No mentía el que diseñó aquel claim de Cantabria Infinita como campaña de promoción turística. Una realidad que se traslada a una mesa generosa, abundante y todoterreno que incluye dulces con historia, Estrellas Michelin, bocartes de primera y pueblos que salpican una geografía sabrosa a más no poder.
Liébana
Una tentación convertida en cocido es el estandarte de Liébana, un pueblo que más allá de su peregrinar religioso también invita a iniciar un camino gastronómico de primer orden donde no faltan garbanzos, patatas y berza. Junto a ello, un compango cárnico donde el cuarteto de chorizo, morcilla, tocino y zancarrón de ternera tocan al compás. Como artistas invitados, pizcas de cecina y, si se es purista, el relleno hecho de miga de pan, huevo y chorizo. Casa Fofi o Mesón La Vega son dos altos en el camino para dar cuenta de la primera cuchara cántabra, con el beneplácito del cocido montañés, el otro ilustre cuchareo de la comunidad.
Santoña
Devotos del peregrinar de la sabrosa anchoa del Cantábrico, boquerón para unos y bocarte para otros, la costera de primavera de la Engraulis encrasicolus marca el punto de partida para una industria conservera que vibra entre salazones. Son los meses de abril y mayo los que mejores anchoas brindan para estas delicadas semiconservas, pero en fresco sigue siendo un placer que hace de Santoña parada obligatoria para amantes del pescado. En cuanto a nombres imprescindibles para encontrar anchoas de calidad, varias referencias como Angelachu, Bolado, Carlanmar o Solano Arriola.

Anchoas de Santoña © iStock
Ruiloba
Al alza, como la propia comunidad, el vino cántabro empieza a llegar a cotas más que interesantes para demostrar que aquí también hay nombres propios. Acercarse a Ruiloba resulta fundamental para conocer los viñedos casi flotantes de Bodegas Miradorio, que con referencias como Mar de Fondo o Tussío dan fe de una Cantabria líquida y vitivinícola por descubrir. Blancos con alma salina y perfiles afrutados se cargan en esta bodega a apenas dos kilómetros de la costa.

© Bodegas Miradorio
San Vicente de la Barquera
Primo hermano del marmitako vasco y de la marmita asturiana, el sorropotún de San Vicente de la Barquera merece por méritos propios un hueco ilustre en la deidad que el bonito del norte significa en los puertos del Cantábrico. Guiso marinero por excelencia, aquí el rey vuelve a ser el bonito, que no comparte protagonismo con el pimiento choricero, como pasa con el familiar vasco, ni con el tomate. Eso sí, suele laminarse pan en rebanadas finísimas para coronar este guiso que aprovecha lo mejor de las tajadas del Thunnus alalunga. En el Mesón Las Redes y en el restaurante Puente La Maza se pueden dar buena cuenta de ellos.

© La Bicicleta
Entrambasaguas
En cabeza de carrera, si de Estrellas Michelin hablamos, van en cabeza en La Bicicleta, con la poderosa pedalada gastronómica del chef Eduardo Quintana. Forjado en las cocinas de Zuberoa, Quintana apostó en 2011 por reivindicar una conexión vascocántabra de altos vuelos en Hoznayo, una pequeña parroquia dentro de este municipio. Reforzado también por una Estrella Verde, que premia una cocina sostenible, La Bicicleta apuesta por el producto local y por la huerta como valores añadidos de un restaurante imprescindible para conocer el despliegue ‘estelar’ cántabro.

Arce
A El Nuevo Molino, otra de las vibrantes Estrellas Michelin de Cantabria, se puede ir por muchas razones. Su devoción por la vaca tudanca bien merece el asalto, pero no se quedan atrás sus rabas, aunque no estemos a pie de puerto, que valen adentrarse tierra a dentro para comprobar su tersura, su sutil punto y la finura del rebozado que convierten en imposible comerse solo una.

© iStock
Llera
Es la mantequilla y leche, derramadas casi por los valles pasiegos, los que justifican que Cantabria sea tierra de natas y de dulces cremosos, mimados en hornos tradicionales como los de Sobaos El Macho, uno de los grandes nombres de la repostería cántabra. Aquí también se puede dar cuenta de sus quesadas, la otra mitad de un binomio dulce que convierte cualquier expedición a Cantabria en un paraíso dulce que solo pide un café como compañía.