Entre España y Portugal

Un viaje poético de Soria a Oporto por el río Duero en 16 etapas

El más literario de los ríos españoles y el más castellano de los ríos que cruzan la frontera de Portugal salva casi 900 km de distancia y más de 2100 m de desnivel entre su nacimiento y su desembocadura. Por el camino, sus aguas modelan un paisaje lleno de meandros imposibles, de versos y de historia

El Duero nace en los Picos de Urbión, nos contaban de niños en clase de Geografía. Hemos ido hasta allí a buscarlo en su cuna del valle glaciar sin saber que las fuentes que lo alumbran no siempre tienen agua. Son las nevadas estacionales y los afluentes, uno tras otro, los que van llenándole, derramándole en pequeños saltos, entre tierras como salidas de un poema: la Laguna Negra, Covaleda, Duruelo de la Sierra, enclaves míticos que acompañan su curso entre laderas de pinos hasta remansarse en la ciudad de Soria, a la que rodea como en un abrazo. La curva de ballesta, que cantaba Antonio Machado. También Gerardo Diego se enamoró de la nostalgia de su curso solitario, ese recorrido, entre los «álamos del amor» desde la ermita de San Polo a la de San Saturio, quizá solo apto para enamorados, ermitaños y poetas.

1 /16
Soria

Foto: iStock

1 / 16

Soria

Dicen que la ciudad de Soria nació a las orillas del Duero, en torno al antiguo Puente de Piedra, el vado que comunicaba Castilla y Aragón, y que con el tiempo se apartó de él, temerosa quizá de sus crecidas. «Indiferente o cobarde, / la ciudad vuelve la espalda. / No quiere ver en tu espejo / su muralla desdentada», acusaba Gerardo Diego.

Es agua pasada. Soria ha vuelto a mirarse en el río y a enjaezar los espacios que la unen a él en una red de pasarelas y embarcaderos. Se han rehabilitado viejos edificios para albergar un Ecocentro, un Museo del Agua y un centro de recepción de visitantes. En él, de entre las muchas rutas que el propio río propone, nos decidimos por la que conduce al corazón de la historia.

Numancia

Foto: iStock

2 / 16

Numancia

Numancia, la ciudad celtíbera que resistió a Roma hasta el fin, literalmente hablando, se encuentra 7 km hacia el norte, junto a la actual Garray. O al menos se encontró en algún momento del 133 a.C. Son sus ruinas lo que vemos ahora, tras llegar a pie por el sendero que bordea el río, acaso como las tropas de Escipión que la asediaron durante veinte años, para finalmente entrar en una ciudad repleta de los cadáveres de quienes habían preferido morir antes que rendirse.

Impresiona llegar a Numancia como un asaltante o un fugitivo en lugar de hacerlo en coche como la mayoría de sus visitantes. La Historia se va posando en uno y le acompaña luego hasta otras ruinas, como las del monasterio de San Juan de Duero, un edificio levantado en el siglo XII por la orden militar de los Caballeros de San Juan que plasmaron en su arcada aquellas mágicas construcciones que habían visto en Tierra Santa. Hoy, el majestuoso conjunto de arcos, una de las maravillas del románico español, es lo único que queda en pie. Aunque quizá, si atendemos al relato que Gustavo Adolfo Bécquer ubicó aquí, El Monte de las Ánimas, haya algo más oculto entre sus sombras, al caer la noche.

Langa de Duero. De pueblo en pueblo

Foto: Shutterstock

3 / 16

De pueblo en pueblo

Almazán, Langa de Duero y Gormaz, imponentes villas medievales, despiden al Duero en su tránsito hacia Burgos. Escenarios olvidados del Poema de Mío Cid, en su momento fueron enclaves estratégicos que sostuvieron el equilibrio entre el cristianismo y el islam. Un río siempre es una frontera. En Langa, por donde cruza el puente de los doce ojos, el propio campeador llegó a ser alcaide, y Gormaz albergó en el siglo X la mayor fortaleza de la época. Construido en tiempos de Abderramán III, el castillo califal aún puede visitarse y está considerado monumento nacional desde 1931.

Vadocondes, ya en la provincia de Burgos, nos remite de nuevo al Duero. A su importancia sobre la geografía física y humana, pues poblaciones como esta nacían para salvaguardar los puntos en los que para bien y para mal el río era fácilmente franqueable. Algo más allá, Roa del Duero es el escenario de uno de los más bellos poemas de Alberti: «Otra vez el río, amante, / y otra puente sobre el río. / Y otra puente con dos ojos / tan grandes como los míos». En el español medieval y clásico los puentes, elementos míticos capaces de traspasar las aguas, solían tener género femenino.

