En un tiempo en el que los monarcas de media Europa se miraban el ombligo y competían entre sí construyendo palacios, castillos y catedrales descomunales, con el objetivo de consolidar su grandeza y su poder, en Portugal los reyes centraban sus esfuerzos en erigir monasterios monumentales para loar la ayuda divina en sus victorias bélicas y logros marítimos, y en algún caso como exaltación al amor. Aquella «moda» lusa que perduró entre los siglos XIII al XVIII hizo que el vecino país atesore un destacado legado monástico, cuya relevancia artística ha sido catalogada y protegida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Además, cuatro monumentos de este artículo también se hallan entre las Siete Maravillas de Portugal, una selección promovida por el Ministerio de Cultura luso.
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