Francia en crudo

Un viaje por Aveyron inspirado en Robert Louis Stevenson

La alquimia de épocas y paisajes ha dado forma a un territorio único en el Midi francés, encajado entre macizos surcados por desfiladeros, tapizado por prados y moteado de pueblos medievales.

Aveyron preserva su carácter gracias al vínculo entre la economía agropastoral y el entorno, una práctica catalogada como Patrimonio Mundial de la Unesco en los parques naturales de Grands Causses y Cévennes. Esta riqueza cultural y paisajística se admira fácilmente durante una estancia en cualquiera de sus idílicas poblaciones, aprovechando los días para degustar su famoso queso roquefort o bien para explorar los caminos y cañones fluviales de los vecinos departamentos de Gard, Lozère o Ardèche.

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shutterstock 1298802616. Tras los pasos de Stevenson

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Tras los pasos de Stevenson

«Yo no viajo por ir a alguna parte, sino por ir. Por el hecho de viajar. La cuestión es moverse». ¡Menuda frase soltó Robert Louis Stevenson en su libro Viaje con una burra por los montes de Cévennes! Corría 1878 cuando el joven escritor escocés se aventuró durante doce días en compañía de la borrica Modestina por la senda que más adelante sería bautizada con su nombre en el Parque Nacional de Cévennes.

El Camino de Stevenson o GR-70 puede hoy recorrerse a pie y también en asno, a caballo o en bicicleta, aunque sin las dificultades que tuvo que sortear el autor de La isla del Tesoro pues, como parte de la red de senderos del parque, está señalizado y cuenta con numerosos enclaves para alojarse o avituallarse. Lo que permanece tal y como lo conoció Stevenson es el magnífico cielo nocturno que se contempla desde aquí: un gran lienzo oscuro punteado de nítidos diamantes. La zona ha sido distinguida como Reserva Internacional Dark Sky, un certificado que otorga la entidad sin ánimo de lucro Dark-Sky Association.

GettyImages-1171885151. Un Parque Nacional repleto de historia(s)

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Un Parque Nacional repleto de historia(s)

Aferrado al sur del Macizo Central, el Parque Nacional de Cévennes abrió sus puertas hace medio siglo, pero acopia historias y leyendas centenarias que oiremos cuchichear a los lugareños cuando aminoremos la marcha y hagamos de la lentitud elogio. En un recodo del Camino de Stevenson, la intersección de cuatro ríos insufla energía a la comuna de Florac, con un castillo que da abrigo al museo y al principal centro de información del parque. A una media hora en coche rumbo norte se erige el punto más elevado de Cévennes, el Monte Lozère, de 1699 m. Doblamos hacia el sudoeste para adentrarnos en el inquietante campo de Cham des Bondons –cham significa meseta en occitano–, que con 154 menhires es el segundo enclave megalítico de Francia después de Carnac, en la Bretaña.

shutterstock 1123786604. Saint-Jean-du-Gard entre puentes medievales y locomotoras a motor

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Saint-Jean-du-Gard entre puentes medievales y locomotoras a motor

En la actualidad la caminata puede alargarse hasta Alès, la capital de Cévennes, pero Stevenson la acabó en Saint-Jean-du-Gard. Este pueblo tiene un mercado semanal que hace las delicias de los más queseros, un castillo que evoca las disputas de los camisardos (protestantes franceses) y la torre del reloj como único vestigio de la iglesia románica. En 1982, Saint-Jean-du-Gard recuperó el trayecto en locomotora de vapor hasta Anduze, que discurre entre puentes, túneles, viaductos por las suaves montañas del Gard, y se detiene en La Bambouseraie de Prafrance, una plantación de bambú concebida en 1856 por Eugène Mazel, un comerciante de especias aficionado a la botánica, tras un viaje al Lejano Oriente. Este enorme jardín inesperado, exótico y revelador cuenta con más de mil especies de bambús y otras plantas de Asia y América.

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shutterstock 590830307. Entre mesetas y cañadas

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Entre mesetas y cañadas

Las poblaciones situadas dentro de los límites del parque de Cévennes velan por la biodiversidad gracias a una economía circular ancestral, también en uso en el parque de Grands Causses, que cubre cerca del tercio oeste del Aveyron. La singularidad del paisaje agropastoral de estas mesetas calcáreas (causses) propició su incorporación al Patrimonio de la Unesco hace diez años. Recortados por valles y gargantas fluviales, las causses están surcadas por drailles, cañadas que todavía usan los pastores para la trashumancia estival.

iStock-1166789670. Millau y el carácter auvernés

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Millau y el carácter auvernés

La mejor opción para descubrir Grands Causses es dirigirse a Millau, a orillas del Tarn. En las afueras se sitúa el McDonald’s que fue asaltado en los años 90 por un grupo de ganaderos liderados por José Bové, el Astérix de la antiglobalización. El asalto plantaba cara a las tasas impuestas por Estados Unidos a delicatessen como el roquefort y el paté ante la decisión

europea de no importar carne tratada con hormonas. Aquella guerra de la hamburguesa fue sonada y refleja cómo se las gastan en el Aveyron, una tierra firme, áspera y auténtica, también dulce, por qué no, que ensalza su forma de vida con el lema «Vivre vrai», vivir de verdad.

