El vagón avanza lento pero seguro mientras un suave ajetreo mece los asientos desde los que, con la espalda recostada y una leve sensación de adormilamiento, el pasajero contempla relajado un impresionante paisaje. Como si fuese una película con la mejor fotografía, la ventana del tren se convierte en una privilegiada pantalla por la que desfilan impresionantes acantilados o acueductos de vértigo, pero el vehículo sigue, impasible, su trayecto. Un fiordo noruego, una cumbre andina o un valle con infinitas plantaciones de te ceilandés son algunas de las maravillas que se pueden contemplar en cualquiera de estos recorridos únicos en el mundo.