En profundidad

La Costa Azul sin (mucho) famoseo

Un viaje que va más allá de sus tópicos glamourosos.

La Costa Azul es como un chichón en el mapa de Francia, la cumbre del glamur y la buena vida, del paisaje perfumado por el salitre y las hierbas aromáticas donde la Provenza se funde con el sol y el mar.

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iStock-1170087392. Fiorditos mediterráneos

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Fiorditos mediterráneos

Como roído por una ardilla gigante amante de las piedras, el litoral al este de Marsella es una sucesión de entrantes y salientes que el mar invade con placidez. Las calanques (caletas) se erigen en modosos fiordos mediterráneos labrados por el agua en vez de por el hielo. Dejando a la espalda la antaño canalla Marsella, se entra en un mundo que parece ideado por un diseñador de videojuegos: acantilados vertiginosos que asoman a playas de dimensiones liliputienses. El adorno verde lo proporcionan los pinos y matas bajas como el tomillo, el orégano y el romero que envuelven el olor del salitre y la resina con su delicado aroma que expande los pulmones y el alma.

iStock-895520424. 20 kilómetros, decenas de brazos

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20 kilómetros, decenas de brazos

El parque nacional de Les Calanques es pequeño y su recorrido, corto. Apenas se trata de 20 km de costa, el primer brazo de esa dilatada V que forma la Costa Azul entre Marsella y Mónaco. Con ánimo de ser impreciso y arbitrario, se puede decir que es la zona de la Riviera francesa donde la naturaleza se impone por encima de la mano del hombre, mientras que en el segundo tramo, pasadas las islas de Hyères, es más el de la huella humana: restos arqueológicos, pueblos encantadores, seducción intelectual y lujo sin rubor.

iStock-967099178. A pie o a babor

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A pie o a babor

Las Calanques son para caminarlas o navegarlas. Un sendero litoral de vértigo va siguiendo el recorte del litoral, asomándose al abismo para descubrir calitas y playas recoletas. La ausencia de edificaciones en este sector es absoluto, es el reino de un agua vidriada que transparenta fondos rocosos donde taimados pulpos se mueven con el sigilo de un caco y los salmonetes aletean vestidos de rosa princesa. El paisaje ha dado alas a la imaginación del ser humano a la hora de bautizar los accidentes geográficos: Pointe de la Merveille, L’Oeil de Verre, Pointe de Cacau, la Triperie, Port-Pin...

iStock-1074877536. La pared más canalla

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La pared más canalla

Parece que las Calanques van a darse por vencidas al llegar al pueblecito de Cassis, un rincón pesquero a resguardo del omnipresente viento de mistral. Pero pegan el arreón final: el Cap Canaille, otra jugosa denominación. Se trata del acantilado marítimo más alto de Europa, según los franceses, un título muy discutido. Pero da igual el récord, lo impresionante son los 394 m de caída en línea recta que hay desde la cumbre del Grande Tête hasta donde las olas lamen su base. Allí empieza otro sendero, la Ruta de las Crestas, 15 km en los que el caminante está atrapado entre el azul del mar y el verde de las viñas que alfombran las laderas. Hasta llegar a las inmediaciones de la ciudad de Toulon, un interludio obligado antes de recalar en Hyères y, sobre todo, en sus islas.

shutterstock 628972439. Un archipiélago muy canalla

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Un archipiélago aún salvaje

El pequeño archipiélago de Hyères es un lugar privilegiado para las inmersiones submarinistas y también para avistar cetáceos desde una barca en los meses de verano. En la más oriental de las islas, Levant, puede uno ir calle arriba y calle abajo por Héliopolis como Dios lo trajo al mundo, comprar una barra de pan a un tendero igualmente desabrigado o tomar un café en una terraza charlando relajadamente con un desconocido también desprovisto de ropa. Es un lugar llamativo, pues se trata de la primera ciudad nudista instalada en Francia, ya en 1931. Una comunidad que se ve cada vez más acosada por las autoridades, que pretenden que tan saludable costumbre se reduzca a algunas playas y abandone los espacios comunes. Pero los nudistas son guerreros, se resisten con uñas y dientes. 

