Es hora de volver a Cuenca. Y no solo por las célebres Casas Colgadas -que no colgantes-, el Museo de Arte Abstracto Español o las espectaculares vidrieras contemporáneas de su Catedral, sino porque se trata de una ciudad sabrosa. Y sabrosa en el sentido de que la gastronomía, tanto castellano-manchega, como la conquense propia, brillan en sus restaurantes.
Cuenca sabe a morteruelo, a ajoarriero, a zarajos, cordero, truchas y quesos manchegos. Pero también a aires renovados y a una cocina de secano con entidad propia. Y buen puñado de chefs han puesto a esta ciudad Patrimonio de la Humanidad en el punto de mira del panorama gastronómico. Pasión, tesón, producto de la tierra, creatividad...