Foto: Grégoire Chappuis/gc-photo.ch
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Una vertiginosa introducción
En Lavaux ya no hay sitio para nada… literalmente. En primer lugar, porque la orografía del lugar, con sus pronunciadas laderas, apenas da margen para construir una plaza o un edificio más o menos extenso. Y en segundo lugar, porque cada metro cuadrado está cotizado y destinado a elaborar unos vinos que gustan, y mucho, en los restaurantes y bares de toda Suiza. En términos wineloverísticos, este vino tiene el handicap de su precio, lo que limita la exportación y su reconocimiento en todo el mundo. Pero volviendo a Lavaux, la falta de terreno hace que no haya un gran complejo vinatero, ni siquiera una bodega gigantesca que cope portadas por su fotogenia. Eso sí, no falta un centro de interpretación, Lavaux Vinorama que recibe a viajeros de todo el mundo para ofrecerles catas y explicaciones sobre las singularidades de estos caldos y de su uva madre, la Chasselas. Una degustación que se complementa con la visualización de la película Une Année vigneronne en la que, en pases de 20 minutos y en español, se explica cómo es un año en la vida de un viticultor. Su ubicación en sí ya es una declaración de intenciones y una demostración de aprovechamiento de espaci:, al final de un torrente a las afueras de Saint-Saphorin donde antes había un molino de agua.