En tus últimos ensayos hay un especial interés en abordar el concepto de la identidad, pero ya en Trilogía de la guerra especulabas desde la ficción sobre el presente diseminado de esa identidad, ¿Cómo surge ese interés en tu obra?
Es algo que se ha convertido en un factor clave en mi literatura de una manera espontánea. No es algo premeditado, pero sí que hay un momento en el que me doy cuenta de que, en realidad, uno de los grandes debates que nos planteamos todos tiene que ver con eso, con la identidad. La gente se pregunta quién soy y de dónde soy. Es el quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos que se preguntaba Siniestro Total (risas).
Entonces, ¿quién eres y de dónde vienes?
Yo, como no me siento muy de ningún lugar especial, me extraña esa necesidad que tiene mucha gente de definirse a partir de dónde se es y todo ese tipo de cosas identitarias que no tienen mucho que ver conmigo. Tal vez por eso, le doy tantas vueltas a este tema, para poder entender a los demás, porque yo no siento que tenga una identidad arraigada a un territorio concreto.
¿Cuál es la coordenada básica a partir de la cual acabas definiendo tu identidad? Entiendo que no es geográfica, sino de algún otro tipo, ¿no?
Claro, es una identidad que es resultado de una suma o mezcla o incluso una interacción con los otros. Ya que hablamos de viajes, yo soy de todos los lugares a los que he viajado y en los que me he sentido bien a lo largo de mi vida, igual que soy de todos los lugares en los que he estado en mi infancia, que de alguna manera ahí es cuando se fragua lo que es la identidad de cada uno; pero mi identidad también es la suma de todo ese otro mundo internauta en el que estamos inmersos ya desde hace más de treinta años. No sé… yo siento que a mí también me ha conformado todo eso. Lo que he visto a través de las redes e Internet, ya sea en China o en EEUU o en México, va formando parte también de mi forma de viajar y al final una forma de viajar es un modo de crearse una identidad propia.
Y eso que dices de que la identidad individual es resultado también de una interacción con los otros, ¿no nos debería dar un poco de vértigo?
Bueno… da vértigo si estás muy empeñado en construirte tú mismo tu propia identidad, pero si dejas que se vaya configurando como en un diálogo o una negociación entre lo que tú crees que eres y lo que los demás dicen que tú eres no lo veo tan dramático. O sea, yo acepto que el mundo se forme de mí una imagen y acepto que me asigne una identidad porque yo estoy en el mundo, no soy un autista. Lo que ocurre, que ya entiendo por dónde vas, es que a través del mundo internauta, en estos últimos años, la identidad está creada cada vez por los demás más que por nosotros mismos, porque cada vez damos más información al mundo y a un mundo que no controlamos y ese mundo que no controlamos se va haciendo una idea de nosotros y va creando lo que yo llamo en mi libro una identidad estadística, formada por datos y metadatos que nosotros desconocemos; pero eso no quiere decir que tengas que angustiarte. A lo mejor, es mejor aprender a vivir con esa nueva complejidad y saber defenderse de ella de alguna manera.

A Agustín Fernández Mallo, Groenlandia le parece un lugar fuera del mundo | Foto: Istock
Lo que planteas del diálogo con el entorno me parece clave a la hora de viajar y, en parte, también la cultura siempre se ha desarrollado a partir del diálogo. Ahí tenemos a Platón desde los orígenes, por ejemplo. Entonces, creo que si el viaje fundamentalmente tuviera una forma sería la del diálogo, ¿no crees?
Efectivamente… Aunque, y ya sé que estamos en una revista de viajes y que esto a lo mejor no está bien decirlo aquí, yo nunca he estado demasiado interesado en el viaje físico.
Vaya…
Es como lo siento. Esto de viajar para ver, y soy consciente de que me estaría contradiciendo porque el viaje también es un diálogo con el mundo, siempre me ha dado mucha pereza. Sí he viajado por todo el mundo, pero casi siempre ha sido por trabajo y con un objetivo concreto. Si no es así, me ha interesado más el viaje intelectual. Ese es un viaje interno. Y eso también te va conformando en tu forma de dialogar con el mundo. Yo ya sé que las pirámides de Egipto existen, pero reivindico una forma de disfrutarlas que no tiene porqué ser necesariamente ir allí y estar con todo el mundo tocándolas. Y eso que sé perfectamente que ir allí y tocar las pirámides es una sensación que no tiene nada que ver con ver las fotografías. Pero, bueno, como no se puede hacer todo en la vida, hay veces en que toca elegir…
Y tú eliges no desplazarte…
Eso es… Y además hay una cuestión secundaria en todo esto. El de finales del S. XIX era un tiempo en el que el mundo no estaba totalmente mapeado, aún no estaban explorados todos los rincones del planeta. Y entonces sí tenía sentido el viaje expedicionario para descubrir; pero, a partir de mediados del S. XX, el planeta está totalmente descubierto y entonces ya no viajamos para descubrir, sino para descubrir lo que otros nos han dicho que existe. Es más como una cuestión de segunda mano. Es como volver a sentir algo que otros ya han sentido y ver y confirmarlo. Y bueno, eso es algo que a mí siempre me ha interesado menos que un viaje a través de un libro, una película o un internauta.
