Los anuncios de grandes letras luminosas, las voces que incitan al aplauso, el redoble de los tambores que presagia un número peligroso. Bajo la gran carpa, la vida se mide en la emoción del más difícil todavía: los saltos suicidas de los acróbatas, el pliegue imposible de los contorsionistas, la carcajada de los payasos, unas veces festiva y otras amarga.
El circo se inventó para soñar. Con su carácter efímero y transitorio. Con su condición itinerante. Y para guardarlo en la memoria y al mismo tiempo mantenerlo vivo, se ha creado Circusland, el único museo de Europa dedicado a esta disciplina. Una joya que ha revitalizado el patrimonio de Besalú, tal vez el pueblo más bonito de la comarca de La Garrotxa. Como dice su fundador, Genís Matabosch, “este mundo por descubrir es parte integrante de la cultura pese a no gozar del reconocimiento de las demás artes escénicas”.
Hace menos de un año que vio la luz este centro que ocupa la casa abacial del Monasterio de San Pere, cuando tuvo lugar una apertura que se pretendía triunfal (se buscó que coincidiera con el 99º aniversario del nacimiento del payaso ruso Nikulin), pero que quedó deslucida por los coletazos de la pandemia. Hoy, ya a pleno rendimiento, su visita propone una inmersión en los 250 años de este espectáculo. Magos, faquires, fieras, forzudos, tragasables, hombres bala y mujeres barbudas acompañan en este viaje. Que comience la función.