Otro aspecto que llama la atención de Levant es que el 90% de su territorio restante está militarizado y vetado, por tanto, a cualquier tipo de visita.     

El viento en este sector de la Costa Azul se acentúa, estamos en el vértice de esa V imaginaria que a partir de ahora mutará completamente de carácter y dará paso a historias de lujo y arte. El cambio se produce tras doblar el robusto cabo que sucede a la larga playa de Pampelonne. Entonces aparece la única localidad de la Costa Azul que tuvo arrestos para instalarse orientada al norte, desafiando al persistente viento norte, Saint-Tropez.

iStock-970992248. A propósito de Brigitte

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A propósito de Brigitte

Los seres humanos de formación clásica asocian Saint-Tropez con una diosa griega: Brigitte Bardot. Aparecía tomando el sol con el fondo de la ciudad y charlando picarescamente con Curd Jürgens con la única protección textil de una colada tendida entre ellos en la película Y Dios creó a la mujer. Popularmente se dice que fue a raíz de la filmación de esa cinta de 1956 que los famosos empezaron a frecuentar la Costa Azul en general y Saint-Tropez en particular.

iStock-1124555853. Distensión total

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Distensión total

Pero otros artistas e intelectuales habían llegado al menos medio siglo antes. Paul Signac, el pionero, ya había inmortalizado el Cap Canaïlle en uno de sus cuadros a finales del siglo xix. Y convenció para que se pasaran por allí a Henri Matisse y Pierre Bonnard. Luego llegarían la fotógrafa Colette y muchos otros, que le dieron a la Costa Azul la pátina de glamur que ya no la abandonará jamás. Detrás de ellos, una legión de franceses, que han hecho de esta porción litoral el destino nacional preferido para las vacaciones, persiguiendo el sol, la buena comida y la distensión horaria. Acaso también por ver si la elegancia es contagiosa.

Saint-Tropez posee un puerto coqueto y un casco urbano muy apañado, con casas de color pastel desgastado y ventanas venecianas que le otorgan un neto carácter mediterráneo. Pero su aura es ya más que su hoy, desfigurado al norte por las marinas de Port Grimaud y Port Cogolin. Las diosas griegas ya partieron. Sin embargo, la Costa Azul sigue siendo la costa de los artistas, su huella está presente por todas partes

iStock-1132961871. Fréjus romana

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Fréjus romana

Fréjus pide una parada. Aquí los restos romanos rompen con el discurso de los asentamientos recientes. El anfiteatro del siglo i, coliseo preparado para 10.000 espectadores que jaleaban las peleas de gladiadores y bestias exóticas, tiene él mismo una historia inverosímil. Fue desenterrado de forma taxativa en 1959 al romperse la presa de Malpasset. Las aguas enfurecidas le quitaron un montón de trabajo a los exhumadores de tesoros. En la vecina Saint-Raphaël, el museo arqueológico muestra con orgullo los materiales rescatados de un pecio romano por el famoso investigador oceánico Jacques-Yves Cousteau, que frecuentaba estas aguas.

iStock-1162322447. Y de repente, Cannes

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Y de repente, Cannes

Hay que salvar el cabo cabezón en el que se afinca Saint-Raphaël para llegar a la pequeña hoz arenosa del golfo de Napoule, en cuyo extremo oriental se instala, orgullosa, Cannes. Es la ciudad cinematográfica por excelencia de Francia. Y, si los berlineses no se enfadan, también de Europa. ¿Quién no ha suspirado con pasear sus caniches por la vía litoral de La Croisette la mañana antes de recibir el más prestigioso galardón del Séptimo Arte continental?

iStock-1155913008. Arena y farándula

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Arena y farándula

Si no fuera por el festival internacional de cine, Cannes podría haber caído en la melancolía nostálgica de Saint-Tropez. Sin embargo, mantiene los hoteles y tiendas de lujo alineados en su paseo marítimo. Dicen que sus playas son los mejores arenales de la Costa Azul. Pero quienes eso aseguran deben referirse a su longitud, equipamientos y terrazas de coctelerías, no al aspecto silvestre y puramente mediterráneo que las calas del parque nacional de Les Calanques ofrece.

