No es improbable que dos viajeros que dialogasen después de haber recorrido por separado la Selva Negra comprobaran que abrigan impresiones muy distintas. Puede que uno recordase las galas doradas y rojizas del otoño o el silencio blanco del invierno, y el otro se refiriera embelesado al festival de colores de la primavera o a la copiosa gama de verdes del verano. Cada estación del año pinta la Selva Negra a su modo.
Si un color no caracteriza a este macizo montañoso de 130 kilómetros de longitud, dentro del próspero land de Baden-Württenberg, es el negro. Cuentan las crónicas que los antiguos romanos temían adentrarse en sus tenebrosas espesuras, por dicha razón llamadas silva nigra, y que asentaron entonces sus colonias en los bordes. Esta estructura de urbes periféricas se ha mantenido hasta la fecha. Libre de rascacielos, autopistas o fábricas, su población se reparte en aldeas y pequeñas ciudades con casas de entramado, en medio de un paisaje de praderas, bosques y viñedos. Friburgo es una excelente puerta de acceso a la Selva Negra en su extremo sudoeste. Con 230.000 habitantes y situada en la depresión del Rin, la ciudad goza en general de un clima suave gracias al aire mediterráneo procedente de la cercana Francia. Aun así, en invierno la nieve suele cubrir los tejados de sus casas y los montes de sus alrededores.
Callejeo por Friburgo
Friburgo cuenta con una gran cantidad de calles peatonalizadas, muchas atravesadas en sentido longitudinal por un bächle o acequia. El casco histórico fue reconstruido con acierto tras los destrozos de la Segunda Guerra Mundial. En su arteria principal, la popularmente llamada Ka-Jo (Kaiser-Joseph-Strasse), una riada de gente se expone a la tentación de los escaparates, encendidos en invierno desde primera hora de la tarde, pues oscurece pronto. La calle conduce al mercado de verdura, frutas y flores de la plaza del Münster, en cuyo centro se alza la catedral gótica (siglos XIII-XIV). A poca distancia, la plaza del Ayuntamiento aloja en diciembre un hermoso mercado navideño que desprende un aroma de alimentos recién hechos. Numerosos chiringuitos sirven glühwein, vino caliente con especias, apropiado para estimular el buen humor y combatir las bajas temperaturas. En días fríos resulta aconsejable saborear el flammkuchen, una especie de pizza alsaciana que suele servirse sobre una tabla. A media tarde, puede pedirse en cualquier cafetería la tradicional schwarzwaldtorte, una tarta hecha de nata, bizcocho y cerezas.
Nada más salir de Friburgo por su costado oriental se entra en la Selva Negra. La carretera que conduce hacia la montaña Feldberg es una sucesión de curvas, flanqueadas desde noviembre por bosques deshojados. A lo largo de los bancales duermen su sueño invernal las cepas podadas. El camino está jalonado de bodegas que ofrecen catas de vinos durante todo el año.
A unos treinta kilómetros de Friburgo se encuentra el monte Feldberg. Sus 1.493 metros de altitud lo convierten en la cima más elevada de la Selva Negra. Es un monte de fácil acceso y denso arbolado, idóneo para senderistas. Cada invierno, la pelada cima luce su acostumbrado casquete de nieve, mientras miles de esquiadores disfrutan del deporte blanco en sus laderas, surcadas por 55 kilómetros de pistas de esquí y equipadas con hasta 31 remontadores.
El lago del emperador Tito
Bajando por una estrecha carretera en dirección oeste se llega al lago Titisee. Resto de un antiguo glaciar, tiene 1,3 kilómetros cuadrados y una profundidad media de 20 metros. Los lugareños presumen de la limpieza de sus aguas. El lago y sus poblaciones cercanas forman un centro turístico de gran calidad, con una oferta de actividades y pasatiempos enorme.
