Sri Lanka tiene fama de ser la isla de la serendipia: la capacidad de procurar hallazgos tan valiosos como inesperados. Lo cierto es que existen pocos países que puedan presumir de poseer tantas maravillas culturales y naturales a lo largo y ancho de su territorio. El centro y el sur de la isla es una especie de cornucopia continua de templos y playas, de selvas y montañas neblinosas. Es donde se ven colosales árboles y estatuas de Buda, mientras que en los templos hinduistas algunos penitentes no vacilan en traspasarse las mejillas con lancetas. Y no sangran. Eso pasa por ejemplo en Kataragama, un santuario abierto a todas las religiones aunque allí reine Skanda, el hijo de Siva, montado en un pavo real.