Jaime de las Heras
Las costas de Cádiz, donde el Atlántico converge con fuerza con el Mediterráneo, sirven como cobijo desde tiempos inmemoriales al atún rojo. Forjado por la braveza de estas corrientes, ricas en alimento, el rey de la almadraba gobierna en el Estrecho a sus anchas, erigiéndose como el auténtico monarca del mar y donde su preciada carne ha servido como método de subsistencia para decenas de pescadores de la zona.
La batalla entre el hombre y el mar se libra con fiereza en pueblos como Zahara, que es junto a Tarifa, Barbate y Conil uno de los cuatro pueblos de la Costa de la Luz que aún tiene almadraba, un arte milenario que encauza con un laberinto de redes submarinas al animal, para luego rodearlo con barcos y alzarlos desde ellos, produciéndose el combate singular entre marinero y atún, un enorme púgil que supera con creces los 200 kilos y cuya portentosa musculatura pone en jaque a las tripulaciones. Es la ‘levantá’, el comienzo de la temporada de pesca del atún salvaje de almadraba, que hace que las costas gaditanas se tiñan de plata con el refulgir de la escama del bravo túnido al salir del mar.