Desde su nacimiento en el Macizo Central hasta que desemboca junto a Nantes, el Loira ha sido testigo privilegiado de momentos decisivos en la historia de Francia. Su tramo intermedio, cuando parece más apacible, es el que más belleza concentra. Corresponde a la curva que traza entre las ciudades de Blois y Saumur. Un territorio acogedor de bosques, viñedos y colinas que fue elegido por nobles y monarcas como segunda residencia. Muchos de sus palacios habían sido viejas fortalezas medievales que adquirieron su forma actual a lo largo del siglo XVI, durante el exquisito Renacimiento francés.
Este tramo majestuoso empieza en Blois, que fue capital de Francia durante el siglo XVI. El gran atractivo de esta ciudad asentada a la orilla del Loira es el trazado medieval de su casco antiguo. Calles empinadas, casas de madera y palacetes con medallones nobiliarios en la fachada acompañan a lo largo del paseo que conduce hasta el ecléctico castillo de Blois, el mejor ejemplo del apogeo arquitectónico que alcanzó la ciudad durante el Renacimiento. Entre sus muros tuvo lugar el episodio histórico más notable de aquel siglo: el asesinato del duque de Guisa ordenado por el rey Enrique III, detonador de las Guerras de Religión que devastaron el país.
Únicamente hay que alejarse 15 kilómetros de Blois para acceder al imponente palacio de Chambord, capricho del impetuoso rey Francisco I (1494-1547). Sus 440 estancias, 365 chimeneas y 14 escaleras dan una idea de las dimensiones de un sueño que resultó carísimo, si se tiene en cuenta que inicialmente había de ser un pabellón de caza y que el monarca solo vivió en él 42 días en sus 32 años de reinado. La mayor curiosidad arquitectónica es la escalera helicoidal –cuya autoría se atribuye sin demasiadas pruebas a Leonardo da Vinci–, donde dos espirales imbricadas en un único hueco permiten que dos personas puedan subir y bajar sin cruzarse.
La mansión de Tintín
El cercano castillo de Cheverny despierta la misma emoción en el viajero que Chambord. Aunque de dimensiones más modestas, Cheverny disputa el título de ser uno de los palacios más elegantes del valle gracias a su mobiliario del siglo XVII y a sus jardines surcados por canales y ornados con cedros. A los admiradores de Tintín les encantará saber que Cheverny es Moulinsart, la residencia del capitán Haddock, pues el dibujante Hergé era amigo de la familia propietaria del palacio.
Si se continúa el viaje por la margen derecha del Loira siguiendo la carretera D-952, se divisa en la ribera opuesta las laderas de Candé-sur-Beuvron, la villa de los cinco puentes y los tres riachuelos que la delimitan. A partir de ahí, hay que recorrer 20 kilómetros hasta Chaumont-sur-Loire, un castillo que domina el río desde una colina y que ilustra el carácter defensivo de la época gótica así como la arquitectura ornamental del Renacimiento.
Un recorrido de 17 kilómetros a través de bosques de ribera separa Chaumont-sur-Loire de Amboise, una población de plazas diminutas con tejados de pizarra y flores en las ventanas. Su castillo tiene como mayor virtud haber introducido el estilo italiano en el Valle del Loira y haber alojado a huéspedes ilustres. El más relevante fue Leonardo da Vinci, quien por gentileza de Francisco I residió hasta su muerte en la cercana villa de Clos-Lucé. Sus restos reposan ahora en la capilla de Saint Hubert, en el castillo de Amboise.
La siguiente parada aguarda a quince minutos de Amboise, después de recorrer un paisaje de colinas regadas de viñedos que conectan con el valle del Cher. Este afluente del Loira fluye apacible a través de prados y bosques de frondosos abedules y castaños. Y si en esta tierra todo río aporta un regalo, el Cher ofrece el que está considerado como el más bello de todos los castillos franceses, Chenonceau. Un paseo bordeado de enormes plátanos conduce hasta la lámina de agua sobre la que reposa el edificio. El palacio sobrevuela, literalmente, el río con una galería cubierta que va de una orilla a otra sobre una delicada sucesión de arcos.
La carga romántica de Chenonceau es que fue un regalo del joven Enrique II a su amante, la bella aunque bastante mayor que él Diana de Poitiers. Fue un nido de amor un tanto excesivo hasta que el monarca murió en un torneo y la viuda, la reina Catalina de Médicis, despechada, recuperó Chenonceau para la corona. Aunque es justo reconocer que, a cambio, la soberana ofreció a Diana el castillo de Chaumont-sur-Loire.
La ciudad de Balzac
Poco después de abandonar Chenonceau, las aguas del Cher se adentran entre bosques buscando con cierta mansedumbre el curso del Loira. El punto donde ambos ríos se unen es Tours. Esta ciudad tuvo un papel relevante en la Edad Media, cuando congregaba a los peregrinos que se dirigían hacia Santiago de Compostela y a los que llegaban a venerar el sepulcro de san Martín.