Faranduleros y aspirantes a serlo deambulan todo el año por la fachada litoral de Cannes, reforzando la imagen de bohemia que la ciudad desea. Cuando se acerca la segunda quincena de mayo, las avenidas se llenan de personajes que visten fuera de lo normal, lucen peinados y gafas oscuras extravagantes, que posan de costado –esto ha dejado de ser insólito–… mientras rugen por La Croisette coches deportivos de los que conducen los héroes del celuloide. A Cannes la sostiene un decorado humano.

iStock-1139486600. Antibes y el arte

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Antibes y el arte

La Pointe de la Croisette enlaza con una ensenada que lleva a Antibes, el siguiente cabo mítico de la Costa Azul. Aquí se instalaron a mitad del siglo xx nombres gigantescos de la cultura occidental, como

Claude Monet, Pablo Picasso o el escritor Graham Greene. Siguiendo su estela, desfilaron miembros de la alta sociedad de todo el mundo, que acudían aquí para dejarse ver en fiestas y rozarse con los intelectuales, a ver qué de su prestigio podían atrapar.

Hoy en día, Cap d’Antibes, el propio Antibes y el vecino Juan-les-Pins conforman un conglomerado de chalets y mansiones para la élite, vigilados por dos fortificaciones clásicas, el Fort Carré y la muralla de Vauban que defiende el puerto viejo. En el paseo marítimo se sitúa uno de los grandes polos de atracción cultural de la Costa Azul, el Museo Picasso. Sus instalaciones recogen una cantidad generosa de obras del pintor malagueño, que instaló aquí su taller en 1946, en una de las salas del castillo que pertenece a la familia Grimaldi –la monarquía monegasca– desde el siglo xiv. Solo por ver La cabra muchos franceses se desplazan centenares de kilómetros. Parece imposible reflejar tanta expresividad con tan pocos trazos.

iStock-606237128. Antibes adentro

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Antibes adentro

Antibes sigue siendo refugio de adinerados empresarios, como se puede deducir por las embarcaciones amarradas en el puerto deportivo. Pero ahora el mundo del dinero es más discreto y no se deja ver. Además del Museo Picasso, hay un paseo relajante por el Jardín Thuret, un parque botánico que tiene siglo y medio de vida y que centra su atención en plantas tropicales, de las que hay casi dos mil especies.

iStock-519844979. Los pueblos con más arte... contemporáneo

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Los pueblos con más arte... contemporáneo

Antes de cerrar un viaje por la Riviera francesa, vale la pena abandonar la línea de la costa al salir de Antibes y recorrer los escasos 20 km hasta Vence. Allí Henri Matisse dejó una muestra de su arte decorando la capilla del Rosario (avenida Henri Matisse, 466) en agradecimiento a la comunidad de monjas dominicas que le cuidó durante la recuperación de un cáncer. Ahora los admiradores de este pintor –que disputa a Picasso el cetro de su siglo– se sientan con veneración religiosa a admirar los paneles cerámicos, las pinturas, las cruces de hierro forjado y los vitrales de este artista, que incluso se atrevió a diseñar las estolas de los curas que ofician la misa.