A partir de mediados del S. XX, el planeta está totalmente descubierto y entonces ya no viajamos para descubrir, sino para descubrir lo que otros nos han dicho que existe
No serás tan viajero, pero sí eres un escalador…
Lo fui en otra vida, pero ya hace muchos años que no escalo. Pero sí fue una de mis pasiones durante mi primera juventud.
Entonces, como el escalador que fuiste, ¿consideras La forma de la multitud una cima o sólo un paso más en tu empeño por analizar la contemporaneidad?
Es una buena pregunta que no sé responder, la verdad. A mí no me gustaría que fuera una cima porque entonces se acabarían ya todas las cimas por explorar; pero a lo mejor es un camino por el que no podré seguir subiendo y tendré que elegir otros caminos. Es un libro que he estado escribiendo durante dos o tres años, pero en el que hay reflexiones de hace más de veinte años, es un libro muy de suma.
Precisamente, en Teoría general de la basura decías que la identidad de Occidente se forja en la idea del viaje.
Es cierto. El relato de la cultura occidental está fundado, por parte de la tradición cristiana, por la Biblia, y por la parte de la tradición helénica, por la Ilíada o la Odisea. Todos son libros de viajes. La Biblia es el viaje del éxodo; la Odisea son los viajes de Ulises. Entonces, resumiendo muchísimo, en un momento dado se juntan estas dos tradiciones para dar lugar a eso que llamamos Occidente. El viaje es fundamental, pero la clave no es solo la ida, sino la vuelta para contarlo. Y ahí está la revista National Geographic y todos los libros de la tradición de la literatura de viajes.
Recuerdo la anécdota que explicabas en La mirada imposible sobre que habían encontrado huellas de mamut en cuyo interior había pisadas humanas. ¿Crees que en el viaje seguimos pisando las huellas de aquellos y aquellas que pasaron antes que nosotros?
Exactamente, esa forma de disfrazarse de algo y en ese caso pisar lo que pisó el mamut y poder así ser el mamut y, de alguna manera, obtener algo, es la idea de que viajamos, como dices, tras las pisadas de otros. Y esas pisadas son las que de algún modo queremos revivir. Queremos revivir al mamut, al viajero anterior a nosotros, ahí está la máscara que nos ponemos para poder ser nosotros. Un animal no hace eso, solo lo hace el ser humano. Los animales no viajan. En todo caso, viajan por necesidad, no como fuente de conocimiento.
Coordenadas viajeras
Agustín Fernández Mallo
¿Adónde nos llevas si vamos al norte?
Un lugar que me parece un misterio es Groenlandia, no sé muy bien cómo es, qué es, ni qué dimensiones puede tener, ni qué puede haber ahí. Me parece como un lugar fuera del mundo. Siempre me ha atraído.
¿Qué destino eliges mirando al sur?
Siempre me ha atraído mucho Sudáfrica. Me parece una mezcla imposible entre África y Occidente. Debe ser una sociedad muy compleja…
¿Y si vamos al este?
Vamos a ver… Por ejemplo, me gustaría mucho y es otro misterio. Ir al inicio y al final de la Gran Muralla China, me parece más una ficción que una realidad. Hay una idea que siempre he tenido y que me gustaría hacerla y documentarla, pero que, por supuesto, nunca haré, es recorrerla entera, si es que se puede…
Esa sería una gran aventura…
Es que una vez vi unas fotografía de la muralla como penetrando en el mar y me pareció como muy de Verne.
Nos falta el oeste…
No sé… A lo mejor a alguno de los desiertos de Sudamérica, al desierto de Atacama. Me atraen mucho los desiertos en los que hay estaciones científicas como si fuera la luna, pero en el planeta Tierra.