Aranda de Duero

Foto: Shutterstock

4 / 16

Aranda de Duero

Aranda de Duero, lugar de culto para la gastronomía castellana, merece una parada. Su lechazo con indicación geográfica protegida empieza a atesorar fama internacional, lo que unido a sus más de 30 km de bodegas subterráneas le añade un indudable atractivo. Y es que aquí el río, cada vez más caudaloso, abandona la llanura cerealista, se adentra en la provincia de Valladolid y sus aguas pasan a regar viñedos, convirtiéndose como en un milagro bíblico en uno de los caldos más renombrados de España.

Puede que la denominación de origen de Ribera de Duero sea joven (1984), pero el suelo y el saber que la sustentan son antiguos. Se cree que fueron los fenicios los que trajeron el cultivo de la vid desde el Creciente Fértil. Los romanos tomarían el relevo, como demuestran algunos mosaicos con la representación del dios Baco hallados en la zona. Y a partir del siglo X la orden del Císter propagaría la cultura del vino. No deja de ser paradójico que más de 4000 km2 de producción vitivinícola lleven el nombre de un curso fluvial, cuya raíz etimológica es en lenguas prerromanas dur. Es decir, agua.

Peñafiel

Foto: Getty Images

5 / 16

Peñafiel

El curso del agua sigue regando tierras de vino y tiene uno de sus hitos en Peñafiel, desde cuyo castillo el infante Don Juan Manuel compuso los Cuentos del conde Lucanor. En las cercanías de Simancas, el Pisuerga se une a su trazado, ensanchándolo, y juntos ya, llegan a Tordesillas. La ciudad cuyo tratado repartió el Nuevo Mundo en el siglo XV entre España y Portugal también merece una parada. Cruce de caminos desde tiempos remotos, su muy nobilísima villa ha sido residencia de amantes reales y de reinas, incluyendo a Juana la Loca, que en 1520 recibió aquí a los cabecillas de la revuelta comunera que soñaron alzarse contra su recién proclamado emperador, Carlos V.

Tordesillas

Foto: iStock

6 / 16

Tordesillas

Tordesillas rezuma una nobleza antigua en su plaza mayor, su puente, las Casas del Tratado, sus iglesias, sus ermitas e incluso en los restos de la antigua muralla, que como en un sueño nostálgico vuelven a su grandeza medieval una vez al año durante el primer fin de semana de octubre.

Los antiguos sotobosques y alamedas se han perdido. Hoy, la reserva natural de Castronuño es todo lo que queda de ese paisaje rumoroso que acompañaba al río y lo nutría de seres míticos y leyendas de moras atrapadas en fuentes que arrastraban a su interior a quienes las escucharan. Y es que las riberas del Duero son desde antiguo tierras fronterizas, ganadas, perdidas, habitadas y rehabitadas.

Toro

Foto: Shutterstock

7 / 16

Toro

Como Toro, que antes de repoblarse con mozárabes fue tierra de godos, la Camp Gothorum que asediaban los romanos. Y antes aún, la Arbácula que se enfrentó a los ejércitos de Aníbal en las crónicas de Tito Livio. Ha llovido desde entonces. De esas lluvias se nutre el Duero, que aquí, en el valle, se despliega en todo su esplendor, llegando a alcanzar 6 km de anchura.

Toro, como tantas localidades ribereñas, fue clave en la defensa de la frontera entre el cristianismo y el islam, iniciando en el siglo XII, con la zona ya pacificada, una etapa de esplendor que la ha llevado a ser catalogada como conjunto histórico-artístico, gracias a monumentos como su Colegiata románica. De su pasado guarda la estética monumental y un elixir codiciado desde antiguo, el vino tinto de Toro, que cuenta también con denominación de origen. Dicen que para la argamasa de sus murallas la ciudad utilizó vino tinto. Pese a la cercanía del Duero quizás este fuera aún más abundante que el agua.

Urbión

Foto: Shutterstock

8 / 16

Urbión

La senda del Duero, el GR-14, discurre a lo largo de 755 km entre los Picos de Urbión y la frontera con Portugal. Su etapa 18 nos lleva en un recorrido de 37 km desde Toro a la «Perla del Duero», la ciudad de Zamora. «Zamora, la bien cercada/ de un lado la cerca el Duero / del otro, Peña Tajada», cantaba el Romance de Doña Urraca. De la etapa de pacificación, el siglo XII, data el Puente de Piedra que comunica las dos orillas del Duero gracias a sus 16 arcos apuntados. La ciudad ya figuraba en el Itinerario de Antonino como Ocellum Duri, los ojos del Duero. Injustamente olvidada, su riqueza monumental le ha valido el sobrenombre de «museo románico al aire libre» y su peso en la historia, ser glosada en gestas y cantares, aunque solo sea como la ciudad que albergó la traición o la heroicidad –según la perspectiva– que acabó con la vida del valedor del Cid, el rey Sancho II.