Por Vence y Saint-Paul-de-Vence, su gemela medieval amurallada, pasaron también Marc Chagall y Jean Dubuffet, engordando la increíble nómina de artistas seducidos por la Provenza. Allí se encuentra la Fundación Maeght, uno de los mejores museos de arte moderno de Europa, instalado en un edificio diseñado por Josep Lluís Sert en 1964.

iStock-591826796. Niza bien vale una 'paseggiata'

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Niza bien vale una 'paseggiata'

En un viaje por la Costa Azul, está bien guardarse como última carta la de su capital, Niza. Perteneció a Italia entre 1814 y 1860, y esas pocas décadas han dejado un aire que no se borra, con sus casas de color pastel desvaído, sus balcones y sus persianas de estilo veneciano. El núcleo antiguo tiene mucho carácter y la lista de museos a visitar se apelotona: el de Matisse, el de Chagall, el de Bellas Artes, el de Artes Asiáticas, el de Arte Moderno y Contemporáneo, el Masséna… Hay que reservar tiempo para pasear la Promenade des Anglais, sobre todo al atardecer, cuando recogiendo la costumbre italiana de la passeggiata, todo el mundo se muda como si fuera festivo y sale a tomar bocanadas de brisa salobre. Dicen que en su época de máximo esplendor, los ricos llenaban las bañeras del hotel Negresco –epicentro de la avenida– de burbujeante champán rosado.

iStock-466745068. Como Grace Kelly y Cary Grant

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Como Grace Kelly y Cary Grant

Al norte de Niza, Grace Kelly y Cary Grant –en el papel del mítico ladrón El Gato– en el thriller hitchcockiano Atrapa a un ladrón, despeinados por el viento a bordo de un descapotable, recorrían las vertiginosas carreteras de la Ruta de las Corniches que se dirigen a Mónaco. Se trata de tres vías que se retuercen pegadas al litoral hasta Menton, compitiendo por ofrecer la curva más cerrada, la panorámica más sobrecogedora. Nuestros héroes se detenían en Cap Ferrat, como hace cualquiera con sentido común: para admirar esta última localidad de la Costa Azul –un nido de águila bello–, la mayoría de los mortales; ellos, para reponerse tras haberse deshecho de los malos.

iStock-1147805063. El lujo se llama Cap Ferrat

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El lujo se llama Cap Ferrat

Los nostálgicos del Mediterráneo que ya casi despareció bajarán hasta las aguas de Cap Ferrat a añorar las barquichuelas que aquí se dedicaron a la artesanal pesca de la anchoa hasta principios del siglo xx. Sus aguas son todavía hoy un vidrio inmaculado, no hay que recurrir a la melancolía para disfrutar de su transparencia y nadar en ellas, lo más similar a volar.

Los aficionados a las revistas de cotilleo suspirarán aquí de mansión en mansión. Algunas solo se pueden contemplar desde fuera, pero otras, como la que perteneció a la millonaria familia Rotschild, admiten visitas. El elenco de celebridades es aquí mareante: cabezas coronadas como Leopoldo II de Bélgica o el duque de Windsor; escritores como Raymond Chandler, Jean Cocteau, Virginia Woolf, Ian Fleming o Somerset Maugham; artistas como Charles Chaplin, David Niven o los músicos Elton John y Paul McCartney, por citar algunos. 

shutterstock 1270428550. La calle más cara del mundo

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La calle más cara del mundo

¿A quién le puede extrañar que Chemin de Saint-Hospice, la calle en el extremo oriental de la península, sea la vía residencial más cara del mundo? Si se quiere estar a pocos metros de los famosos que hoy frecuentan Cap Ferrat lo mejor es dejarse caer por el distinguido bar del Grand Hôtel a tomar un cóctel al final del día.

Hasta el momento, sin embargo, pasear por la península es gratis. Así que quien llega hasta Pointe de Crau de Nao, en el punto donde Cap Ferrat se encara sin miedo al viento mistral, disfruta de una de las más amplias visiones de Niza y parte de la Costa Azul sin desenfundar su tarjeta de crédito ζ