Durante tu viaje performativo para escalar la pared del acantilado noruego que da acceso a la cabaña del filósofo Ludwig Wittgenstein te preguntas dónde demonios te has metido al complicarse el acceso. Aquello parecía un callejón sin salida, pero al final logras llegar arriba. ¿Te ha ocurrido más veces eso de pensar de pronto qué haces en un lugar?
Bueno… Ahora que lo pienso, ¿Qué hago yo aquí? era el título de un libro de Bruce Chatwin, ¿no?
Exacto. Ahí se recopilan varias de sus crónicas.
Pues los libros de Bruce Chatwin, sobre todo sus crónicas, me han interesado mucho siempre. Y otro libro que me marcó bastante fue Tristes Trópicos, de Levi Strauss, sobre todo la primera frase que es “Odio los viajes y los exploradores”. Me pareció genial que un antropólogo que te va a contar que ha recorrido el mundo entero empiece así su libro. Yo, igual, también odio viajar. Pero dejando eso a parte, sobre lo que me comentas de los callejones sin salida… pues me ha ocurrido como le ha ocurrido a todo el mundo que ha viajado. A veces te puedes sentir perdido en un lugar de Tailandia o de China, lugares que no controlas, lugares en los que no tienes un acceso a comodidades. O estás escalando una pared y dices, madre mía, que me voy a matar, como me ocurrió a mí en Noruega. Todo eso también forma parte de la experiencia viajera. En todo viaje siempre hay un momento de crisis porque si no sería como estar en tu casa.

En 2017 el autor escaló el fiordo Skjolden para ir a la cabaña de Wittgenstein | foto: Shutterstock
A pesar de todo ello, supongo que de Noruega guardas un buen recuerdo, ¿no?
Ves… ese es uno de los viajes de los que te hablaba antes. Lo hice encantado porque era para un proyecto literario y artístico, pero nunca viajaría simplemente por ir a contemplar. Yo creo que eso nunca lo he hecho. Cuando he ido ha sido para hacer algo, como cuando atravesé EEUU en coche, conduciendo de Nueva York a Los Ángeles, para filmar unos vídeos y documentar unas cuestiones que yo quería escribir en novelas.
Entonces el viaje pasa a ser trabajo y no ocio.
Claro… Solo que en este caso, el ocio se confunde un poco con el trabajo. Yo escribo porque también me gusta escribir. Es una suerte de ocio. No es como cuando trabajaba de físico, que eso sí era trabajo. Pero hoy en día, a mí ya se me confunde… El otro día fui a Ibiza porque quería ver donde había vivido Walter Benjamin. Fui con el poeta Vicente Valero, que es el que más ha escrito sobre el filósofo en Ibiza e hicimos un recorrido por los lugares donde supuestamente vivió y que ya no existen. Es casi como un recorrido arqueológico… Eso sí me encantó, ir a Ibiza para eso, pero nunca iría a Ibiza para estar en la playa, por decirte algo... Que bueno, ya que vas, pues te acercas a la playa.
Walter Benjamin era tu mamut en Ibiza.
¡Efectivamente! Era mi mamut junto a Vicente Valero y él conoce bien ese tema porque lo ha estudiado. Yo era como un mamut dentro de otro mamut (risas).

El autor realizó junto al poeta Vicente Valero un recorrido tras W. Benjamin en Ibiza | Foto: iStock
Comentabas tu viaje por EEUU… Y me he acordado que Trilogía de la guerra comienza en la Isla de San Simón, en Vigo. ¿Has viajado mucho para documentar lugares para tus novelas?
Sí, pero ahí viajé también para algo de trabajo. Lo que cuento en la novela es verdad, había un congreso de redes internautas y me invitaron. Cuando yo fui no tenía ni idea de que iba a escribir algo sobre la isla, pero sí sentí algo muy telúrico que me llevó a hacer unas fotografías en los mismos emplazamientos donde se habían fotografiado a los presos que estuvieron en la isla en el año 1937. Tener las fotografías en blanco y negro de esa gente, que muchos morirían, y tener las mías al lado, en la pantalla de mi smartphone, con sol y brillo, casi como si fuera una foto de promoción turística, era como un salto que me daba vértigo.Y es entonces cuando siento que en esas dos fotografías hay un hueco infinito que yo no sé cómo traspasar y por eso acabo escribiendo el libro. Con esta anécdota lo que quiero explicar es que viajar también provoca escribir. Pero, ojo, ¿por qué los lugares me provocan escribir? Y esto es algo que he pensado mucho… Resulta que como a mí no me gusta viajar, siempre que estoy fuera, intento reproducir las condiciones más parecidas a mi domicilio. Y las condiciones más parecidas a mi domicilio es estar escribiendo, ver la televisión y cosas así (ríe).
