Valladolid en cinco pueblos bonitos

Castillos, monasterios, ruinas, bodegas, libros y mucha historia… son los ingredientes que ofrecen estas cinco localidades vallisoletanas.

De Valladolid son los Celtas Cortos, el caballero de Olmedo y los vinos Protos. También es tierra de caballeros, de combates históricos y nobles confabuladores. De potente poso histórico, en esta provincia se encuentran algunos escenarios que aparecen en los capítulos destacados de los libros de Historia de España de los colegios. Y nada para conocer todos los encantos de Valladolid que acercarse a alguno de estos pueblos (o ya puestos, a todos). En ellos se siente la calma, los tiempos aposentados, el buen hacer, el eco de los pasos y el cuchicheo al hablar de los vecinos. 

 
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Olmedo

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Olmedo

Al sur de la provincia de Valladolid, a unos 47 kilómetros de la capital, se encuentra la ciudad a la que unos versos de Lope de Vega hicieron internacional: “que de noche le mataron, al caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo”. Años antes a la obra de teatro, la población fue enclave estratégico en la disputa entre Juan II de Castilla y los Infantes de Aragón. Tan importante llegó a ser en la época que aún se recuerda el dicho histórico de que “quién señor de Castilla quiera ser a Olmedo de su parte ha de tener”. Y hoy Olmedo está de parte de todos los que la visitan. Una buena forma de conocer la localidad es paseando por su recinto amurallado, todo un billete para un viaje temporal a la Edad Media. Agrupados a la distancia de unos pocos pasos, deslumbra un rico patrimonio monumental que se suele enumerar de la siguiente forma: “siete iglesias y siete conventos, siete plazas y siete fuentes, siete entradas a través de sus siete arcos y siete pueblos dentro de su alfoz con siete casas de realengo”. La visita familiar al Parque temático Mudéjar y al Palacio del Caballero de Olmedo permiten inmersiones completas a la historia de Castilla y al Siglo de Oro español. A todo ello habría que añadir los atardeceres de rojos intensos, la suavidad de paladar del Bacalao a la Olmedana y el hedonismo del Balneario termal de Olmedo.

Peñafiel

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Peñafiel

Si se está viajando por el corazón de la Ribera del Duero, Peñafiel es una parada obligatoria. Como mínimo, desde la nacional su castillo aparece como un poderoso reclamo al que nadie se puede resistir. Declarado monumento nacional en 1917, fue levantado en el siglo X, en tiempos de Ramiro II de León, tomado poco después por Almanzor y finalmente reconquistado por el conde Sancho García. Aún su frase se escucha como un eco de la historia: “Desde hoy y para siempre, esta será la peña más fiel de Castilla”. De ahí, por supuesto, el topónimo del pueblo. Hoy ha dejado atrás su perfil bélico para convertirse en un mirador desde el que disfrutar de las mejores vistas panorámicas de la Ribera del Duero. Estas son tierras de leyendas, historias y vino, tal como se recuerda en el Museo Provincial del Vino que alberga el famoso castillo. Hay multitud de iglesias y conventos que visitar, la Torre del Reloj, palacios, hospitales y restos de muralla. Destaca también la plaza del Coso. Lleva ahí desde la Edad Media, celebrando justas, torneos y, ya en tiempos más modernos, fiestas populares. 

 
Tordesillas

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Tordesillas

Para los despistados: hubo un tiempo en que en este municipio se repartieron como en el “Risk” el mundo conocido. El acuerdo histórico del Tratado de Tordesillas, firmado entre los Reyes Católicos y el rey de Portugal en 1494, puso orden entre las dos potencias navales de la época. Emplazada a orillas del río Duero, entrar en la villa declarada Conjunto Histórico Artístico es trasladarse al siglo XV. Aquí vivió Juana I de Castilla desde 1509 hasta su muerte, recluida en el Real Monasterio de Santa Clara que hay que visitar aunque solo sea para dejarse tentar por las monjas clarisas, que sus amarguillos son una delicia. Desde la porticada Plaza Mayor hasta el puente de piedra, aparecen marcados en el mapa turístico diversos edificios que dan cuentan del pasado esplendoroso: casas nobles como la del Tratado, museos como el del Encaje de Castilla y León y el Museo de la Radio o iglesias como San Pedro, Santa María, San Antolín. Sin embargo, muchos son los que confiesan que  recorren las calles empedradas del casco histórico de Tordesillas sin más norte que Helados Baonza. Hay que probar su leche helada en vaso acompañado de barquillo para entenderles (y pecar dulcemente).

 
Medina de Rioseco

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Medina de Rioseco

Si se dijera de alguien que estuvo empadronado en Medina de Rioseco allá por el S. XVI se le podría considerar con gran probabilidad de acierto que era un millonario. Y es que ese era uno de los sobrenombres de esta villa a orilla del río Sequillo, “la ciudad de los mil millonarios” (o la “India chica”). Fama de vocación comercial no le faltaba desde tiempos medievales, cuando Juan II le concedió en 1423 el privilegio de realizar una feria anual de veinte días tras el primer domingo de Pascua. Como en general ocurrió en toda Tierra de Campos, Medina de Rioseco vivó tiempos de esplendor cuando el trigo de la comarca se convirtió en auténtico oro. Nadie lo diría hoy, cuando la despoblación acorrala a estas tierras, pero en su día, la villa ocupaba un enclave considerado como estratégico, vía de paso entre la Meseta y el norte, que permitió sacar provecho a los trigales de la zona. De aquellos dorados años quedan los restos de sus fortificaciones, especialmente la puerta de Ajújar, la más antigua que se conserva de la muralla original, o Puerta de San Sebastián, su calle y plaza Mayor, a la que dan las fachadas de piedra y forja de antiguas casonas levantadas por pilares de madera. Sus cuatro iglesias diríase catedrales de lo fastuosas que son. De hecho, por la importancia de sus monumentos, su casco histórico está declarado Conjunto Histórico Artístico desde 1965.

 
Urueña

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Urueña

Al sureste de Valladolid, siguiendo la carretera N-VI, surge Urueña. Se la ve amurallada y cualquiera podría estar tentado en decir que por su apariencia medieval parece detenido en el tiempo. Nada más lejos de la realidad. Urueña es protagonista de una revolución cultural que debería ser espejo y ejemplo para otros muchos otros pueblos de España. Todo comenzó en 1992, cuando España sólo tenía ojos para dos fastos internacionales como fueron la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona. En Ureña, en ese año se abrió la librería Alcaraván, la primera del pueblo. Sería la primera. Luego fueron llegando más y más hasta convertirse en la primera Villa del Libro de España. Recorrer sus callejuelas es tener al alcance un mundo infinito de libros cuyo epicentro se encuentra en el Centro e-LEA Miguel Delibes, un auténtico museo del libro y de la escritura. Para cuando se requiera ampliar el horizonte, vale la pena subir hasta las murallas, desde las que se divida la cuadrícula agrícola que es Tierra de Campos. Para quienes quieran disfrutar de la belleza del románico lombardo catalán, destaca la ermita de Nuestra Señora de la Anunciada a unos dos kilómetros de la villa.