Aunque su origen parece variado, Cuba fue pionera en trasladar los restaurantes a las casas. O, mejor dicho, en transformar los salones privados en espacios gastronómicos. Turistas europeos y norteamericanos se vieron capturados por los paladares, lugares donde se puede comer en la cuna auténtica de las ciudades: las casas de familia. El fenómeno se reprodujo y mutó su estilo. A principios de los años 2000, chefs desempleados en Argentina utilizaron este modelo para montar cenas privadas en sus propios hogares. Poco a poco, se moldeó lo que hoy conocemos como restaurantes clandestinos. Cocinas ocultas que entregan, mensual o semanalmente, cenas con reserva previa, donde la locación puede ser desconocida y el menú es sorpresa.
Como señala David Orozco Tamayo, chef colombiano, en Bogotá el auge de los restaurantes clandestinos o pop-up restaurants "se está dando ahora”. Aprovechando la idiosincrasia regional, la capital cuenta hoy con un abanico de emprendimientos que buscan transformar el producto gastronómico en una experiencia íntima que rescate los mejores sabores del país.
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