¿Y cuando viajas también enciendes la televisión?
A mí me encanta estar en los hoteles, y me quedo mucho tiempo en ellos escribiendo. Lo primero que hago siempre es encender la televisión porque para mí es el mejor termómetro de la sociología de un país y, en concreto, la publicidad o los programas de ocio, porque es donde ves qué tipo de humor tiene un país, qué tipo de preocupaciones y todo eso… Habrá otra gente que te dirá que lo primero que hace es ir a un mercado o salir a la calle, yo eso lo puedo hacer el segundo día, pero de buenas a primeras, enciendo la televisión.
Hablando de Ibiza y de Walter Benjamin, él dijo que perderse en una ciudad como quien se pierde en un bosque requiere de un cierto aprendizaje. ¿A tí te gusta perderte en las ciudades una vez que apagas la televisión o prefieres llevarlo todo bien marcado en el mapa? ¿Cuál es tu modo de transitar los lugares?
En realidad, es una mezcla de ambas cosas. Suelo marcar en el mapa algo que creo puede interesarme, pero porque sé que en el camino ocurrirán cosas imprevistas y veré cosas que no tenía pensado ver y habrá pequeños desvíos. Ahora bien, lo que nunca hago es ponerme a caminar por una ciudad para nada, hacer el flâneur… Es que ni Walter Benjamin lo hacía, aunque diga que sí. Cuando él escribe su libro de los pasajes, que es cuando habla de toda esa deriva por la ciudad, que luego retomaron los situacionistas en los años 60, en realidad, él lo hace para investigar. Luego escribe y analiza el principio del S. XX a través de esos paseos. Él tenía una intención. Y bueno, a mí eso me gusta, pero lo que nunca hago es salir a la calle para nada. Tampoco en mi ciudad.

Vistas desde el Mont Ventoux que escaló Petrarca | Foto: iStock
Leí La mirada imposible forzando en algunos momentos la lectura en clave viajera. Allí definías dos bloques antagónicos acerca del viaje. Por un lado, Petrarca ascendiendo el Mont Ventoux “por el mero placer de ver la extraordinaria altura del lugar” y, por el otro, San Agustín, quien en las Confesiones dice que “van los hombres a admirar esas cumbres y se olvidan de sí mismos…”. ¿En qué bando te sientes más a gusto?
Valoro lo de Petrarca, porque si no fuera por él, no se habría fundado la mirada ociosa sobre el mundo que configuró todo el Renacimiento y que, por supuesto, llega hasta hoy día. Pero sí, suelo reivindicar más esa otra mirada introspectiva, pero también entiendo que esa mirada no podría existir sin la experiencia externa. En realidad, es una combinación de ambas cuestiones. Tú necesitas ver para luego contarlo, pasarlo por tu filtro. Cualquier mirada es un viaje ya. Yo ahora mismo estoy mirando por la ventana mientras hablo contigo y eso es ya un viaje, veo árboles, gente que pasa, estoy humanizando la pared que veo enfrente. Entonces, al final, te das cuenta de que es una forma híbrida de ambas, solo que por una cuestión de carácter, supongo, hay personas que preferimos estar recogidos y pensando en nuestras cosas, mientras que otras personas es justo al revés, que necesitan salir, saberlo todo, hablar con la gente.
Hacia el final de La forma de la multitud hablas del viaje y dices que hoy todos somos turistas, que la diferencia con el viajero acaso es un prejuicio de clase, que, en realidad, la figura romántica del viajero nunca ha existido.
El concepto del viajero viene como poco del s. XIX, cuando las clases pudientes que no están asalariadas pueden estar todo el tiempo que quieren recorriendo el mundo. Eso hoy en día, cuando estamos regulados por un salario, a unas vacaciones por contrato, no existe… Por supuesto, hay excepciones, pero son estadísticamente irrelevantes. Desde luego, hoy el mundo del viaje es un mundo turístico. Y aunque creamos que no, tú viajes con tarjeta de crédito, tienes tu seguro, tu hotel contratado… Si viajero es aquel que toma riesgos, sale de su casa y no sabe muy bien cuándo volverá y cómo, ya no los hay, o los hay muy pocos. Lo que ocurre es que a todos nos gusta ficcionar que somos grandes exploradores y nos montamos nuestra película mental. Ya no hay pioneros, lo que hay son muchas clases de turismo, y hay un turismo que está preparado para emular esa idea de aventura viajera con paquetes de viajes especiales. Al final, todo es turismo. Todos somos turistas cuando vamos a algún lugar.