A finales del siglo XV el rey Luis XI trasladó a Tours la corte del reino y convirtió la ciudad en un importante centro de manufacturas de seda. La prosperidad de aquellos años queda reflejada en la fachada de la catedral de Saint Gatien, el castillo, la abadía de Saint Julien y los palacetes próximos a la plaza Plumereau. Las terrazas de esta última, situados bajo edificios de madera entramada, son un lugar perfecto para degustar los vinos de la Turena y pensar en el gran novelista Honoré de Balzac (1799-1850), que nació en Tours y residió durante años en la cercana población de Saché.
Desde Tours la carretera avanza casi en paralelo al Loira hasta la abadía de Fontevraud, a 70 kilómetros y poco antes de que las aguas del río Vienne se viertan en el Loira. Este monasterio benedictino del siglo XII estaba reservado a un clero compuesto por hombres y mujeres de sangre azul. Duquesas y sobrinos o hijos de reyes se retiraban a esta abadía y hacían donaciones sustanciosas, como demuestran los detalles del claustro y el tejado cubierto con escamas de pez, de inspiración bizantina. Fontevraud es también la necrópolis de los Plantagenet. Aquí terminó sus días su más insigne representante, la reina Leonor de Aquitania (1122-1204), quien reposa junto a su marido Enrique II y su temperamental hijo Ricardo Corazón de León.
Antes de la abadía de Fontevraud, sin embargo, hay media docena de paradas indispensables. La primera es el castillo de Villandry, a solo 15 kilómetros de Tours. El principal valor de este palacio son sus jardines, sensacionales gracias a Joaquín Carvallo, un médico español casado con una rica norteamericana que, en 1906, quiso recuperar la antigua exuberancia del recinto. El resultado es un jardín donde el agua es protagonista en la parte superior, mientras que las plantas aromáticas y medicinales ocupan la zona intermedia, y el nivel inferior es un huerto decorativo con hortalizas y frutas, al estilo de los jardines monásticos de Italia.
Por la orilla del Indre
Al poco rato de dejar Villandry aparecen una serie de castillos con funciones bélicas, pero resulta más interesante desviarse para buscar otro de los afluentes del gran río: el Indre. Este cauce tranquilo parece diseñado para reflejar los lirios y sauces que crecen a sus orillas e inspirar a escritores como Balzac, que cuenta en Saché con una casa-museo. El paisaje alcanza un equilibrio único en el tramo del camino que conduce a Azay-le-Rideau, cuyo castillo combina un estilo que integra las novedades italianas con el austero estilo francés.
Quizá el trayecto que mejor resume de forma plástica la esencia de este viaje es el que lleva de Azay-le-Rideau hasta la localidad de Chinon. Discurre a través de una larga carretera que atraviesa el verdor del bosque dejando a la derecha el imponente castillo de Rigny-Ussé, en el que se inspiró Charles Perrault (1628-1703) para crear su deliciosa bella durmiente.
A continuación nuestra ruta topa con el curso del río Vienne con sus aguas deslizándose bajo las murallas de Chinon, una ciudad en la fueron escritos varios capítulos de la historia de Francia. La Edad Media resucita en su castillo y en los entramados de madera del casco antiguo. El impacto de aquella época se percibe en la Grand Carroi y en las calles Voltaire y Jean-Jacques Rousseau. Dos autores que poco tienen que ver con François Rabelais, el hijo más célebre de la ciudad y genial padre de dos figuras fantásticas: Gargantúa y Pantagruel, encargados de recordar que el Valle del Loira es una tierra tan propensa a la glotonería como a la sed de conocimiento.
Unos 33 kilómetros al oeste de Chinon aparece la ciudad de Saumur, denominada la Perla de Anjou, que cuenta con el privilegio de ser la puerta que abre y cierra el Valle del Loira. Desde lejos ya se divisa su castillo gótico, de torres octogonales y almenas decoradas con flores de lis. Una silueta imponente que se erige sobre un pedestal, como observando el discurrir imparable del Loira hacia el Atlántico.
PARA SABER MÁS
Documentación: DNI.
Idioma: francés.
Moneda: euro.
Llegar y moverse: Existe la opción de volar hasta Nantes o bien volar a París y luego tomar un tren hasta Tours. El trenhotel Elipsos (salidas a diario) lleva desde Madrid o desde Barcelona hasta Blois y Orleans. Una vez en el Valle del Loira, conviene alquilar un coche. Hay itinerarios en bicicleta señalizados. Los Accueil Vélo ofrecen el traslado del equipaje.
Alojamiento: Dormir en un castillo es la opción más original y lujosa, pero el Valle del Loira también dispone de casas de campo y hoteles dentro de las localidades.
Eventos: Alrededor del día 24 de junio tienen lugar la mayoría de fiestas locales. A finales de junio los castillos organizan las «Noches de Luz y Sonido», unos espectáculos de fuegos artificiales. Algunos castillos proponen paseos nocturnos (Chenonceau) y otros, itinerarios teatralizados. El castillo de Chaumont-sur-Loire acoge el «Festival de Jardines» hasta octubre, y el de Amboise, el «Avanti la Musica». Anjou celebra su festival de teatro durante los meses de junio y julio.
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