En inviernos rigurosos puede que el lago se hiele y, entonces, si la capa de hielo alcanza los 16 centímetros de espesor, se permite a la gente patinar. Existe la posibilidad de alquilar embarcaciones y dar paseos en barco por el lago, incluso en una galera romana construida en recuerdo del emperador Tito, a quien se atribuye una estancia en el lugar. De ahí su nombre.
Siguiendo hacia el norte por parajes naturales, perfectos para la práctica del esquí de fondo, se llega al pintoresco pueblecito de St. Märgen (1.900 habitantes), donde los admiradores de la arquitectura barroca tienen una cita inexcusable con la iglesia del monasterio, cuyas torres mellizas se divisan desde lejos.
A unos escasos 20 kilómetros, Furtwangen (6.000 habitantes), dentro del abrupto valle de Höllental, alberga dos muestras interesantes de construcciones góticas. Pero Furtwangen es conocida por su escuela de confección de relojes, con su correspondiente museo, y porque en sus inmediaciones brota un arroyo, el Breg, al que se considera el verdadero nacimiento del río Danubio.
Unos 15 kilómetros hacia el norte se encuentra Triberg. Esta pequeña ciudad alberga el mayor museo dedicado a la cultura de la región, el Schwarzwaldmuseum, y unas famosas cascadas. Los dos torrentes que al confluir forman el río Gutach caen en siete saltos de 160 metros de altura. En invierno, cuando se congelan, las aguas cuelgan quietas, formando una bellísima cabellera de carámbanos. Río abajo, aparece el pueblo del mismo nombre, Gutach, en pleno corazón de la Selva Negra. Cuando llega la ocasión de un festejo, las mujeres suelen ataviarse con el traje regional. Destaca el curioso sombrero, que consta de un ala sobre la que se superponen catorce pompones de lana, rojos en el caso de las solteras, negros en el de las casadas. Uno de los recuerdos más tipicos de Gutach son unas muñecas tocadas con ese sombrero.
Antes de salir de la Selva Negra por su extremo norte, se deja atrás Freudenstadt, ciudad diseñada en 1601 con la forma de un tablero de «tres en raya», y el desvío al castillo de Hohenzollern. A continuación hay que bordear la gran masa urbana de Stuttgart para alcanzar la histórica ciudad de Maulbronn. Allí se alza un célebre monasterio cisterciense, en el que ingresó como seminarista el novelista y poeta Hermann Hesse en 1891 y que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad en 1993.
Poco más de media hora en automóvil separa Maulbronn de la ciudad de Baden-Baden, de nuevo en la zona vinícola de la depresión del Rin. Hermoso complejo de salud, con casas de juego, parques y la segunda ópera más grande de Europa, Baden-Baden todavía conserva su aire de los años de la belle époque. Un trago de sus aguas termales en la Trinkhalle, con sus dieciséis columnas corintias, es sin duda el colofón adecuado para un viaje fascinante.
Para saber más
Documentación: DNI.
Idioma: alemán.
Moneda: euro.
Cómo llegar: El EuroAirport es el aeropuerto más próximo a Friburgo; se halla a 70 km, en la frontera con Francia y Suiza, cerca de las ciudades de Mulhouse y Basilea. Otra opción es volar a Baden-Baden o a Estrasburgo (Francia).
Cómo moverse: El coche de alquiler permite recorrer las carreteras panorámicas: la B500 une Baden-Baden y Freudenstadt (60 km); la Bader Strasse conecta las ciudades balneario; la Badische Weinstrasse (160 km) atraviesa las zonas de viñedos y bodegas. Hay buenas conexiones en tren; el billete de 24 h para un land es muy práctico. La Konus Guest Card es un abono multiviaje para autobús y tren.Con la Schwarzwaldcard se consiguen descuentos o entrada libre durante tres días a cien atracciones, museos y restaurantes.
Alojamiento: Existe una red de granjas que ofrecen alojamiento. Es una opción muy atractiva para familias con niños. En el lago Titisee y cerca de Baden-Baden abundan los hoteles con tratamientos termales.
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