Aquel establecimiento de comida rápida dista media hora por carretera de un negocio diametralmente opuesto: una hípica y el Museo de las Tradiciones dan la bienvenida a la granja de Gaillac, en el Causse de Larzac, una de las seis mesetas que componen Grands Causses. Al franquear la puerta del restaurante rústico, me imagino al orondo y bigotudo Obélix acabando de zamparse un jabalí. O dos. «Queremos que todo lo que comas sea de kilómetro cero», me comenta sonriente Michel Arnal, de la familia propietaria de la granja. «Durante siglos, el hombre, el territorio y los animales hemos convivido; el agropastoreo bebe de este concepto», certifica Arnal, por si quedaba alguna duda sobre los beneficios de esta relación win-win.

iStock-507750088. Delicias delicadas

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Delicias delicadas

Es habitual acompañar la ración de carne de vaca de raza Aubrac (¿dónde habrán ido a parar sus cuernos en forma de lira?) con la textura espesa, elástica y cremosa del aligot, una receta local a base de patatas, mantequilla, crema fresca, queso de oveja, huevo, ajo, sal y pimienta. Todo ello muy pero que muy ligado. No es mala idea tratar de bajar la comilona dando un paseo por las landas de tonos tornasolados de Larzac, salpicadas de rocas ruiniformes, que configuran un paisaje único.

Únicas son también las creaciones de la boutique Causse Gantier, una de las mejores guanterías del mundo, nacida en Millau en 1892. Las piezas diseñadas por Karl Lagerfeld para Chanel, que se han enfundado estrellas como Rihanna y Madonna, se elaboran con la piel de ovejas de raza lacaune, que a su vez proporcionan la leche para elaborar el célebre queso roquefort. Se necesitan cuatro horas, como mínimo, para confeccionar un par de guantes. Un lujo natural que puede adquirirse a partir de cien euros.

iStock-610657226. Viaducto al siglo XXI

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Viaducto al siglo XXI

Millau desde 2004 se proyecta al mundo a través de su viaducto, un puente de casi 2,5 km que conecta las tierras altas del Aveyron, que recuerdan, por cierto, a las Highlands escocesas que tan bien conocía Stevenson. Este puente blanco, esbelto y atirantado, que supera en altura a la Torre Eiffel, se perfila como un velero erguido sobre siete pilares que emergen del valle del Tarn. Debajo del puente, la visita al Jardín de los Exploradores recopila las cifras del viaducto, una colección de récords que digerimos en el área de servicio mientras saboreamos los capucins del chef Michel Bras, tres estrellas Michelin. El capucin es una oblea de trigo y centeno, esponjosa y con forma de cono, rellena de ingredientes dulces o salados, fríos o calientes, que cuesta menos de diez euros.

iStock-502388668. El embrujo de los pueblos de Larzac

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El embrujo de los pueblos de Larzac

Larzac también atesora un patrimonio arquitectónico afianzado más allá del tiempo. Así lo atestigua su circuito templario y hospitalario, con cinco enclaves fortificados: La Cavalerie, Viala du Pas de Jeux, Saint-Jean d’Alcas, Sainte-Eulalie de Cernon y, en especial, La Couvertoirade, incluido en la lista de «los pueblos más bonitos de Francia». Qué fácil resulta imaginarse a un caballero medieval avanzar por el dédalo de sus callejuelas, arropadas por edificios de piedra oscura, que desembocan en el único castillo templario en suelo francés. Desde el interior de la oficina de turismo se asciende al camino de ronda de la muralla, y concluimos la visita echando un vistazo al abrevadero que ofrecía agua a los viajeros sin abrir las puertas del recinto.

GettyImages-1194352752. Sylvanès y la conexión con Rusia

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Sylvanès y la conexión con Rusia

Antes de sumergirnos en el país del roquefort conviene hacer un alto en Sylvanès, vinculado a la primera abadía cistercence construida en Rouergue, el antiguo nombre de Aveyron. Su iglesia románica, con una acústica excepcional, alberga en julio el Festival Internacional de Músicas Sacras. En un camino del bosque encontramos otra iglesia, ortodoxa y de madera, símbolo de la amistad de largo recorrido entre Francia y Rusia.

iStock-1128065463. El pueblo del queso azul

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El pueblo del queso azul

Un itinerario mucho más corto nos conduce hasta el pueblo de Roquefort-sur-Soulzon. Cuenta la leyenda que un pastor tenía un trozo de queso y un mendrugo de pan en su zurrón, se olvidó de ellos y, al cabo de unos días, el pan enmohecido transmitió sus bacterias al queso. Cuando tuvo hambre, le hincó el diente y le supo a gloria. Aquel proceso en apariencia tan sencillo es en realidad más complicado: para obtener un kilo del inconfundible queso azul se requieren 4,5 litros de leche de oveja lacaune, sal y la fermentación de un hongo.