Arribes del Duero. Arribes

Foto: Shutterstock

9 / 16

Arribes

El Duero recibe el impulso jubiloso del Tormes y se espesan sus bosques de ribera hasta llegar a los agrestes Arribes, unos bravos paisajes fluviales donde el río se abre paso entre sobrecogedoras paredes de granito. Pereruela, puerta de entrada a la Comarca de Sayago, es famosa por su alfarería. Más adelante Moral de Sayago alberga un antiguo yacimiento romano de oro. El pasado aurífero de la zona aún se reconoce en diferentes topónimos.

Pero si hay un nombre para esta zona es el de La Raya por su situación limítrofe con Portugal. El profundo encajonamiento del Duero y sus afluentes labra una vertiginosa orografía configurando un espacio natural de 832 km2 donde anidan la cigüeña negra, el halcón peregrino, el buitre negro o el águila real. Declarado parque internacional, los Arribes nos invitan a cruzar la frontera de Portugal y conocer su historia en el Museu da Terra, en Miranda do Douro. Es una historia de separación y superación, que empezó con pobreza y contrabando. Y si se prefiere disfrutar de la increíble naturaleza circundante, nada mejor que embarcarse en un crucero fluvial por las aguas del Duero.

Arribes

Foto: Getty Images

10 / 16

Las Arribes, en femenino

Fermoselle, con sus cuatro ermitas y su rico patrimonio etnográfico podría ser la capital española de los Arribes. Su nombre le hace justicia. Es esta una tierra dura y hermosa, por la que seguramente anduvo, camino de la raya salmantina, el caudillo vetón Viriato poniendo en jaque a Roma.

El río se cuela en la provincia de Salamanca –donde pasan a llamarse las Arribes, en femenino– llenándose de afluentes y embelleciéndose en miradores como el de las Janas en Saucelle o el de la Fuente del Mendo, en Aldeadávila de la Ribera, otro nombre que nos sabe a río. Lo confirman la presa del mismo nombre y el poblado de El Salto, levantado para el aprovechamiento hidrográfico de su cauce. En Aldeadávila se puede hacer piragüismo, bañarse en la playa fluvial del Rostro o en el área recreativas de El Rocoso, o deleitarse en la cascada del Pozo de los Humos, por donde se precipita el río Ucés en una caída de 50 metros, al encuentro del Duero. Un espectáculo fantástico que ya glosó Unamuno.

Río Águeda

Foto: iStock

11 / 16

Río Águeda

Por Hinojosa de Duero y La Fregeneda accedemos al muelle fluvial de Vega de Terrón. El lugar por el que el río Águeda desemboca en el Duero delimita el territorio portugués y el final del sendero GR-14 por tierras españolas. En adelante el río es ya navegable hasta su desembocadura en el Atlántico. Y hasta aquí llegaba en la década de los 80 la línea férrea que unía Salamanca con Oporto salvando una orografía imposible a base de puentes y túneles. El Camino de Hierro, como se conoce entre los locales, es hoy una ruta senderista rehabilitada que hace las delicias de los caminantes, siempre que no tengan vértigo.

Portugal

Foto: Shutterstock

12 / 16

Portugal

Portugal nos recibe. Salvo el acento, poco diferencia a estos pueblos de sus vecinos en la ribera española. En Vilanova da Foz Côa nos encontramos con uno de los parajes más grandes de arte paleolítico al aire libre, el Parque Arqueólogico de Val de Côa, Patrimonio de la Humanidad. El mismo reconocimiento protege todo el enclave vitivinícola que arranca desde aquí en un paisaje de lomas aterrazadas, aderezadas por el olor dulzón de la uva caliente. Es la región del Alto Douro Vinhateiro, que produce caldos desde hace más de dos milenios y que en 1756 dio origen a la primera denominación de origen del mundo, el vino de Oporto.

Monasterio de Tarouca. El corazón del Valle del Douro

Foto: iStock

13 / 16

El corazón del Valle del Douro

El río discurre entre los términos de Bragança, Vila Real y Viseu y sigue marcando la toponimia. En Soutelo de Douro, cerca de Vila Real, capital de la provincia de Tras-os-Montes, hallamos el monasterio de Tarouca, el primero erigido por la orden del Císter en tierras de Portugal. Pero es en Pinhão donde accedemos al auténtico corazón del Valle del Douro.

