Lo mejor es llegar a Cancún de mañanita, alquilar un coche en el aeropuerto, darle la espalda a la ciudad y poner rumbo a la costa. A cualquier sitio de la costa. A voleo. A Puerto Morelos, por ejemplo, que está cerca. Ir a un restaurante junto a la playa que tenga techo de paja y mesas de madera. Desayunar allí unos huevos motuleños, panuchos, chilaquilas, incluso cochinita pibil, y sacudirse con jugos de frutas recién hechos la modorra pegajosa que dejan como secuela los vuelos trans-oceánicos. Frente al mar Caribe y a la arena blanca, la luz de la mañana es tan clara que deslumbra. Invita a zambullirse en Yucatán.
Hay mucho que conocer en esta península magnífica que comparten los estados mexicanos de Quintana Roo, Campeche y Yucatán. Fue escenario del encuentro entre dos civilizaciones que eran como dos universos diferentes. Ocurrió hace cinco siglos, pero los vestigios son muy visibles. Hay ruinas mayas imponentes, ciudades coloniales encantadoras y un mestizaje que ha producido además una gastronomía deliciosa. Todo eso en una región llana, en la que casi el 70% de la superficie está cubierta por selvas y su contorno, rodeado por playas preciosas. Estas últimas son el gran reclamo que atrae a la mayoría de turistas, y es un reclamo poderoso. En Cancún, Playa del Carmen, Cozumel o Isla Mujeres no solo hay arenales agradables sino también buceo, arrecifes, avistamiento de tiburones, parques temáticos con atracciones y mucha vida nocturna.