En Roquefort, a 700 m de altitud, la exclusiva de su producción la comparten siete empresas, la más antigua de las cuales, Roquefort Société, controla el 70% del mercado.

A veinte metros bajo tierra, la humedad invita a abrigarse. La elaboración se inicia en la cava, con un período de tres semanas, a una temperatura de entre 13 y 14 ºC. La cepa del hongo empieza a florecer a los quince días. Entonces, las piezas de queso se trasladan a una nevera y reposan a menos de cuatro grados envueltas en papel de aluminio. Tardan un mínimo de dos meses en ponerse a la venta, pero solo unos minutos en ser devoradas como exquisito manjar.

shutterstock 1931382323. Peyre: medievalismo con vistas

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Peyre: medievalismo con vistas

Al remontar el Tarn, nos deslumbra el pueblo rupestre de Peyre, con casas trogloditas en una roca mayúscula y una vista frontal del viaducto de Millau. Río arriba, la naturaleza gana majestuosidad. Corona el promontorio que domina la entrada a las gargantas del Tarn el castillo de Peyrelade, famosa fortaleza de la Edad Media. A medida que las montañas se van elevando, crece la oferta de cámpings. Las bicicletas, canoas y piraguas motean este paraíso para los amantes de los deportes al aire libre, que no deben perderse la panorámica desde el mirador del Point Sublime.

El cañón del Tarn atrae cual poderoso imán, pero en algún momento debemos desviarnos al oeste y cruzar la extensa meseta donde se asienta el Aveyron más rural. Un espacio de bosques, pastos y los lagos de Lévézou, que nos dirigen hacia la capital de Aveyron, ceñida por la hoz del río homónimo

iStock-1127727759. Rodez y sus aires de capital

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Rodez y sus aires de capital

Rodez es obra y poder. El poder de la catedral gótica de Notre-Dame, apuntalada sobre la roca, que domina el casco antiguo desde su campanario de 87 m. La casa de Armagnac combina los estilos gótico y renacentista mientras que desde el patio del Palacio Episcopal se consigue la mejor vista de la torre campanario. Uniendo el centro histórico con los nuevos barrios, el Museo Soulages de arte contemporáneo se ha convertido en uno de los focos culturales del Midi francés. Está compuesto por cinco modulos revestidos de acero, una idea del estudio de arquitectura catalán RCR. Contiene más de 500 obras y piezas relacionadas con las vidrieras que el artista local Pierre Soulages realizó para la abadía de Conques, obra maestra del románico occitano.

iStock-509136027. El embrujo abacial de Conques

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El embrujo abacial de Conques

En el norte del Aveyron, Conques rezuma encanto. Y no solo porque puntúe alto en la lista de los pueblos más bonitos o por haber inspirado el escenario de la película La bella y la bestia (2017) con sus calles empedradas y casas de entramado, sino también por su abadía. Erigida entre los siglos xi y xiii, exhibe un tímpano esculpido y guarda el Tesoro de Conques, una colección de orfebrería medieval. Etapa de la Vía Podiensis, la principal ruta del Camino de Santiago en Francia, es una parada indispensable.

shutterstock 162776180. Las joyas del río Aveyron

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Las joyas del río Aveyron

Algo más al sur, en dirección a Toulouse, la bastida real de Villefranche-de-Rouergue se anima los jueves, día de mercado en la plaza de Notre-Dame, bajo la mirada de su icónico campanario porticado, de 54 m de alto. Compensa quedarse un rato más para descubrir la personalidad de las fachadas de las mansiones Armand, Combettes, Dardenne y Gaubert.

Siguiendo el río Aveyron, llegamos a otra población de cuento, Najac (en la imagen). Agarrado como una lagartija a una cresta rocosa, el pueblo se distingue por la alineación de casas medievales en la calle principal y la iglesia gótica de dimensiones monumentales, construida por orden de los inquisidores y costeada por las multas que pagaron sospechosos de herejía en tiempos de las persecuciones cátaras. La villa desciende y remonta hacia la colina del Castillo Real, impulsado a mediados del siglo xiii por Alfonso de Poitiers, hermano del rey Luis IX. Con estructuras como el torreón circular y sus aspilleras de cerca de 7 m de altura, su perfil ha sobrevivido hasta nuestros días.

Porque la historia y el territorio imprimen carácter a Aveyron, una tierra que parece quedar lejos, pero que se hace cercana al viajero. Que evoluciona aupando la tradición y se enriquece a partir de nuestra mirada y de la de quienes nos la cuentan. Como las novelas de Robert Louis Stevenson, Aveyron incorpora narradores intensos y transmite el magnetismo y la emoción de La flecha negra y La isla del tesoro. Un escenario al que siempre anhelamos volver.