época, un caballito de tiovivo, la máquina de tren… todas ellas se mueven con el mismo sistema “el motor de parabris, patapum...patapum...patapum” explica imitando el sonido María Jesús, y todas forman parte de la decoración de lo que se convirtió en restaurante hace diez años, cuando su marido fallece y su hijo Víctor toma el testigo.
Tras ver que la gente comenzaba a solicitarlo, construyeron una cocina arriba y lo adecuaron todo para poder dar servicio a celebraciones privadas de jueves a sábado como “cumpleaños, jubilaciones, bodas, actos oficiales del Festival de cine, del Ayuntamiento…”. Con un aforo para 50 personas las opciones son muchas y las tareas se reparten entre madre e hijo. “Las reservas se hacen por teléfono y las atiende Víctor, a mí él me pone una chuleta y me dice Mamá cocina esto”.
La nueva ocupación de María Jesús como cocinera sorprendió hasta a las amigas, pues ella no había cocinado en su vida; pero con un poco de ayuda de la escuela de hostelería, algún que otro curso y las lecciones que recuerda de su madre, ha conseguido brillar como lo hizo cuando preparó hasta 120 filetes de carrilleras con reducción de Pedro Ximenez. Totalmente sola, sin ayuda de nadie, “a raticos, en compañía de la tele”.
DE HUESCA A NUEVA YORK
Su historia ha traspasado fronteras, hasta llegar a ser portada del New York Times, en 2012. Y no es para menos, porque María Jesús, es mucha María Jesús. La tienda no para de recibir visitas de gente que viene de diferentes rincones del mundo. Son momentos de gloria para la oscense al mostrar con orgullo su hogar, pero no con todos se entiende igual: “Hace no mucho vinieron un grupo de japoneses a los que pedí que firmaran en un libro. Ahora tengo tres páginas llenas de firmas y no entiendo nada”.

Foto: Natalia Martinez
Huesca y el remoto Pakistán, una portada exótica para el recuerdo
A María Jesús no le falta reconocimiento por toda una vida dedicada al servicio detrás del mostrador —en 2011 recibió el premio a la Mujer Emprendedora de Europa— y aunque parezca que tiempo tampoco le sobraba —”pues en la tienda siempre ha habido mucho que despachar”, aclara—, todavía pudo compaginarlo durante 30 años con su labor de presidenta de Asociación de Amas de Casa de Huesca y vicepresidenta de la Cruz Roja local.
Cuenta que por aquel entonces no pasaba por casa y de la tienda se ocupaba su padre y después su marido; pero al fallecer éste tuvo que renunciar a esas ocupaciones y volcarse de nuevo en su negocio, “tenía que seguir en la tienda porque me gusta, la quiero y quiero dignificar a mi padre, mi madre y mi marido”.
Con la compra hecha, acaba la vista y llega el momento de despedirse. No sin antes, como recuerda María Jesús, cumplir con “la máxima que obedecemos en esta tienda, y es que nadie se va con la saliva que ha entrado”. Y con ello hace entrega de los "caramelicos de papá".
Son los caramelos de los que se disfruta más el continente que el contenido, porque vienen envueltos en papel y cada uno trae un pequeño poema a modo de piropo, como los que antes respetuosamente regalaba su padre a los clientes.