Corre el año 1865 cuando la compañía Camino de Hierro del Centro, tras algunos retrasos, lleva el tren hasta Vilafranca del Penedès. Para mucha gente, la llegada de este símbolo del progreso fue comparada con la de un monstruo que hacía un ruido espantoso y que no paraba de escupir humo: “El vapor, el vapor”, decían con una mezcla de admiración y miedo. Esa fecha, sin embargo, coincide con el inicio de un momento de esplendor para la comarca del Penedès gracias a la penuria de nuestros vecinos franceses, donde la filoxera estaba haciendo estragos.
A nuestro país, la plaga todavía tardaría más de una década en llegar, hecho que aprovechó esta zona vinícola para atender la gran demanda de vino que provenía del extranjero. El tren conectaba Vilafranca con dos importantes puertos, el de Tarragona y el de Barcelona; alrededor de la estación, a lo largo de la calle Comercio, se empezaron a construir almacenes y bodegas. Hacia mitad del siglo XX, el transporte por vía férrea perdió peso en favor de la carretera y esa zona entró en una fase de declive: los viticultores preferían llevarse las bodegas más cerca de los viñedos.