Cuando Manuel Francés vio a sus hijos correr detrás de una pelota y cruzar las calles de Arnes con la bicicleta, tuvo claro que aquel pequeño pueblo de la Terra Alta era el lugar adecuado para su familia. El mundo se detenía tras ocho años a la carrera en Donostia y seis anteriores en Londres aún más frenéticos. Marco y Olivia, los niños, no echaban de menos nada pese a haber pasado de un colegio con veinte compañeros a otro con tan solo tres. «Aquello era un regalo. Hasta entonces todo había sido correr, correr y correr para sobrevivir. Pues para sobrevivir nos quedamos aquí», sostiene Manuel.