Cada 21 de diciembre, la llegada del solsticio de invierno en el hemisferio norte recuerda la celebración que ha hecho llegar hasta nuestros días uno de los dulces más conocidos de Francia y de parte de Europa: el Bûche de Noël o tronco de Navidad. Un postre que se elabora con una plancha de bizcocho genovés que se rellena con crema de chocolate, dulce de leche, turrón o crema pastelera y que después se cubre con crema de chocolate y se decora con estilo navideño.
De origen celta
En La Provenza, al sureste de Francia, cada solsticio de invierno las familias celtas escogían un tronco de árbol -cuanto más grande mejor- con la intención de quemarlo el día más corto del año, el 21 de diciembre.
Esta antigua tradición celta, que se remonta al año 2500 antes de Cristo y que se extendió por diversos países, era una forma de celebrar el renacimiento del sol y de dar las gracias por la calidez y la vida que traería consigo. Debía ser un tronco grande, grueso y que, contase incluso con sus raíces. Y es que se creía que determinados árboles, como los robles, las hayas, los olmos y los frutales, tenían poderes místicos.

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La quema del tronco, llamado yule, se utilizaba para predecir el próximo año en términos de cosecha. Un fuego largo con llamaradas altas presagiaría buenas cosechas, un clima agradable y pocas inundaciones o sequías. Si por el contrario la quema era rápida o la llama desaparecía, debían esperar problemas en el campo. Lo habitual es que el tronco ardiera un mínimo de tres días hasta reducirse a cenizas, unos restos que se guardaban a lo largo de todo el año con el objetivo de proteger su cosecha.
Del feudo al plato
Según diversas teorías, esta fiesta precristiana del solsticio de invierno evolucionó en el Medievo convirtiéndose en un impuesto feudal por el que los campesinos debían llevar un gran trozo de madera a casa de su señor. A su vez, en sus casas, los campesinos mantenían viva la tradición celta decorando un tronco con cintas de colores, sal, aceite y vino y quemándolo la noche del 21 de diciembre.

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Esta celebración se mantuvo a lo largo del tiempo hasta que Napoleón, a causa del aumento de las enfermedades que acaecían en París en invierno, ordena cerrar todas las chimeneas con el fin de que no entrase frío en los hogares y haciendo que las fogatas en casa dejasen de estar permitidas. Es así como, para no perder la tradición, las familias francesas comenzaron a reemplazar la quema de estos troncos por uno decorado con velas, dulces y detalles.
Esta forma de recordar de manera simbólica aquellos solsticios de invierno comenzaron a plasmarla a partir de 1834 diversos pasteleros franceses en el Bûche de Noël, un postre con forma de yule hecho a base de bizcocho y mousse de avellanas y cacao, que rinde homenaje a esa antigua tradición.
Hoy en día este dulce tan típico navideño se puede encontrar en diferentes regiones de Francia y en diversos países de Europa, así como en Quebec y diferentes colonias francesas del resto del mundo.