La situación geográfica de Andorra es la mejor manera de justificar su particular gastronomía. El microestado más grande de Europa bebe a su cercanía con Francia y Cataluña no solo algunas de sus costumbres, sino también muchas recetas, algunas de ellas heredadas de sus vecinas y adaptadas singularmente.
Las bordas, construcciones rústicas que servían para guardar el ganado y material agrícola, se han reconvertido en restaurantes perfectos para degustar alguno de estos manjares. La riqueza de un territorio compuesto en un 90% por naturaleza facilita que los ingredientes de sus platos no solo sean productos de cercanía, sino también de una gran variedad.