Cuando Sacha Lichine adquirió la propiedad del Château d’Esclans en 2006, no dudaron en abalanzarse sobre él, decían que estaba loco. Atrás dejaba Burdeos y los tintos con los que su padre había erigido un imperio vitivinícola, y todo ello con el único objetivo de crear el mejor rosado del mundo. Una década y media después, sus vinos se comercializan a espuertas, lideran el ranking de los más vendidos en Estados Unidos, ganan premios internacionales, la producción aumenta cada año y las voces que una vez cuestionaron su decisión hoy se han convertido en halagos.