La producción vinícola es aquí una actividad tan importante que incluso aparece reflejada en los azulejos de las paredes exteriores de la estación de tren. El mirador de São Salvador do Mundo en São João da Pesqueira nos regala una impresionante vista panorámica del río. Desde aquí es fácil viajar al pasado de la vinicultura en un circuito guiado. Y acompañar en su último viaje al Duero. Puede hacerse en un barco vinatero tradicional de fondo plano o, entre junio y octubre, entre las localidades de Tua y Paso da Régua, recorrerse como antaño en el tren de vapor que, a 30 km por hora, discurre parejo a las aguas contemplando su propio reflejo.

São João da Pesqueira

Foto: Shutterstock

14 / 16

São João da Pesqueira

En Peso da Régua, entre alegres fachadas coloridas y composiciones de azulejos en blanco y añil, encontramos el Museu do Douro alojado en un antiguo almacén reformado junto al río. Su visita es imprescindible para conocer la influencia del vino en la zona y la de los ingleses en su internacionalización. Desde la carretera todo son laderas repletas de cepas, capillas y bosques que llegan hasta el río. En sus inmediaciones, el Santuario de Nossa Senhora dos Remedios en Lamegos es una joya barroca. Dicen que fue en un convento de esta localidad –¿quizá este?– donde por primera vez se añadió brandy al mosto de uva durante la fermentación. Tal vez fuera un espíritu impaciente por acelerar el proceso, pero pronto se comprobó que gracias a esta técnica se lograba un vino resistente a las largas travesías por mar.

El río sigue dominando la toponimia: Barqueiros, Oliveira do Douro, Ribadouro, Santa Cruz do Douro... Según nos acercamos al Atlántico, el Duero despliega un bellísimo arsenal de playas fluviales y quintas de lujo donde se viene a maridar un ambicioso trío: vino, descanso y belleza. La zona lo hace posible: saunas en antiguas barricas, spas de vino, piscinas infinitas que parecen derramarse sobre los viñedos, cicloturismo y catas enológicas, en días diferentes a ser posible...

Oporto

Foto: iStock

15 / 16

Oporto

Y por fin Oporto, la etapa final, el destino del río, la ciudad que lleva el nombre de lo que siempre fue, el Puerto. El primitivo asentamiento de Cale, ya conocido por los griegos, daría nombre al país: Porto de Cale, Portugal. Oporto, no importa las veces que hayamos ido, siempre es una sorpresa, quizá porque responde al propio estado de ánimo. Bella y triste, como un fado, Oporto es una ciudad de contrastes: encerrada y marítima, decadente y moderna. Sus paredes rezuman nostalgia y humedad. No en vano su casco histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1996.

En Oporto merece la pena hacer esa última parada para despedir al Duero. Viajar al pasado en sus callejuelas, ante el mural de azulejos de más de 20.000 piezas construido por Jorge Colaço a principios del siglo XX en la estación de San Bento; sumirse en la ajada elegancia del café Majestic, o sumergirse en un escenario de película en la centenaria librería Lello. Merece la pena bajar desde la catedral, que lleva casi un milenio contemplando el fluir del río, hacia el barrio de la Ribera, contagiados de saudade y adivinando la cercanía del mar en el graznido de cada gaviota. En los antiguos barrios pescadores, la Ribera o la Foz do Douro, la vida se despliega en tascas tradicionales y terrazas posmodernas donde degustar el polvo (pulpo) de más de cien maneras o ese bacalao atlántico de carnes apretadas.

Oporto

Foto: Shutterstock

16 / 16

Oporto

Vila Nova de Gaia se alza al otro lado del río, unida a la vieja Oporto por seis puentes, entre los que destaca el bellísimo diseño del de Luis I, construido por un discípulo de Eiffel en 1886. Allí aún atracan los rabelos que transportaban los toneles de vino y se erigen los nombres de las bodegas clásicas: Rainha Santa, Ramon Pinto, Calem, Sandeman... Todas ellas abren sus puertas a neófitos como nosotros, en catas que nos enseñan a distinguir entre un LBV y un tawny y nos vuelven un poco más listos y un poco más nostálgicos.

Es esa nostalgia la que nos acompaña en el faro de Felgueiras, al despedir al río como a un viejo amigo cuando, tras su viaje rumbo oeste de 897 km, sus aguas dulces se mezclan con las del Atlántico, en un abrazo salado que sabe medio a muerte medio a reencuentro.