Las nieblas invernales que el Tormes arroja sobre Salamanca son parte esencial de su embrujo. Un filtro perfecto para que proliferen leyendas que, después de tres mil años de historia, han crecido hasta hacerse gigantes.
Este aura de misterio es un bonito pretexto para ir desvelando los tesoros de una ciudad que, sin embargo, destaca sobre todo por las luces. Y es que la razón que mana de su Universidad siempre se ha impuesto a la superstición, igual que el sol de invierno castellano se acaba sobreponiendo a las nieblas. Pero la capital charra no es solo un cúmulo de historias pasadas. Su identidad es esencialmente joven y el constante trajín de nuevos inquilinos la reinventa con aportaciones sobre las que seguramente también crecerán leyendas en el futuro.
Este viaje de mitos culmina en las sierras del sur de la provincia, un paisaje que sorprende por su poso histórico. En sus pequeños pueblos serranos de piedra, adobe y madera donde todavía se siente el paso de musulmanes y judíos, se descubren ancestrales cámaras oscuras y hombres vestidos de musgo, parajes remotos de gran diversidad donde se encuentra la fauna más esquiva e incluso eremitas que dan continuidad a la tradición de la vida contemplativa.