La más oriental y la más septentrional de las Islas Canarias parece estar envuelta en un aura especial. El mar de lava que oscurece y condiciona su paisaje ha influido también de forma determinante en su historia, sus costumbres e incluso en sus productos locales, como por ejemplo el vino. Posee algunas de las playas más espectaculares del archipiélago que, combinados con las rocas y la tierra volcánica de la que está compuesta la isla, crean unos paisajes de ensueño.
Sus pequeños pueblitos de casas blancas que trepan por las colinas hablan de las costumbres y la idiosincrasia de sus gentes, hospitalarios con los forasteros y orgullosos de su patrimonio cultural y natural, cuyos máximos exponentes responden a los nombres de César Manrique y Parque Nacional de Timanfaya respectivamente.