Hubo un tiempo en que los viajeros utilizaban los hoteles como un lugar donde descansar y dormir, pero luego se dirigían a la ciudad a comer y cenar en restaurantes. Este modus operandi no entendía de categorías, y hasta los hoteles más lujosos se vieron inmersos en una nueva batalla por mantener al huésped dentro de casa. Primero llegó la asociación con marcas de restaurantes de renombre, luego las estrellas Michelin y por último los grandes chefs. La codiciada experiencia gastronómica dentro de un hotel funcionó, aunque esta disrupción del modelo hotelero no haya servido para todos.
Que la industria hotelera tiene un papel natural en la provisión de experiencias es, hoy en día, un hecho innegable, pero tener la habilidad para llevarlo a cabo es otra historia. En Barcelona, el Majestic Hotel & Spa lleva 100 años reinventando el concepto del lujo con diferentes experiencias, y hace tiempo que muchas de ellas tienen que ver con la gastronomía; ‘from farm to table’ (de la huerta a la mesa) es la última de ellas, lo que supone no solo una inmersión en la cultura gastronómica del hotel, y por ende en la de Cataluña, sino una declaración de intenciones por parte de la propiedad, la de aumentar el placer y el disfrute de comer y beber, dos pilares fundamentales, y muy rentables, en la creciente oferta de turismo gastronómico.
¿De dónde viene lo que se come, y muy bien, en el Majestic Hotel & Spa? Pues de un buen puñado de pequeños productores y artesanos locales, claves en el concepto gastronómico del hotel. Hoy el lujo no se mide en estrellas, sino en autenticidad de las relaciones, la importancia del servicio y la personalización, así como en el valor y la singularidad. Es el factor ‘wow’ en la hotelería, algo, grande o pequeño, que crea una conexión emocional con las personas, el producto y la marca. Y de esto, en el Majestic, saben un rato.