Estación de Francia
Históricamente, Barcelona se ha ido construyendo a base de grandes actos. Los juegos olímpicos fue uno de ellos, quizás el más importante, y permitió que la capital catalana se abriera al mar. Otro ejemplo fue la celebración de la Exposición Universal de 1929, que trajo consigo monumentos icónicos como el Palacio de Montjuïc, hoy actual sede del Museo Nacional de Arte Contemporáneo (MNAC) o la estación de Francia.
La monumentalidad en este caso no se discute, y es que la estación consta de doce vías y siete andenes, diseñados inicialmente para acoger trayectos de larga distancia. De hecho, fue la primera estación en España en conectar la península con Francia. Sin embargo, su importancia en la escena ferroviaria se ha reducido hasta el punto de que su cierre se ha propuesto varias veces en las últimas décadas, en parte, porque gran parte de su tráfico haya quedado traspasado a la estación de Sants.
¿Qué la hace singular?
A nivel arquitectónico, la estación llama la atención por esa estética de película antigua. Construida a partir de la llamada arquitectura de hierro, el edificio está coronado por una doble marquesina metálica y curvada, con tragaluces superiores -al igual que Atocha- que dibujan un mosaico de luces y sombre en el interior. No obstante, el gran atractivo no son los trenes ni la estación en sí, sino la multitud de búhos que han colonizado los tejados de la estación. Pero no llegaron allí casualmente, sino que se colocaron con el objetivo de ahuyentar a las palomas. Con el tiempo, estas aves han hecho de la estación su hogar y en la actualidad son uno de os elementos más fotografiados.